Paloma Díaz-Mas, nueva académica de la RAE: "Las lenguas cambian por el uso, no por imposiciones del poder"

  • La filóloga y novelista madrileña ocupa la silla i, vacante tras el fallecimiento de Margarita Salas

  • Experta en la cultura sefardí, denuncia las sociedades intolerantes, como la que expulsó a los judíos de España

  • Advierte contra los intentos del poder por influir sobre la lengua: "Un real decreto para decir "niñe" no tendría efectividad"

El Pleno de la Real Academia Española (RAE) acaba de elegir a la filóloga y escritora Paloma Díaz-Mas para ocupar la silla ila si, vacante desde el fallecimiento de Margarita Salas, el 7 de noviembre de 2019.

Paloma Díaz-Mas (Madrid, 1954), que ha trabajado principalmente como profesora en la Universidad del País Vasco e investigadora en el CSIC, es una gran experta en la literatura en judeoespañol, la lengua de los sefardíes después de la expulsión de los Reyes Católicos.

Pregunta: Adivino que sobre eso versará su discurso de ingreso en la Academia.

Respuesta: Sí. Tengo especial ilusión porque es el tema que he trabajado más y porque creo que no ha habido ningún discurso de ingreso monográfico sobre la cultura sefardí. También habrá unas palabras para mi predecesora, la científica Margarita Salas.

P: Conocemos poco de la cultura sefardí.

R: Los sefardíes fueron expulsados de las coronas de Castilla y Aragón. En Portugal fueron convertidos. Es una cultura muy cercana, pero muy desconocida en España. Hay que recuperar esa riqueza como parte del patrimonio cultural hispánico. Merece la pena conocer esa lengua, esa cultura y esa literatura. En la diáspora se desarrolla el judeoespañol, que deriva del castellano medieval pero con influencias del hebreo, las lenguas balcánicas, el turco y de otras zonas donde se asentaron los sefardíes.

P: A diferencia de otros judíos, los sefardíes siempre han estimado la tierra de donde fueron expulsados, Sefarad (España).

R: La mayoría están muy orgullosos de sus orígenes hispánicos. En la Edad Media la cultura judía vivió un florecimiento en la ciencia, en la literatura, de la filosofía. Los sefardíes consideran muy venerable ese pasado pero tampoco olvidan que muchos fueron expulsados y que los conversos fueron perseguidos por la Inquisición. Hay ese doble sentimiento.

Toda sociedad intolerante pierde: la intolerancia es un mal negocio en todos los sentidos

P: ¿Perdió mucho la cultura española tras la expulsión de los judíos?

R: Toda sociedad intolerante pierde, la intolerancia es un mal negocio en todos los sentidos. Pero era el momento en que se estaban construyendo los estados nacionales europeos, y un elemento clave era la unidad religiosa. Fue una pérdida cultural, demográfica y económica. Además cerró las mentalidades. Las sociedades con mentalidad abierta y tolerantes a la diversidad se enriquecen en muchos aspectos.

P: ¿Fue Al Ándalus más tolerante?

R: Al principio sí, pero cuando los almohades se hicieron con Al Ándalus empezaron las persecuciones. Hubo judíos que se exiliaron a los reinos cristianos del norte y otros como Maimónides que huyeron a Egipto. Es un tópico el Al Ándalus tolerante. Todo se acabó de fastidiar a finales del siglo XIV, con una serie de movimientos antijudíos, hasta la expulsión con los Reyes Católicos.

P: Incluso entre los escritores españoles había mucho antisemitismo.

R: Quevedo era más intolerante, con textos que son panfletos antijudíos. Cervantes era más abierto, había estado cautivo en Argel, en contacto con otras culturas, incluso hay sefardíes en sus obras.

P: Hablando de Cervantes. Usted publicó un trabajo llamado El léxico del Quijote judeoespañol: estrategias de adaptación.

R: Lo escribí con María Sánchez-Pérez, de la Universidad de Salamanca. Ella descubrió la única versión de varios pasajes del Quijote en judeoespañol. Los había publicado un periódico sefardí de Estambul en los años 80 del siglo XIX. El autor era un periodista que había leído en castellano el Quijote y lo adaptó para sus lectores. Hace acotaciones, sustituye palabras, incluso explica qué son los libros de caballerías.

P: ¿Un español se entendería con un sefardí?

R: Sí, perfectamente, aunque el judeoespañol incorpora algunas palabras de otras lenguas como el griego, el hebreo, el turco. Los sefardíes no dicen que hablen judeoespañol, sino la lengua española. Somos nosotros lo que decimos judeoespañol. Luego está el ladino, que es la traducción del hebreo a las lenguas romances (aunque en Israel se utiliza como sinónimo del judeoespañol).

Hoy yo no podría decir que la Real Academia me ha vetado por ser mujer

P: ¿Dónde se conserva mejor la lengua sefardí?

R: Sólo se conserva en en ámbitos familiares, muy reducidos. Sobre todo en Estambul, y luego en Esmirna y Salónica. Pero es una lengua en recesión desde principios del silgo XX y quedó para el ámbito familiar. Fue un golpe terrible para ella el Holocausto, sobre todo en los Balcanes.

P: Cambiando de tema. Usted es la octava mujer entre una cuarentena de académicos. El ministro Pedro Duque dijo recientemente que las Reales Académicas son machistas.

R: Yo no lo diría tan bruscamente, aunque es verdad que hay menos mujeres que hombres. Pero es que la Real Academia de la Lengua ha estado vetada a las mujeres hasta hace relativamente poco. Personalidades muy relevantes como María Moliner no fueron admitidas por ser mujeres. Hoy yo no podría decir que la Real Academia me ha vetado por ser mujer. Optábamos a la silla i dos mujeres; mi predecesora era mujer. Todavía no hay paridad, pero sí hay una integración, también en las actividades y el personal de la Academia.

P: El exdirector de la RAE, Darío Villanueva, denunciaba en una entrevista en NIUS la intromisión de la política en la actividad de los Academia.

R: Es como si fuera la Academia quien manda a los hablantes cómo hablar cuando lo que hace es justo lo contrario: recoger cómo se usa la lengua y establecer cómo funciona. A veces desde el ámbito político se pretende que la Academia actúe no ya como árbitro, sino como organismo que impone determinados usos lingüísticos. Esa no es su función. Desde la Academia no se pueden imponer usos lingüísticos. Es poco realista que los políticos de un país decidan que hay que decir tal cosa de una manera y que luego hablen así todos los hispanohablantes (también los de fuera de España). No es posible imponerle a cientos de millones de hablantes cómo tienen que hablar.

Un real decreto para decir "niñe" no tendría efectividad

P: Pues hay quien no ceja en su empeño: la ministra Irene Montero dijo el otro día “hije”, “niñe” y “todes”.

R: La lengua española tiene unas marcas de género para el masculino y el femenino. No puede inventarse un género intermedio y pretender que cambie la morfología de la lengua. No creo que tuviera efectividad un real decreto que dijera que hay que decir “niñe”. Las lenguas cambian por el uso de los hablantes, no por imposiciones desde el poder. No funciona así.

P: Usted es filóloga, pero también novelista. Ahora va a tener menos tiempo para escribir.

R: No necesariamente. Yo siempre he compaginado mi actividad profesional con la escritura. Lo hago de una forma muy pausada, muy a mi ritmo y a mi aire. Creo que lo puedo compaginar, porque además estoy jubilada de mis otras actividades.

Ahora escribimos más que antes, aunque sea más chapuceramente

P: Una última pregunta. En la época de Netflix y el móvil, ¿está amenazada la literatura?

R: No, porque también ahí hay un componente literario. Algunas series están basadas en obras literarias, y otras son obras literarias de por sí, porque son guiones. Hay un relato, una narración que a veces la gente acaba leyendo. Creo que Internet y los medios informáticos han contribuido a difundir muchos textos. Ahora escribimos más que antes, aunque sea más chapuceramente. A través de los correos electrónicos, ha vuelto la epistolografía, el arte de escribir cartas, que se había perdido. Whatsapp y otras redes nos hacen estar escribiendo continuamente. Hay una falsa impresión de que hemos dejado de escribir y leer, cuando nos pasamos el día haciéndolo. No nos damos cuenta porque nos entra por otra vía que no es la tradicional. Leemos más que antes pero por otros medios.