Sueños mutilados
REBECA SAN CRISTÓBAL OREA
27/10/200900:00 h.Tres décadas de conflictos bélicos marcaron el lugar para siempre y aún hoy sus habitantes padecen las secuelas. Se estima que un 40% del territorio está afectado por estas maquinas de matar y mutilar. Por esta razón se advierte a los visitantes que no se salgan de las rutas establecidas.
Los estudios más optimistas hablan de entre cuatro y seis millones de minas todavía sin desactivar. Lo que se traduce en que existe una de estas minas por cada tres personas.
Su encuentro con ellas puede suponer la muerte pero, en muchos casos, la situación es más trágica pues acaba con algo más importante para ellos, su modo de supervivencia, dejándoles mutilados en un lugar que apenas cuenta con recursos médicos. En la actualidad, uno de cada doscientos camboyanos es discapacitado.
Una salida: el 'Banteay Prieb'
Hace casi veinte años se fundó a las afueras de Phnom Penh el centro 'Banteay Prieb' (la 'Casa de la Paloma') dedicado a la atención de los supervivientes de estas armas.
Desde entonces, más de 1.500 jóvenes afectados por las minas o accidentes varios han encontrado la oportunidad de formarse y aprender un oficio.
Es en este lugar donde también se fabrican las denominadas sillas de ruedas Mekong, una de las invenciones de la casa. Hechas con los materiales más rudimentarios facilitan la movilidad de estas personas por los terrenos embarrados. Al año se fabrican 6.000 unidades de estas sillas.
Un negocio imparable
El 'Tratado de Otawa' abrió las esperanzas en 1999 (cuando entró en vigor) de acabar con este problema al establecer el compromiso de prohibir el empleo, almacenamiento, producción y transferencia de estas minas, así como llevar a cabo su destrucción.
Desde entonces, 156 países han firmado el Tratado, pero 39 no se han adherido. Entre estos últimos se encuentran tres de los cinco miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (China, Rusia y Estados Unidos. Precisamente, los mayores productores de minas antipersona del planeta).
Si bien es cierto que desde entonces se han eliminado 50 millones de minas, no lo es menos el hecho de que el problema se agrava cada día pues al tiempo que se desactivan unas, se colocan otras.
Y es que el negocio de la guerra (aunque no se esté en conflicto) siempre fue de lo más atractivo. La fabricación de una de estas minas apenas cuesta dos euros, pero eliminarla, una vez que ha sido colocada, eleva los costes hasta los 800.
Además, buena parte de las empresas que se dedican a las tareas de desminado son, a su vez, las fabricantes. Un negocio redondo que consiste en vender las armas y después cobrar por retirarlas (con todo lo que ello suponga entre medias)
Desde 1975, según UNICEF, este tipo de armas han causado la muerte a un millón de personas y provocado minusvalías irreversibles a otros cientos de miles. Las estadísticas indican, además, que por cada víctima que sobrevive a una mina; dos fallecen; y de los supervivientes, el 75 % sufren amputaciones.