De la gallina que inventamos hace 8.000 años al pollo como alimento universal

  • Un científico sugiere que el consumo masivo de pollo marcará el registro de una nueva era geológica

El 25 de junio Andrew Lawler publicó un interesante artículo en Science sobre el debatido y poco conocido origen de la domesticación del pollo. Por extraño que parezca, el hábitat natural de la gallina es la granja. En la naturaleza, no es posible encontrar al pollo (Gallus gallus domesticus) viviendo de forma silvestre por la sencilla razón de que no existe.

La gallina fue domesticada hace más de 8000 años por personas que habitaron el sudeste asiático y el sur de China a partir de aves gallináceas relacionadas con la familia de los faisanes. El hábitat natural de estos pájaros son las zonas tropicales húmedas y subhúmedas del sur y sureste de Asia.

En contraste a los ancestros salvajes, la gallina de corral, seleccionada y diseñada por el ser humano durante miles de años, se ha adaptado con efectividad a gran diversidad de entornos, incluidos los áridos y semiáridos.

Los huesos de pollo como marca geológica

Hoy en día, el pollo es el animal de granja más común a la vez que el de mayor consumo a nivel mundial. Las estadísticas indican que, la población de esta ave supera los 24.000 millones de individuos y qué de media, los humanos ingerimos más de 43 kilogramos de carne de pollo por persona y año, unas comerán algo menos y otras un poquito más. Son tantos los pollos que hemos comido en las últimas décadas, que los huesos de los que hemos arrancado su carne y que después hemos tirado a la basura pueden contabilizarse en cientos de miles de millones.

Tal es la cantidad de huesos de pollo que hemos generado en poco menos de 60 años, que algunos investigadores como el geólogo Jan Zalasiewicz de la Universidad de Leicester, aseguran que en el futuro, estos desperdicios que están alojados en todos los vertederos del planeta, pueden constituir una evidencia fósil clave para establecer el comienzo de una era concreta de la Humanidad.

La inventora del pollo de engorde

A principios del siglo XX, la producción de carne de pollo era una actividad subsidiaria de la industria del huevo, pero gracias al ímpetu y decisión de la estadounidense Cecile Steele, propietaria de una granja en Delaware (USA), el negocio comercial de los pollos para engorde despegó en 1923. Aquel año Cecile crió una bandada de 500 polluelos destinados a ser vendidos para carne y la rentabilidad de los resultados provocó que pocos años más tarde, en 1926, la pionera construyera una granja de engorde con capacidad para 10.000 aves.

La producción industrial de pollos tuvo un impulso definitivo con el descubrimiento de la vitamina D y los efectos que tiene en el organismo. La vitamina D, es sintetizada de forma natural mediante la acción de los rayos ultravioleta y su deficiencia extrema y prolongada provoca raquitismo en el ser humano.

La vitamina D, indispensable para la industria del pollo

En aves, la deficiencia en vitamina D provoca problemas óseos y roturas de huesos, siendo la cojera el síntoma común en los pollos. Hay que tener en cuenta que en las aves de corral alojadas en el interior de naves durante gran parte o durante todo el año, el acceso a los rayos ultravioleta que penetran en el interior es insuficiente para producir vitamina D. Por ello, para el desarrollo y la productividad adecuada de los pollos de engorde de entre 0 y 18 semanas es necesario aportar a la dieta 200 Unidades Internacionales por kilogramo de vitamina D3.

En 1952, los pollos especialmente criados para la producción cárnica (los llamados "broilers") superaron a los pollos de granja como la fuente número uno de carne de pollo en los Estados Unidos de América. Entrada la década de 1990, el consumo de carne de pollo en los Estados Unidos de América superó al de cualquier otro tipo de carne y en 1991, cerca del 25% del pollo consumido era comercializado por establecimientos de comida rápida.

La demanda del producto animó al Gobierno estadounidense a patrocinar los primeros envíos de cuartos de patas de pollos congeladas y producidas en el país para la extinta Unión Soviética. La escasez de alimentos que en aquel momento experimentaba la antigua URSS, incentivó a que Mijaíl Gorbachov y George H. W. Bush firmaran en 1990 un acuerdo comercial para la transacción de las patas de pollo. Con mofa, los consumidores soviéticos apodaron a las populares patas congeladas de pollo estadounidense como “piernas de Bush”.