El año sin verano: cómo un desastre natural creó el monstruo de Frankenstein

  • Comienza el verano del coronavirus: ¿qué huella cultural dejará este nuevo desafío de la naturaleza?

En abril de 1815, tras el regreso de Napoleón de la isla de Elba donde permaneció desterrado nueve meses, Europa asistía expectante al periodo conocido como los Cien Días. Mientras, a 13.000 kilómetros de distancia, en una lejana isla de Indonesia ocurría una gigantesca erupción volcánica.

Un año después, vencido Napoleón y exiliado en la isla de Santa Elena, otro fenómeno, esta vez natural, tenía asombrado al continente europeo. El frío y el tiempo desapacible no desaparecieron con la llegada del verano. El desconcierto era mayúsculo y la causa desconocida.

La tremenda explosión del volcán Tambora

El año 1816 es apodado como 'el año sin verano' a consecuencia de un cambio climático provocado el año anterior por la erupción del volcán indonesio Tambora, la más potente registrada en la historia de la Humanidad. El estratovolcán Tambora es un coloso de 2850 metros de altura coronado por un cráter de unos 6 kilómetros de diámetro y 1500 metros de profundidad.

La erupción aconteció el 5 abril de 1815 y el estallido pudo oírse a más de 1000 kilómetros de distancia. El 10 de abril sucedió otra atronadora explosión, mucho más violenta, que fue percibida a 2500 kilómetros de distancia y reventó la mitad de la montaña. La columna de ceniza superó los 43 kilómetros y apagó el Sol durante varios días en 600 kilómetros a la redonda. Poco a poco los aerosoles volcánicos alcanzaron la estratosfera generando intensos amaneceres y ocasos de un vibrante color rojo-anaranjado.

Y al igual que la ceniza volcánica deja una patente línea oscura en los estratos geológicos, 'el año sin verano' dejó una marca sustancial en el registro cultural de la época con la creación del monstruo Frankenstein.

El insólito verano del coronavirus

Este año 2020, el verano astronómico en el hemisferio norte comienza el 20 de junio. Será nuestro primer verano con el coronavirus SARS-Cov-2. La pandemia ha provocado un cambio en los hábitos y en las prácticas rutinarias e incluso en el comportamiento y en la percepción social. ¿Qué huella cultural dejará este nuevo desafío de la naturaleza?

A lo largo de la historia, las epidemias y otros desastres naturales han originado desazón, incertidumbre, miedo e incluso una transformación mental que ha sido plasmada en diferentes tipos de expresiones artísticas como la literatura o la pintura. Los ejemplos son variopintos e incluyen fatídicas infecciones bacterianas como la peste negra que asoló Europa en el siglo XIV y que facilitó el origen del Renacimiento hasta la poderosa erupción volcánica de Tambora que cubrió de tinieblas el continente europeo en el verano de 1816.

El volcán que dejó a Europa sin verano

La inusual belleza primigenia que mostraron los cielos tras la erupción de Tambora en 1815 escondía un cambio en el patrón de la circulación atmosférica que afectó al continente europeo el siguiente año. El invierno de 1816 fue duro y las nevadas, acompañadas de raros copos de color marrón y rojizo, asombrosas.

Las anomalías volcánicas quedaron combinadas con el Mínimo de Dalton, una histórica caída de la actividad solar que indujo a un descenso de la temperatura global por debajo del promedio registrado. Los efectos más evidentes y devastadores llegaron en la primavera y en el principio del verano.

El termómetro no remontó y el frío acarreó numerosas heladas que aniquilaron las cosechas del oeste de Europa y el noreste de Norteamérica. Por supuesto, la zona más afectada fue el sureste asiático que sufrió la alteración del monzón durante tres años seguidos. Algunos autores apuntan que el cambio en el monzón fue la causa principal de que apareciera la Primera pandemia de cólera de 1819 y que en poco tiempo recorrió Asia, Europa oriental, Oriente Medio y parte de África.

El de 1816 fue un verano de días lluviosos y desapacibles, en especial en el centro de Europa. Igual que ahora, la relación de las personas con su entorno cambió y la sociedad sufrió una severa transformación. El hielo y la lluvia provocaron cientos de miles de muertes y el poder de la naturaleza quedó convertido en motivo recurrente para pintores, escritores y compositores.

El concurso de Lord Byron

Numerosas personas cambiaron sus planes estivales. Entre ellas, un grupo de jóvenes escritores entre los que se encontraban el aristócrata británico George Gordon Byron que era conocido como Lord Byron, su médico John Polidori, Percy Shelley y su prometida Mary Godwin, quien más tarde adoptaría el nombre de Mary Shelley, y Claire Clairmont que estaba embarazada por Byron y era hermanastra de Mary. El grupeto de amigos escogió la Villa Diodati, cerca del Lago Leman para disfrutar de unas semanas de descanso, pero el clima fastidioso y destemplado impidió las excursiones y los paseos en barca, manteniendo a la cuadrilla encerrada en la mansión.

Con el tedio instalado en cada una de las vigas del inmueble, el 18 de junio de 1816 Lord Byron ideó un concurso en el que retó a sus compañeros a escribir historias de terror. Los días eran tan oscuros que Lord Byron aseguraba que las gallinas subían a dormir a sus palos a mediodía.

El nacimiento de Frankenstein

La negrura atmosférica y el sentimiento nostálgico que imprimía el clima empujó a Lord Byron a escribir Oscuridad, un poema melancólico con tintes apocalípticos que es considerado una de sus mejores obras. Los demás no quedaron rezagados y John Polidori escribió la novela El Vampiro, precursora del género literario que muestra a los vampiros como seres aristocráticos, lujuriosos y cautivadores. La novelilla de Polidori tuvo poco éxito, pero acabó por convertirse en modelo para el “Drácula” de Bram Stoker. Sin duda, la ganadora del certamen fue Mary Godwin, que apoyada en el entorno tormentoso imprimió un ambiente fantasmagórico e inquietante a una novela gótica que tituló Frankenstein o el moderno Prometeo.

De Noche de paz a la Balsa de la Medusa

No fueron los únicos creadores inspirados por el gélido clima. Aquel año el sacerdote Joseph Mohr creó un pequeño poema de seis estrofas. Dos años más tarde, ayudado por el maestro y organista austriaco Franz Xaver Gruber, añadieron música a la letra y concibieron el famoso villancico Noche de paz que fue cantado por primera vez en la misa de navidad de 1818 en la iglesia de San Nicolás del pueblecito austriaco de Oberndorf bei Salzburg.

El año sin verano de 1816 también marcó los atardeceres asombrosos y enérgicos con nubes oscuras y verdosas que pintó el artista francés Théodore Géricault en su obra Balsa de la Medusa y los refulgentes ocasos plasmados en los maravillosos paisajes creados por el pintor inglés William Turner.

Confiemos que 2020 no sea otro año sin verano, pero es probable que la experiencia inverosímil provocada por la pandemia del coronavirus haya inspirado a artistas de toda índole, y que en pocos meses o años asistamos a la presentación de alguna soberbia obra qué con el tiempo, al igual que el Frankenstein de Mary Selley, quedará convertida en una pieza inmortal.