La opresión y sus múltiples caras en "Confesiones a Alá", de Saphia Azzeddine
AGENCIA EFE
07/05/201110:44 h.La miseria aplasta a hombres y mujeres por igual, no distingue de sexos, les anula económica, social e intelectualmente, y, además, les hace manipulables, subraya Azzeddine, nacida hace 31 años en Agadir (Marruecos) y educada en Francia.
Sin embargo puntualiza que, pese a la lectura que han hecho algunos medios, su novela "no habla de la opresión de las mujeres".
Pero lo cierto es que esta conmovedora "oración" de una mujer que se mantiene en pie ante Alá, al que hace su confidente, y ante los hombres, con una dignidad indestructible, pese a múltiples reveses, contiene encendidos alegatos contra la discriminación de las mujeres que se sustenta en ciertas interpretaciones del Corán.
"Dicen que para que el hombre no tenga pensamientos impuros, las mujeres deben ocultar sus atuendos. Así está escrito y no parece molestarle a nadie: es él quien tiene los pensamientos impuros, pero soy yo quien debe ocultarse bajo un velo. ¡No tiene el menor sentido!", exclama Jbara, la protagonista de la novela.
Editada por Demipage, "Confesiones a Alá" está protagonizada por una pastorcilla que vive en las montañas bereberes del Norte de África y que se prostituye por yogures de granadina hasta que es repudiada por su familia tras quedarse embarazada.
Entonces huye a la ciudad donde abandona a su bebé, trabaja de criada en casa de unos ricos y ejerce profesionalmente la prostitución, actividad que le lleva tres años a la cárcel para luego, al salir, casarse con un imán.
Es, ante todo, dice la autora de esta novela escrita en primera persona, un grito de rebelión contra una sociedad plagada de injusticias y encorsetada por la religión y que profiere una mujer, pero que, subraya Azzeddine, oprime a todos.
"En Occidente adoran hablar solo de la opresión de las mujeres en el mundo árabe, pero la opresión, en mi opinión, afecta tanto a los hombres como a mujeres", señala Azzeddine, autora también de "Mon père est femme de ménage" ("Mi padre es una mujer de la limpieza"), que acaba de llevar como realizadora a la gran pantalla, y "La Mècque-Punket", cuya versión cinematográfica está en marcha.
Frente a esa opresión que denuncia y las "muchas formas de miseria" que identifica en su primera novela, como la sexual, la financiera o la intelectual, la que más le preocupa es esta última, ya que "sin educación, uno no tiene armas para defenderse".
Educación, fe y humor -"el humor es la elegancia suprema", dice- son tres flotadores a los que, según Azzeddine, el ser humano se puede agarrar para no ahogarse en la pobreza económica y espiritual.
Pero, además, añade, hace falta tener ganas de avanzar, de hacer cambiar las cosas.
"No soporto a la gente que culpa a los demás de sus males ni mucho menos a los que te culpan a Ti", se sincera Jbara, la protagonista de la obra, en su soliloquio con Alá, un discurso trufado de tacos y de alusiones sexuales muy explicitas, pero también de espiritualidad y de defensa de la fe.
Una reflexión sobre la necesidad de que las personas tomen las riendas de sus vidas y no dejen todo "a la voluntad de Dios" que Azzeddine, como es de suponer, también comparte.
Por ello, le "alegran" tanto las revueltas que se están produciendo en los países árabes, aunque no oculta "cierto temor".
"Tengo miedo del después, pero no puede ser peor de lo que había antes. Estoy contenta por esta toma de conciencia del pueblo no impuesta desde fuera. Hay muertos y baño de sangre, sí, pero no hay ninguna revolución que se desarrolle entre algodones", señala.
Y añade que "esta revolución pertenece a los árabes, eso es nuevo, eso les responsabiliza, les pertenece. Occidente no tiene nada que ver, es espectador de algo que no ha visto venir".
Precisamente a los dirigentes occidentales, la heroína de la novela, que también ha sido adaptada con éxito al teatro, les aconseja: "Erradiquen las ratas, erradiquen los barrios de chabolas y verán como las barbas integristas serán cada vez más cortas".
Catalina Guerrero