La complicada resolución del caso

HÉCTOR ÁLVAREZ JIMÉNEZ 15/09/2008 16:40

El 27 de marzo de 1994 uno de los secuestradores, cansado de cuidar y alimentar a Feliu, la libera en una gasolinera de Lliçà de Vall (Barcelona). El encargado del negocio avisa a la Guardia Civil, que no cree que la farmacéutica haya aparecido hasta que el hombre no facilita el DNI de la mujer. En todo momento, la familia asegura que no ha pagado ningún rescate.

La noticia cae como agua de mayo a Bassa y Casals que, aun siendo inocentes, todavía permanecen en prisión. Todo se vuelve en contra de la Guardia Civil y el juez del caso: mantienen a los dos acusados en la cárcel; María Àngels, a la que daban por muerta, está viva; y, además, desmiente el informe policial al afirmar que es su voz la que se escucha en las cintas.

Francisco Evangelista, que inculpó a los inocentes, desaparece una vez que se descubre que su versión era falsa. Por tanto, los verdaderos secuestradores siguen en la calle y ni siquiera la farmacéutica sabe su identidad. El caso llega a su máximo grado de complejidad, pero la víctima va a ser clave en su resolución. A pesar de que en el zulo no tuvo posibilidad de escribir nada, memorizó hora a hora todo el secuestro, incluso los días de lluvia y nieve. Con los datos que aporta sobre el tiempo, el Instituto Nacional de Meteorología concluye que el lugar donde permaneció se encuentra en las comarcas de Osona o La Garrotxa, muy cerca de Olot.1

La mujer continúa dando pistas y describe con todo detalle el zulo e incluso las bolsas en las que los secuestradores llevaban la comida. Así, los expertos de la policía intentan localizar los establecimientos donde se realizaron las compras y el lugar en el que se escuchen sin interferencias las dos emisoras de RNE que siguió Feliu durante el cautiverio. Se registran unas 1.500 casas, la mayoría abandonadas o aisladas. No podían imaginar que el zulo estuviera en una zona habitada, incluso con vecinos en casas contiguas. En cuanto a los verdugos, la secuestrada distingue hasta ocho voces distintas, aunque varias eran producidas por la misma persona.

El desenlace de la investigación

Tendrán que pasar aún cinco años para que la policía tire de un hilo que inculpe a Antonio Guirado, el policía municipal del que siempre se sospechó. En 1999, la Guardia Civil descubre indignada que la Policía Nacional tiene una información clave guardada desde hace años. En un documento, otro agente de Olot afirma que Guirado le propuso secuestrar a una farmacéutica. El 10 de marzo de ese año, el sospechoso confiesa que es uno de los secuestradores y facilita el nombre de más implicados: Josep Zambrano, también policía local y muerto por sobredosis en 1997; y Ramón Ullastre, en cuya casa de Sant Pere de Torelló (Barcelona) se haya el zulo.

Agentes policiales registran la vivienda, pero el polémico habitáculo no aparece. Sí descubren un hueco en el garaje y Ullastre confiesa que destruyó el zulo cuando Feliu fue liberada. No obstante, elementos cercanos como una escuela, una iglesia, un río y el ferrocarril coinciden con los recuerdos de la farmacéutica. Ullastre es arrestado y desvela el nombre de otro implicado, Sebastián Comas, al que la víctima conoce como Iñaki. Pero desvela a Sebastián Comas, un camarero es Iñaki. Otros dos hombres, Juan Manuel Pérez Funes y José Luis Paz, también son encarcelados por su colaboración en el secuestro. Pero dos años más tarde, todos ellos vuelven a la calle.

En noviembre de 2002 se celebra por fin el juicio, al que algunos de los inculpados acuden disfrazados. Feliu se ve las caras con sus verdugos y revela detalles desconocidos y sobrecogedores sobre su cautiverio. Finalmente las condenas son de 22 años para los dos 'cerebros' de la operación -Guirado y Ullastre-; de 18 para Montserrat Teixidó -esposa del segundo-; de 16 para 'Iñaki'; y de 14 años para José Luis Paz.

Juan Manuel Pérez Funes es absuelto, al igual que Javier Bassa y Joan Casals. Finalmente, se descubre que la polémica carta que contenía la primera cinta recibida por la familia Feliu fue enviada por Ullastre desde Madrid. A pesar de que no era su letra, la saliva que pegó el sello del sobre sí le pertenecía. A pesar de todo, María Àngels manifestó que nunca se vengaría de sus verdugos. Toda una lección de humanidad, algo que los secuestradores parecían no conocer.

Las secuelas de Feliu

La secuestrada presenta en el momento de su liberación atrofia muscular y fotofobia, dolencias descritas en manuales sobre los prisioneros de los campos nazis. Han sido 492 días de cautiverio, un largo tiempo que impide que sus hijos la reconozcan y que provoca que apenas pueda mantenerse en pie. Lo que más recuerda su esposo tras la liberación es el fuerte mal olor que desprendía su cuerpo y el estado de putrefacción en el que se encontraba la carne de su espalda.

Un día después de ser libre, la ya famosa María Àngels saluda sonriente a sus vecinos tras un año y medio sin verlos. En sus declaraciones muestra más rencor hacia los medios de comunicación que hacia sus propios secuestradores. Y es que se había dicho de todo acerca de ella, desde que se fue de su casa por voluntad propia hasta que estaba muerta y enterrada. De hecho, una vez retomada su vida cotidiana, Feliu sigue manifestando un fuerte sentimiento hacia uno de sus verdugos, Iñaki. Él es con quien más relación tuvo, pues era el encargado de alimentarla y su liberador. Incluso admite que habría estado dispuesta a pasar más tiempo en el zulo a cambio de que a él no le pasara nada.