Bodegas La Horra, brindar con las raíces y el paisaje
Esta nueva bodega es un templo contemporáneo incrustado en un mar de viñas, una obra que respeta la tradición y la viste de futuro
En Bodegas La Horra se entiende que un buen vino no es solo la uva que se pisa, sino la memoria que se embotella
Hay días en los que el calendario no se limita a avanzar: florece. Días que no se tachan, sino que se guardan como se guarda un gran reserva: con cuidado, con mimo, con la conciencia de que en ellos vive algo que trasciende la fecha. La inauguración de Bodegas La Horra fue uno de esos días, de los que se instalan en la memoria como un sorbo largo de buen vino: cálido, persistente, honesto.
Allí, en el corazón más noble de la Ribera del Duero, donde la tierra no se pisa, sino que se respeta como se respeta a una madre, ha brotado algo más que una bodega. Ha brotado una catedral del vino. Un templo de piedra y luz donde la uva es sagrada y el silencio entre barricas es más elocuente que mil discursos.
Bodegas La Horra no se impone sobre el paisaje: se funde con él. Como si siempre hubiese estado allí, bajo la mirada generosa de un paseo de pinos antiguos y una encina centenaria, guardando el secreto del tempranillo más sincero, el que nace sin atajos y se cría sin prisas.
Así lo explicó, sobre el terreno, su autora, la prestigiosa arquitecta, Carme Pinós: “El encargo de la bodega, que es la primera que proyecto, fue un reto maravilloso: crear un edificio dentro de un paisaje. Mi idea es que la arquitectura forme parte del entorno sin imponerse, casi en simbiosis con la tierra. Me he inspirado en la historia de la construcción de las bodegas en esa zona y gracias a eso he llegado a hacer un proyecto coherente con la identidad del lugar”.
Arquitectura, territorio y pasión
Esta nueva bodega es un templo contemporáneo incrustado en un mar de viñas, una obra que respeta la tradición y la viste de futuro. Techos altos, barricas alineadas como soldados de roble, depósitos que parecen esculturas de acero inoxidable. Todo diseñado para que la uva mande y el hombre, humilde, la acompañe. Aquí, la arquitectura abraza la tierra sin violentarla, como quien acaricia una parra antigua sin podarla de más.
La inauguración no fue solo una fiesta. Fue un ritual de agradecimiento. A la tierra, por su paciencia. Al tiempo, por su justicia. A quienes participaron de este proyecto, por su fe. Porque aquí, cada piedra colocada, cada metro excavado, cada duela de roble, ha sido puesta con una reverencia que no se ensaya: se siente. Y eso se nota en el vino. Corimbo no se produce: se escucha. Se atiende. Se acompaña hasta que está listo para hablar.
Y vaya si habló. En boca de un sabio de sabios, Agustín Santolaya, director general del Grupo Roda (al que pertenece Bodegas La Horra): “Corimbo y Corimbo I recogen cada detalle de este magnífico entorno, un paisaje formado por lomas de suelos pobres y calizos, coronadas por pinares y llenas de plantas aromáticas. Expresan una nueva visión de la Ribera burgalesa en la que la elegancia y la frescura toman el papel protagonista”.
Y continuó subrayando: “Carme Pinós captó de inmediato nuestra filosofía y ha diseñado una bodega que permite extraer cada matiz de este territorio con delicadeza: utilizando la gravedad, la temperatura natural del subsuelo y el movimiento del aire a través de zarceras que recuerdan a las antiguas bodegas de los pueblos de la zona. Todo esto, con una belleza increíble, en un conjunto arquitectónico que a veces parece que no existe y otras deja una impronta imposible de olvidar”.
Ese día, en aperitivo y comida, cuando se descorcharon las primeras botellas en el nuevo hogar, el vino no fue solo vino. Fue memoria líquida, fue presente vibrante y fue futuro en promesa. Cada copa levantada fue un brindis a todo lo que vendrá, con la certeza de que lo que empieza así, con raíces hondas y mirada alta, no puede sino crecer hermoso. Brindamos por los sueños que la tierra convierte en frutos.
Fue el presidente del Grupo, Mario Rotllant, quien estableció los porqués de este nacimiento: “Tras 16 años desde que iniciáramos nuestra andadura en Ribera de Duero, encontrando una zona vitivinícola inigualable para la elaboración de tempranillo, hoy damos un gran paso al inaugurar la bodega definitiva, sostenible y de alta eficiencia energética y que nuestro equipo, junto a Carme Pinós y su estudio, han desarrollado a la perfección. La nueva bodega refuerza nuestra presencia en Ribera del Duero, con la que esperamos, además, contribuir al desarrollo económico en la zona”.
La arquitectura, sobria y valiente, no roba el protagonismo. Lo presta. Es la escenografía perfecta para una obra que se escribirá vendimia tras vendimia, con guion de sol, lluvia, esfuerzo y paciencia. No hay trampa, no hay truco. Hay respeto. Y eso se nota en el Corimbo, que baja por la garganta como una verdad que no necesita adornos.
Comida y vinos de la tierra
Antes de bajar a la sala de barricas para el almuerzo, tocaba aperitivo en el hall: croquetas de jamón suaves y cremosas, unos torreznos que reafirmaban presencias y una tortilla señalada por varios premios. Los vinos de acompañamiento fueron una curiosidad: Corimbo Rosado 2023, una fiesta en el paladar, y Corimbo 2021, la elegancia paseada sobre frutas maduras.
Un acierto el de Mario, Agustín y su equipo al elegir a Javier Izquierdo, el chef y propietario del Mesón El Viso de Gumiel de Mercado. Cocina de la zona como mejor acompañamiento de un vino tan identificado con el territorio.
Cecina con foie micuit, elaborado por el propio Javier; una perdiz escabechada con toda su exactitud y un bacalao a la vizcaína en un punto perfecto. De postre, unas milhojas delicadas y muy gustosas. Javier dará mucho que hablar en el panorama gastronómico nacional. Para las intendencias estuvo respaldado por una empresa de trayectoria ejemplar: Bonald Catering, de Borja Benito, que ejerció su apoyo con la precisión de la alta relojería.
Las copas se llenaron de Corimbo Paraje de la Horca 2023, se llenaron de Corimbo I 2018 y 2009, se llenaron de esas tintas finas que hablan con voz grave y pausada. De vinos que en la boca piden respeto, pero que se dejan querer sin arrogancia. En cada sorbo caben el invierno castellano, la helada que castiga, el sol que no concede tregua y la paciencia de quien espera. En esta tierra se come como se vive: sin artificios, sin prisa, sin miedo a repetir.
Mientras caía la tarde sobre los viñedos, uno entendía a Lorca cuando decía que “el vino es la única obra de arte que se puede beber”. Aquí se bebe sin miedo, se celebra sin protocolo, se brinda por la cepa vieja y la barrica nueva, se abre la puerta a la paciencia, al paisaje y a la promesa de que todo lo bueno necesita tiempo.
Dejamos estas tierras que se riegan con historias, se abonan con silencios, se podan a mano y se bendicen con un cielo limpio que acaricia las cepas viejas. Escribió el narrador argentino, Andrés Neuman: “El vino enseña al alma a recordar.” En Bodegas La Horra entendimos que un buen vino no es solo la uva que se pisa, sino la memoria que se embotella.