María Martinón-Torres reivindica el "papel crucial de las abuelas" en la longevidad de nuestra especie

  • La paleontóloga gallega acaba de publicar "Homo Imperfectus", una mirada distinta a nuestra evolución como especie

  • "La selección natural aumenta los años en los que nos dedicamos a cuidar de los demás, y esto es importantísimo a nivel biológico"

  • "Somos un ser social. El problema viene cuando nos habituamos a las relaciones a distancia. Porque nuestra naturaleza es otra"

Hablar con María Martinón-Torres es contagiarte de pasión por el ser humano, de asombro por nuestro pasado y optimismo sobre el futuro de nuestra especie. Es escuchar, aprender, entender… y querer seguir escuchando, aprendiendo, entendiendo durante horas y horas. La médico gallega, reconvertida después en paleoantropóloga y experta en evolución humana, es, además, una gran divulgadora. Lo demuestra en esta entrevista, y en cada página de “Homo Imperfectus”, su último libro.

En él, la científica, que dirige el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, recorre la historia del Homo Sapiens desde una mirada muy distinta a la que estamos habituados. Desde sus imperfecciones, sus fragilidades, sus temores… “Hay que hacer sitio para contar esos rincones más oscuros del ser humano”. El subtítulo del libro ya anticipa ese enfoque: “¿Por qué seguimos enfermando a pesar de la evolución?” Martinón-Torres cambia nuestra mirada sobre las enfermedades, o el envejecimiento, entre otras muchas cosas. Leyéndola, y escuchándola, entendemos cómo y por qué nuestros aparentes “defectos” son clave para el éxito adaptativo de nuestra especie.

Pregunta: ¿Por qué el título de “Homo Imperfectus”? Llama la atención, en una sociedad que ensalza lo contrario, la búsqueda del hombre y la mujer “perfectos”.

Respuesta: Como paleoantropóloga que siempre he intentado entender al ser humano, hacía tiempo que tenía ganas de contar una visión muy personal sobre la naturaleza humana. Parece que siempre se ha contado en clave triunfalista. Siempre tratamos de explicar las características que nos han permitido hacernos un sitio en el mundo, a la luz de la selección natural. Somos una de las especies de las especies mejor adaptadas, tanto que hasta se puede decir que hemos adaptado el planeta a nosotros mismos. Pero parece que nunca había cabida para nuestra enfermedad. Y el ser humano convive con la enfermedad y con la imperfección. La cuestión es: ¿hasta qué punto eso se puede explicar con la selección natural? ¿o resulta que es una chapuza la selección natural?

Hay que hacer sitio para contar esos rincones más oscuros de nuestra evolución, del ser humano. Porque no reflejan solo un fallo, sino que pueden estar hablando cuestiones evolutivas importantes para nuestras fortalezas y debilidades como especie. Podemos extraer muchísima información sobre nosotros mismos estudiando nuestras enfermedades.

P: ¿Sería algo así como reivindicar la utilidad evolutiva de la imperfección?

R: No es que la enfermedad por sí misma sea positiva, sino saber por qué surge. Y lo hace por dos cuestiones, sobre todo. Porque hay un desajuste entre la biología y este mundo que hemos creado. Hemos transformado radicalmente los estilos de vida y el ambiente en que vivimos, que son radicalmente opuestos a aquellos por los que se creó nuestra especie. La biología cambia, pero mucho más lentamente.  

Nuestro esqueleto sigue siendo el mismo que el de ese homínido que se originó en África hace 3.500 millones de años. Y la vida entonces no tenía nada que ver con la de ahora. Ahora nos pasamos sentados o acostados la mayor parte del día. De hecho, muchas de las enfermedades actuales son consecuencia de la civilización. La obesidad, las isquemias, los infartos… demuestran que biológicamente y culturalmente no hemos evolucionado al mismo ritmo. La evolución no va a ese ritmo. Y la biología se abre camino buscando equilibrios. Muchas de las enfermedades son el precio a pagar por cosas como vivir más años. Las neurodegenerativas, por ejemplo, son el precio a pagar por haber tenido éxito en otras cosas.  

P: Otra idea clave del libro es que somos seres sociales, no individuales, que nuestra fortaleza es grupal. También va un poco en contra del mundo actual, tan individualista…  

R: Sí y no. El ser humano vive entre dos tensiones, la individual y la grupal. Ser conscientes de nosotros mismos y encajarnos dentro de un grupo, que aporta mucha variabilidad a la especie. Por un lado, somos conscientes de nosotros mismos y nuestras singularidades, y por otro lado está nuestra fortaleza social, que nos la da el hecho de pertenecer a un grupo. El frágil es el que está solo, se siente rechazado o no tiene acceso a los recursos.

P: En el libro se explica que es más frágil el que está solo que el que está enfermo. ¿La soledad es peor que la enfermedad?

R: Estar solo o sentirse solo es uno de los mayores miedos. Ahora lo hemos visto en la pandemia, por ejemplo. Nos hemos visto obligados a desnaturalizar las relaciones. Aunque estuviéramos conectados de forma virtual de mil maneras, ha habido mucha gente que se ha sentido sola. Y hemos visto cuadros depresivos, alteración del ánimo, hasta autolesiones. De hecho, uno de los principales problemas que existe a día de hoy es el aumento del suicido, que ya es la primera causa de muerte no natural. Y en todo esto, esa soledad ha sido crucial. El aislamiento es algo contra natura. La naturaleza humana es social, e incluso hipersocial.

P: ¿Qué quiere decir ser hipersocial?

R: Ser hipersociales significa que somos capaces de relacionarnos incluso con aquel que no está, no conocemos o no hemos visto nunca, gracias a la capacidad de abstracción. No necesitamos tenerlo delante. Y esa capacidad de hiperrelación incluso con el que no está nos permite estar conectados, pero durante la pandemia es que no tuvimos alternativa, fue un momento extremo. Y el problema viene cuando nos habituamos a las relaciones a distancia. Porque nuestra naturaleza es otra. Nunca esa tecnología podrá sustituir la importancia del contacto real.

El problema, a día de hoy, es que nuestra tecnología nos ha dado la capacidad de compartir información en un mundo virtual, y nuestras relaciones con los otros y con la naturaleza se han virtualizado. Corremos el riesgo de perder la empatía, la capacidad de ponernos en el lugar del otro. Y precisamente gracias a ella, somos capaces de reconocer amigos y enemigos. Cuando estamos en la distancia y perdemos el contacto físico, perdemos mucha parte de la empatía, la compasión y la pertenencia al grupo.

Pero no creo que hayamos perdido ese sentido social, seguimos sintiendo y sigue habiendo solidaridad. Existe un riesgo de que lo perdamos en el día a día, porque hemos perdido contacto directo. Y el ser humano es un animal que necesita alimentarse de contacto físico para poder desarrollar la principal arma que tenemos para salir adelante, que es la empatía. Ahora somos muchos y estamos muy juntos, pero no siempre estamos muy próximos. Y pasa lo mismo con la naturaleza.

P: De hecho, todo esto hace pensar en la crisis climática, en las décadas y décadas que llevamos tratando de cambiar las cosas y en lo difícil que está siendo. Quizá porque no se ve el planeta como casa común. Y porque parece que lo común no es de nadie, en vez de ser de todos.

R: Aquí estamos ante un problema muy complejo. Somos la única especie, a día de hoy, que es capaz de preocuparse por conceptos tan abstractos como el porvenir del mundo, por problemas que están fuera de nuestra escala temporal. Y eso es algo positivo. Somos capaces de hablar de nuestra propia extinción. Eso ya es una singularidad, significa que no nos da igual. Somos una especie capaz de viajar en el tiempo, rememorar el pasado para anticipar el futuro. De hecho, al hacer ambas cosas se activan las mismas regiones del cerebro. Pero aquí estamos hablando de un problema con una envergadura que no se puede solucionar con decisiones individuales. Necesitamos acciones globales porque hablamos de un problema global.

En la pandemia vimos que era posible actuar así, con el desarrollo de las vacunas, por ejemplo. Cuando asumimos todos que un problema es global, lo podemos hacer. Se puede. Pero en muchos casos no se ve la urgencia. El cambio climático es algo que se ve a largo plazo, no se ve la urgencia inmediata.

P: Otra pieza clave del libro es el papel de la longevidad. Vivimos más que nunca, pero sin embargo no hemos alargado nuestro periodo reproductivo. Explícanos por qué la selección natural ha apostado por esto.

R: Si analizamos nuestro ciclo de crecimiento, vemos que la mayor parte de nuestra vida somos dependientes. Hemos aumentado los años en los que dependemos de los demás. Tenemos la niñez, la adolescencia, después un periodo en que somos autónomos y adultos, pero después llega una larguísima tercera edad. Nuestra vida se prolonga mucho más tiempo, ahora, después del periodo reproductivo. A primera vista, puede parecer un sinsentido. Parecería que lo lógico sería aumentar los años que vivimos para poder tener más hijos, pero no es así. ¿Qué quiere decir?

La selección natural ha primado aumentar esos años de vida para contar en nuestras tribus con una parte de individuos que juegan un papel crucial en sacar adelante a los hijos, y a los hijos de esos hijos. Porque en una especie con individuos tan dependientes unos de otros, esto es básico. La selección natural aumenta los años en los que nos dedicamos a cuidar de los demás, y esto es importantísimo a nivel biológico. Pero también para el conocimiento. Tener abuela es un lujo, ¡y ya no digamos bisabuela! Entender esto da otro significado a la dependencia humana.

P: Hablas de “abuelas”, en femenino… no de abuelos. ¿Por qué?

R: El papel crucial es el de las abuelas, porque se ha modificado una etapa muy importante en la fisiología femenina: la menopausia. Curiosamente, en nuestra especie, ese parón en la capacidad reproductiva se produce muy pronto, demasiado pronto para los años que nos quedan por vivir después. El resto de animales no tienen menopausia. En nuestro caso, llega muy pronto el cese de la fertilidad, cuando todavía tenemos condiciones físicas o mentales buenas o muy buenas.

Lo que se ha favorecido es que, en esas mujeres, la menopausia no es un deterioro asociado a la edad, sino que se interrumpe la fertilidad como estrategia reproductiva de éxito. Se ha favorecido que cese antes la fertilidad para que esas mujeres se puedan dedicar a esas tareas fundamentales, es en ellas donde la selección natural ha incidido. Porque esas mujeres ya tenían un papel fundamental en sacar adelante a los hijos y en liberar a las madres de esa dependencia del hijo. Y además, las abuelas son reservorios vivos de experiencia y conocimiento. Las abuelas enseñaban a los nietos a recolectar, a defenderse, a salir adelante.

P: Esto implica una visión absolutamente distinta de la menopausia. No como algo negativo, una señal de envejecimiento, sino como algo con claros beneficios para el éxito colectivo, como especie.

R: Claro. No es verlo como un deterioro, como parte del envejecimiento. El cese de la fertilidad llega antes de tiempo, pero por algo beneficioso para el grupo, el beneficio es fundamental para el éxito del grupo. Un chimpancé, por ejemplo, a los 35 años, cuando cesa su capacidad reproductiva, ya está en condiciones decrépitas. No es nuestro caso. Un individuo tiene mucho que aportar más allá de nuestra capacidad reproductora, y eso dice mucho de nuestra especie. Todos jugamos un papel fundamental en la vida de los demás, desde muy pronto y hasta muy tarde, para el crecimiento y amparo de las personas que están a nuestro alrededor. Somos una especie muy dependiente.

P: En la propia dedicatoria del libro reivindicas el papel de los abuelos. Incluso citas a tus padres como tales, otorgándoles ese papel: “A mis abuelos y los abuelos de mis hijos”...

R: Sí, yo he tenido la suerte de que mis hijos han tenido abuelos y bisabuelos. Eso es un lujo. Y ese papel lo valoro muchísimo. Sí, le dedicatoria era una reivindicación de la figura de mis padres como abuelos.

P: Antes de acabar, quería hablar de otro epígrafe del libro: “La maldición de ser listo”. ¿Qué significa?

R: Uno de nuestros órganos más prominentes es el cerebro. La inteligencia es la capacidad de adaptación y de resolver problemas, la capacidad de anticipar el futuro. Pero también de ver peligros, donde los hay e incluso donde no los hay. Un cerebro que piensa puede llegar a pensar demasiado y ver problemas donde no los hay. En algunas personas ocurre que, en momentos determinados, ese cerebro se pasa de revoluciones, y entonces nos preocupamos demasiado y nos angustiamos.

Ya se ha visto que personas con coeficientes intelectuales muy altos tienen mayor riesgo de padecer ciertos trastornos, como alergias, asmas, cuadros autoinmunes… Eso sería un poco la maldición de ser listo. Porque sabemos que, si se activa el sistema de alerta de manera crónica o exagerada, eso a su vez está activando otros sistemas, que también se encienden. Esas alertas activadas activan también el desgaste en otros tejidos, y eso, por ejemplo, puede acabar deteriorando el sistema inmune. Esas serían las consecuencias negativas de cerebros con altas capacidades, que nos pueden hacer más propensos a padecer ciertos trastornos mentales.

Pero la naturaleza juega con equilibrios. Hablamos de alteraciones para el individuo pero que, en global, son consecuencia de características que la evolución ha favorecido. Es bueno para el grupo tener a alguien así, porque nos protege frente a lo que pueda venir. Pero claro, es un incordio para el que lo sufre, ser capaz de ver peligros donde los hay y donde no los hay.

P: “Homo Imperfectus” se presenta como una “crónica de la lucha de nuestra especie por sobrevivir en un mundo cambiante”. Y el mundo, ahora, es más cambiante que nunca, o al menos cambia más rápido que nunca. ¿Sobreviviremos?

R: Yo, en general, soy optimista. Somos una especie que es capaz de crear grandes problemas, pero también es muy buena resolviéndolos. Tenemos una capacidad transformadora enorme, pero creo que es necesario que hagamos una reflexión de a dónde queremos ir. Porque somos una especie que puede conducir el futuro, incluso. Ahora tenemos una capacidad tremenda para escribir nuestro futuro. El problema es que no hemos decidido a dónde queremos ir. Quizá nos tenemos que sentar y pensarlo un poco.  

Ahora mismo, la tecnología nos lo permite, las herramientas están ahí, pero a veces se nos quedan grandes. Nos permiten hacer muchas cosas, pero no sabemos muy bien para qué queremos utilizarlas.