Cuando la selección de fútbol devolvió la autoestima a Marruecos en 90 minutos

Desde el ya lejano arranque del año 2011, cuando la primavera del descontento árabe dejaba su secuela en forma de manifestaciones en los bulevares de Casablanca, Rabat, Marrakech o Tánger, no se recordaba algo parecido en Marruecos. A diferencia de aquellas variopintas marchas reivindicativas en las que las que predominaban muecas esperanzadas pero serias, los rostros de quienes el pasado domingo se echaron a la calle en suburbios y centros, campos y ciudades de todo el país eran, por el contrario, de exultante alegría.

Marruecos se había impuesto con solvencia, por dos tantos a cero, a la selección de Bélgica, la primera vez que el combinado magrebí ganaba un partido de un Mundial de fútbol en 24 años (y la tercera ocasión en toda su historia en la máxima competición de selecciones). No, los ‘leones del Atlas’, que es como apodan los medios a los jugadores del equipo nacional, no son campeones del mundo (todavía), ni han pasado aún la fase de grupos del torneo. Han ganado un partido tras empatar otro contra Croacia. Que no es poco, sino mucho.

Mucho para un país futbolero como pocos y también sufrido, y precisamente por ello con muchas ganas de celebrar. De sonreír. De llevarse algo a la boca colectivamente después de dos largos años de pandemia y crisis económica que han colocado al límite a millones de personas condenadas a la economía informal y la supervivencia. Todo ello antes de la invasión rusa de Ucrania y la subida de los precios de los combustibles y de muchos productos de primera necesidad. Y de la sequía, la peor de las últimas cuatro décadas, que le ha dado la puntilla a la situación (aún susceptible de empeorar). El deterioro de las condiciones de vida de millones de personas en los últimos años es apreciable, y con él la tristeza de la indignidad y la crispación.

Nadie quiso el domingo pasado perderse el partido, y además, conscientes de que la victoria ante un equipo como el belga era posible, los marroquíes –que entienden del deporte rey y saben que tienen un buen equipo, muchos de sus mejores jugadores se desempeñan en las mejores ligas europeas- quisieron disfrutar del choque juntos, en el salón de casa en familia o con los vecinos o amigos en cafeterías, ese espacio predilecto de la sociabilidad de los marroquíes del Rif al Sáhara pasando por el Atlas y el Atlántico y de uno al otro confín de la escalera social.

Y allí estaban todos, muchos más de los que suelen ser habituales en los cafés –ociosos hombres jóvenes y maduros-, pues allí estaban las mujeres, desde niñas y jóvenes entusiasmadas hasta señoras mayores que durante un par de horas abandonaron sus sufridas rutinas domésticas para saltar y reír como los demás en los veladores de las cafeterías. Y muchos de ellos y de ellas vistiendo la elástica roja o blanca del equipo nacional.

El fútbol como válvula de escape

Con razón, y no por manida la metáfora ha de obviarse, el fútbol es válvula de escape de frustraciones, tristezas y ociosidad en muchos lugares del planeta, Marruecos entre ellos. Si hubo disturbios protagonizados por miembros de las comunidades de origen marroquí –a menudo víctimas del desprecio, la frustración y el desclasamiento en las sociedades del norte de Europa- en ciudades de la propia Bélgica o los Países Bajos, en las calles de Marruecos todo fue alegría y buen rollo (aunque también hubo espacio para los gamberros).

Puestos además a remarcar los simbolismos, los ‘leones del Atlas’ se impusieron precisamente al combinado de Bélgica, uno de los principales países de acogida de las comunidades de marroquíes residentes en el extranjero: de alguna manera latía la reivindicación colectiva de que hay cosas, como este deporte, que pueden hacer mejor los marroquíes que los jugadores de un país rico y desarrollado como la Bélgica a la que los magrebíes emigran.

Pero no es sólo el fútbol una válvula de escape y el opio del pueblo y una religión –desde luego en Marruecos, país muy religioso, no se ha dado el fenómeno de sustitución de sacralidad que se produjo décadas atrás en Europa hacia religiones laicas como el propio fútbol-, también es el balompié un medio de promoción social en un país en el que para mucha juventud no hay otra alternativa semejante hacia la prosperidad que el deporte de alto nivel.

“Uno de los problemas de los equipos marroquíes, que son técnicamente muy buenos, y eso les lastra, es que los jugadores son extremadamente individualistas. Se sienten en la obligación de brillar individualmente en los Mundiales para que se fijen en ellos los clubes europeos y poder salir de la liga nacional”, comentaba recientemente a este reportero un diplomático latinoamericano al respecto.

Entretanto, las autoridades marroquíes celebran el crecimiento del PIB, que aumentará un 3,2% al concluir el ejercicio, y las rutilantes infraestructuras que sin solución de continuidad se construyen a lo largo y ancho del país. Igualmente se enorgullecen de una diplomacia asertiva y desacomplejada que se ha apuntado en los últimos años importantes tantos como el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental por parte de potencias como Estados Unidos o Israel, así como el apoyo a sus posiciones de países como España o Alemania. También las altas esferas y terminales mediáticas proclaman el imponente rearme de las fuerzas armadas marroquíes.

Sin embargo, todo ello definitivamente no toca la fibra sensible de los marroquíes –salvo la cuestión del Sáhara, el mayor de los consensos políticos entre la población- como lo hizo el desempeño de la selección en los noventa minutos mágicos del encuentro contra Bélgica del domingo.

Una de las imágenes de la histórica jornada del domingo en el césped del estadio de Al Thumama en Doha fue la de la madre del jugador Achraf Hakimi, una de las estrellas del equipo marroquí –juega en el Paris Saint Germain junto a Messi-, besando con orgullo la mejilla de su hijo en la grada tras concluir el encuentro. El joven nació en Madrid de padres marroquíes –su padre es de Oued Zem y su madre de Alcazarquivir- hace 24 años. El futbolista mantiene un respetuoso y serio gesto, mirada perdida, hacia su madre. Metáforas reales, en fin, de un pueblo: una madre orgullosa y un hijo feliz de ello; gentes sencillas, emigrantes –el caso de otras estrellas del equipo como Hakim Ziyech- en Europa.

Si el combinado marroquí mantiene el nivel, todo apunta a que los ‘leones’ pasarán a la siguiente fase del campeonato y a partir de ahí el pueblo marroquí comenzará a soñar con cotas mayores. Todos saben que cuando se apagan los televisores y se recogen las sillas y las mesas de los veladores la vida y sus tristezas y apreturas sigue, es verdad. Pero que les quiten lo bailado durante dos horas que hicieron más por el orgullo colectivo que miles de hojas de los boletines oficiales.

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