El pederasta de Ciudad Lineal a la policía: “El día que me condenen, me suicidaré”
Malena Guerra @malenaguerrat5)
28/02/201718:22 h.Las víctimas solo le pidieron un deseo: “ Ver esposado a Antonio Ortiz”. La sentencia fue para todo el equipo de policías, con su inspector jefe a la cabeza, una satisfacción del trabajo bien hecho y un resarcimiento para las víctimas y sus familias. Lo lograron gracias a las pequeñas que a, a pesar de su corta edad, fueron fundamentales en la resolución: “Al haber tan pocos datos tuvimos una relación muy especial con las ellas. Si las pequeñas no notan el vínculo contigo, no se abren a ti”. Esa relación les hizo casi rozar la detención del pederasta de Ciudad Lineal el día que raptó a la niña de origen chino, en el mes de junio. “Yo estuve allí, en la vivienda de la madre de Antonio Ortiz, estuve en el rellano, escuché detrás de la puerta pero no había nadie” se lamenta el inspector jefe de la investigación. “Si la hubiera llevado a esa casa, habríamos podido rescatarla y la pequeña no habría sufrido tantas atrocidades”. Les había dado la pista la primera víctima del mes abril, la niña de nueve años que describió y dibujó con exactitud la casa en la que había sido violada.
Rozaron la resolución del caso pero el pederasta tuvo suerte, confiesa. En septiembre, aun cometería otra agresión sexual, esta vez precipitada, improvisada. Las descripciones de la niña y una testigo, la primera adulta que le veía, precipitaron todo. El puzle se completó un viernes de agosto. Habían puesto vigilancias en los gimnasios y dos patrullas lo identificaron gracias a un retrato robot que ayudó a hacer el padre de una de las menores. Ese día recibieron un atestado en papel, antiguo, de hacía 20 años. El inspector lo leyó, era un sospechoso más porque había sido acusado de detención ilegal a una niña. No constaba que la hubiese violado por eso no fue de los primeros en mirarse. Al leerlo se quedó petrificado. 20 años después leía “la misma frase”. El pederasta había dejado su firma de autor, no sólo por lavar a la niña. La había engatusado con el mismo pretexto. Era calcado. Fue una intuición.
Se pusieron manos a la obra para rebuscar en las diligencias todo lo concerniente a Antonio Ortiz. Y lo tenían. En el listado de llamadas de teléfono que coincidían en todas las zonas de ataque. En los listados de vehículos a los que podría haber tenido acceso a través de una empresa de compra venta de una amigo. Y en las identificaciones de dos patrullas que le habían parado al salir del gimnasio. No durmieron. “Nadie se fue a su casa ese sábado”. El lunes el juez tenía encima de su mesa un completo informe contra Antonio Ortiz. Le intervinieron el móvil. Y él llamó a su madre alarmado para explicarle que le habían identificado en la calle. Ella le explicó que buscaban al pederasta: “Si la madre asoció que le habían parado por el tema del pederasta de Ciudad Lineal, pues no iba descaminada. Las madres saben mucho” concluye con cierta ironía.
Ortiz huyó a Santander. Adelantó el viaje que tenía previsto a casa de su tío para trabajar. Mientras le vigilaban estrechamente, él dedicaba al gimnasio 6 horas diarias. Los policías de la operación Candy apuraban las horas haciendo cotejos de ADN y revisando los vehículos empleados en las agresiones. Cuando Antonio Ortiz fue por fin detenido, nunca confesó. Sólo les dijo una frase: “El día que me condenen, me suicidaré”. El inspector analiza la frase: “El sabía perfectamente las barbaridades que había hecho”. La sentencia condena a 70 años de prisión al pederasta aunque cumplirá 20 años y no tendrá derecho a beneficios penitenciarios. Los jueces destacan su falta de arrepentimiento, su espíritu criminal y consciencia. Salió a cazar niñas, buscó la oportunidad y “las coaccionó, las humilló, las degradó, las vejó, y las violó”.