España, con su derrota, su selección y sus periodistas dentro de un Boing siete-algo-siete, aterrizó en suelo patrio entre turbulencias y no me negaréis que hay en esa realidad una cierta poesía. El equipo que conquistó todos los cielos y los encargados de contárselo al mundo eran expulsados de ese paraíso celeste a trompicones.