La desesperación corre hacia Europa
Pilar Bernal
09/09/201510:07 h.Cargan a sus hijos mientras corren aferrados a lo poquísimo que tienen. Llevan a la espalda una larga marcha por un futuro que se les escapa y estos inmigrantes sirios, afganos o libios, se enfrentan a las alambradas legales que suceden a las de metal. Una muralla policial custodia la angustia de miles de personas cuando estalla la desesperación de los refugiados que no aceptan quedarse retenidos.
Empiezan entonces las carreras de mujeres y niños antes de adentrarse en el maizal, frente al que se levanta el campamento miseria con el que se les da la bienvenida a Europa, en Rotsze, en la frontera que separa los Balcanes de Europa Central, Serbia de Hungría, territorio comanche de la civilizada Europa comunitaria. Después de la odisea que arrastran tras semanas o meses de viaje quieren continuar y no dudan en desafiar la barrera que marca la policía magiar. Los agentes intentan contener a la multitud que termina por dispersarse en dirección a los maizales que les servirán de refugio.
En pocos minutos más de 400 personas logran camuflarse en los campos. Las huidas en masa se suceden a lo largo del día. No quieren quedarse en este miserable campamento improvisado, lleno de basura e impotencia, porque piensan que si les identifican en Hungría, no podrán pedir asilo en Alemania. La normativa comunitaria estipula que se debe solicitar el asilo político en el primer país miembro en el quedan identificados y ninguno quiere que sea Hungría quien examine sus expedientes, el sueño de todos es el paraíso alemán.
Los que no se atreven o no quieren correr, atravesando un campo incierto, hacen cola para subirse a los autobuses que les llevarán a otro campo de internamiento cercano y ahí también explota el cansancio. Hay familias que quedan separadas por los números, no hay plazas suficientes en un autobús y los que arrastran un periplo terrible de guerra nueva, vieja o de hambre se lamentan, desesperados, ante este nuevo escollo. Para ellos la carrera de obstáculos parece no terminar jamás.
El estrés de estas personas es infinito, como nos cuenta Teresa Sancristobal, de Médicos Sin Fronteras, se sienten frustrados porque sus penurias no cesan nunca: "Han tenido problemas en todas las fronteras. No entienden la razón por la que no pueden ir a Alemania, si ya han llegado a Europa". Tras la guerra de las bombas, que algunos arrastran con piernas mutiladas, llega la guerra por conseguir una plaza en el bus. Nadie quiere quedarse una noche más aquí.