Yo, Antonio Rossi, desde la boda

POR ANTONIO ROSSI 27/06/2008 22:41

Belén tenía ganas de casarse, de convertirse en la mujer de su ahora marido, de ser esposa de Fran, el sencillo chico de barrio que la conquistó desde su barra de bar. Parapeto de los humildes. Tenía tantas ganas de casarse que ha llegado a la ceremonia casi a la vez que su Fran. Cinco minutos ha tenido que esperar en el coche para llegar, como mandan los cánones, después que el novio. Cinco intensos minutos en los que Belén habrá pensado de todo. Se acaba su soltería y eso bien merece un pensamiento. Seguramente dirigido a su padre, ausente protagonista del evento y principal motivo de sus emocionadas lágrimas. Las mismas que ha soltado al entrar en la capilla cuando el sacerdote le mentó. Cien personas han sido testigo de ello. El resto lo han visto de lejos, desde los aledaños de la pequeña iglesia del Palacio del Negralejo, en San Fernando de Henares. Un sitio apartado al que han acudido 450 invitados, mezcla de la realidad social que vive Belén: por un lado, anónimos y discretos familiares y por otro, amigos del colorín. Una buena dosis de rostros televisivos que hoy día rinden culto a la diosa del glamour más popular.

Y está justificado. Sólo ella y ninguna otra podría llevar sus lapsus lingues al momento más importante de su vida.

Pero ha estado arropada por su jefa Ana Rosa, y por una pila de compañeros de tele: Luis Rollán, Belén Rodríguez, Nacho Abad, Carmen Alcayde, Beatriz Cortázar, Miguel Ángel Nicolás, Paloma Barrientos... Todos ellos vestidos con sus mejores prendas y dejándose fotografiar con apropiadas poses.

Mención a parte merece la madre de Belén, doña Carmen, que impresionó a todos cuando apareció con un elegante traje rojo de Julio Reis. Se mereció todas las fotografías que se le hicieron, y pudieron ser más, la seguridad del acto impidió la entrada de cámaras de vídeos aunque no puso pegas a los móviles, que a fin de cuentas también graban.

Sobre las 22:30 los novios salieron a brindar con los medios. Allí Belén confesaba que el momento más emocionante de la noche lo había vivido al salir de su casa, cuando todo su barrio le vitoreaba y le deseaba lo mejor. En esa misma comparecencia Fran hizo evidente lo que ya se sabía: que la prensa le pone muy nervioso y que adora a Belén "lo primero que pensé al verla fue que estaba preciosa".

Y llegaba el cocktail, y después el convite. Cuarenta y una mesas esperaban a los invitados. Cada una con 8 ó 12 personas. El salón donde se servía la cena era un recinto acristalado, sobriamente elegante. Idóneo para el menú, compuesto por: salmorejo con ibérico y huevo duro, rape a la americana con langostinos, sorbete de mandarina, tournedó a la antigua usanza y tarta de chocolate blanca.

Tras la cena... el baile,las copas y lo que depare la noche... para los novios, la vida entera.

Decía el sacerdote oficiante: "Prometes guardar fidelidad a Fran"

Decía ella: "Si, prometo felicidad"

Continuaba el sacerdote: "¿venís libremente y sin coacción a esta ceremonia?"

Decía ella: "Sí, venimos decididos"

Ella misma, en un nuevo alarde de su espontaneidad, se retiró el velo de la cara, (por cierto que el velo en las bodas es de novias primerizas pero ella lo llevaba como señal de duelo y respeto hacia su padre) asumiendo el mando en el que debería haber sido el gesto de Fran.

Eso sí, en lo esencial no hubo errores: "Sí quiero". Y Belén y Fran ya eran matrimonio. Lluvia de arroz, coro rociero y mención al difunto padre. Demasiado para contenserse. Y volvió a llorar.