Del decoro impecable de Aldo Moro al desenfreno de Matteo Salvini

telecinco.es 06/08/2019 20:59

Es el capitán en la sombra de una Italia inexplicable porque Matteo Salvini (Milán, 1973) aprovecha cada acto, tanto en su vida pública como en la privada, para alimentar el armazón de su popularidad, apuntalada en la máxima "miedo y circo". Y una parte de la sociedad italiana adquiere el productor, sin vacilar, su retórica de alarma social y sus inexpugnables leyes en contra de la inmigración son caballos ganadores, al menos en los universos tuiteros.

Una receta en auge, bien testada por Donald Trump en Estados Unidos, y que, a un año largo de su toma de posesión como ministro de Interior en teoría y todopoderoso "cesare" del gobierno en la práctica, sigue siendo eficaz y rentable, especialmente ahora de cara a los comicios que ya ha diseñado.

Llega el verano y "Matteo" cambia de rutinas, sus golpes de efecto se enriquecen con nuevos ingredientes que alimentan un populismo de domingo, muy provechoso en términos electorales, pese a que coseche la crítica de la selecta opinión publicada. Cada dardo en su contra es un selfie a su favor, un voto a golpe de Instagram, un me gusta que llena la urna de su diseñada proyección pública. Por eso verle darlo todo a pie de playa, en el chiringuito de uno de sus amigos de su partido, la Liga, con el torso desnudo y rodeado de gogós, es un punto a favor del ministro de Interior italiano y su singular misión política. Este mago de las relaciones públicas y las redes sociales elige Milano Marittima, una playa popular-chic de la costa del Adriático, donde contenta al respetable con un remix del himno nacional, incluido un guiño patriótico a lo animal print; todo antes de desembarcar en ese sur de Italia que en el pasado tanto criticaba.

El descaro canalla, puntito vulgar, vuelve a vencer al viejo pudor. La sobriedad está pasada de moda y estalla el contraste con el decoro estival de los políticos de antes como Aldo Moro, el ex primer ministro italiano que iba a la playa con un aspecto impecable, extremo en su formalidad, mientras justificaba ante su hija Agnes que, como servidor público, siempre debía mostrarse digno y presentable.