Capítulo VIII: "Dos almas en pena"

TELECINCO.ES 09/01/2008 19:07

"La boda de los Kent figurará siempre en la historia sentimental de Juan Carlos y Sofía. La propia Reina ha contribuido a fomentar esta tesis, esta historia, cuando reconoce: "Es cierto que al referirme a lo que allí pasó he dicho: por una vez el protocolo había hecho bien las cosas designándome a Juan Carlos como caballero acompañante. Es verdad. Lo he dicho".1

Aunque en la fotografía de la ceremonia de la boda inglesa, Sofía aparece no junto a don Juan Carlos, sentado a la izquierda del heredero griego, sino entre su hermano Constantino y el príncipe Harald. Las biografías hagiográficas y cortesanas cuentan que allí se reencontraron y se enamoraron, que es mucho decir: "La boda era en York, el 8 de junio de 19 61. Los invitados llegamos a Londres unos días antes. Yo, sinceramente, no tenía interés en ir".

Leyendo estas palabras y relacionándolas con el fracaso del presunto noviazgo con el príncipe Harald, hay que reconocer que interés o ganas de asistir a un evento como el de la boda de los Kent no debía de tener. Su ánimo no tenía que estar para fiestas y menos para ésta, que podía recordarle su propia historia sentimental fracasada.

Lo mismo debía de sucederle al príncipe Juan Carlos. Así lo recuerda la Reina : "Luego he sabido que a Juanito tampoco le apetecía".

Para que no quede duda del difícil momento anímico que atravesaban los dos, Sofía reconoce: "Muchas veces he pensado que si hubiesen estado allí mis padres, quizá no habría llegado a producirse el encuentro personal entre Juan Carlos y yo. Casi seguro que no habría pasado nada entre él y yo".

Aunque no entra en detalles, no puede evitar justificar lo que ha dicho: "Porque antes habían ocurrido ya unas cuantas cosas". ¿Se estaba refiriendo a su fracaso sentimental? Puede.2

Ningún historiador se atreve, ¿por ignorancia?, ¿por desconocimiento?, ¿por un falso ridículo y caritativo respeto?, a mencionar que si aquella ceremonia del matrimonio de Edward, duque de Kent, y lady Katherine Worsley fue el principio de una historia que acabaría en boda un año después, también constituyó el fin, triste, de una relación amorosa, no sólo de la princesa Sofía , casi en vísperas de un anuncio de compromiso con el príncipe Harald, sino también de la del príncipe Juan Carlos con la princesa italiana María Gabriela de Saboya.

Si la primera fue consecuencia de un, digamos, 'engaño', la segunda fue debida, no porque él lo deseara, a 'razones de Estado' del general Franco, quien, consciente de que el Estado era él, impuso su voluntad simple y sencillamente porque la princesa italiana… no le gustaba. Los motivos: "Era excesivamente libre y tenía ideas demasiado modernas", como confesó a su primo, jefe de la Casa Militar y confidente, Francisco Franco Salgado-Araujo.

La intromisión en la vida privada, íntima, del entonces cadete suponía un atropello a la libertad y a los sentimientos del príncipe. Tanto por parte del dictador como del director de la Academia General Militar de Zaragoza, quien pidió a Juan Carlos que quitara la fotografía de su novia de la mesilla de noche: "El generalísimo podría disgustarse en caso de que viniera a hacer una visita".

El general Martínez Campos, duque de la Torre , preceptor impuesto por Franco, también hizo saber al hoy Rey que debía dejar de telefonear a la princesa de Saboya. Françoise Laot escribe: "Juanito no tiene intención de desobedecer y se somete sin rebelarse, pero mucho después de haberse casado con Sofía reconocía: Hubiera podido, es verdad, casarme con María Gabriela".3

Pensando en estos primeros amores de Sofía y Juan Carlos, en sus primeras decepciones y en todo lo que ha sucedido después, no puedo sino reflexionar en lo triste que resulta que la felicidad de un hombre y de una mujer pueda depender, con el paso de los años, del hombre y la mujer con los que no pudieron casarse.

La pregunta es obligada: ¿hubieran sido más felices Sofía y Juan Carlos de haberse casado ella con Harald y él con María Gabriela? Doña Sofía tal vez, don Juan Carlos, lo dudo."