Quitar el nórdico: el impacto psicológico de este gesto estacional en la era post covid

  • El aumento de horas de luz disminuye la producción de la melatonina, responsable de la regulación de los ciclos de sueño

  • Para la mayoría la llegada del verano es equivalente a felicidad y euforia, pero para personas con bipolaridad, cuadros maníacos o trastornos alimentarios supone un riesgo

El clima, la temperatura y la época del año inciden en el funcionamiento del cerebro. Según varios estudios, la duración del día y de la noche, así como la cantidad de luz que recibimos y el grado de humedad son factores que actúan de manera directa en nuestro estado de ánimo, pero también influye la interacción social, la actividad física y la alimentación. Estamos en los días previos al cambio estacional, aunque en muchos lugares disfrutan ya del verano, una permuta que este año se ve afectada por las restricciones de la desescalada y por casi tres meses de encierro y sus consecuentes secuelas psicológicas.

Según la Asociación Española de Biometeorología, los ritmos biológicos de los humanos se ven alterados por los cambios atmosféricos y los organismos reaccionan psíquica y orgánicamente para adaptarse a ellos. El aumento de horas de luz del verano parece contribuye al aumento de la actividad física y las relaciones sociales, porque pasamos más tiempo al aire libre y rodeados de familia y amigos.

Mayor número de horas de luz disminuye la producción de melatonina

Cambiar la ropa de abrigo de nuestro armario, sacar las chanclas y quitar nórdicos y mantas genera, en la gran mayoría de las personas, un subidón mental porque el buen tiempo invita a disfrutar más de actividades agradables, que permiten desconectar del trabajo o de los estudios. Sin olvidar que el verano, es la época en la que solemos deleitarnos con las vacaciones.

No obstante, no para todas las personas el cambio incide de manera positiva. El aumento de horas de luz y la subida de las temperaturas supone un cambio brusco para el organismo, un proceso de adaptación que para algunas personas es más complejo.

Estos factores meteorológicos alteran el reloj biológico y, al igual que sucede en el otoño, muchos padecen momentos de tristeza y bajón anímico durante las semanas de adaptación al nuevo escenario ambiental. Según Chus González, del Grupo Psyco, el aumento de horas de luz "disminuye la producción de la melatonina, responsable de la regulación de los ciclos de sueño, estado de ánimo, apetito y sexualidad".

El verano no es para depresivos, bipolares y TCA

Tampoco es la estación idónea para personas que padecen bipolaridad, esquizofrenia, cuadros maníacos o desórdenes relacionados con la imagen, como la anorexia. Es más, las variaciones estacionales en los ingresos y hospitalizaciones por estas enfermedades muestran un claro aumento en los meses de primavera y verano, por lo que el clima y la luz solar son algunos de los factores de riesgo asociados a estas enfermedades.

Sobre todo inciden de manera negativa las temperaturas altas prolongadas y las extremas. "Un calor moderado estimula a salir más y a estar de buen humor, pero al superar cierto nivel existe una sobreadaptación del organismo que puede provocar malestar. Las personas que padecen ansiedad, estrés, depresión o patologías de bipolaridad son más propensos a sufrir irritabilidad ante situaciones extremas”, señala Valentín Martínez-Otero, doctor en Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, a Efe.

La llegada del verano es especialmente delicada para las personas que padecen Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA). Según los expertos, los casos de anorexia y bulimia aumentan un 25% en verano. Se estima que los jóvenes entre 13 y 25 años son los más vulnerables, y con una mayor prevalencia entre las mujeres, debido a que cambian de manera radical la dieta para estar más delgados.

Síndrome de la cabaña

Pero una de las consecuencias psicológicas que más preocupan a los expertos tras muchas semanas de confinamiento es el aumento de personas que tienen miedo a salir de casa y contagiarse, sobre todo, entre la población más mayor e, incluso, los más pequeños. Es el conocido como síndrome de la cabaña, un miedo intenso a cambiar de entorno tras un tiempo prolongado de encierro.

"El síndrome de la cabaña no es una entidad clínica. La confinación, por si misma, no es nada saludable a nivel psicológico. Hemos estado seguros en casa y salir conlleva cierto riesgo que hay que asumir con las debidas medidas que nos dan las autoridades sanitarias ¿El mejor modo de combatir el miedo? Hacerle frente", señala el psicólogo Miguel Ángel Rizaldos a Informativos Telecinco.

"Somos conocedores del riesgo real que supone exponernos a salir, es por ello que es normal que puedan surgir sentimientos de inseguridad o incertidumbre. Sin embargo, lo que ocurre en muchos casos es que esta situación está siendo detonante de problemas como hipocondría, ansiedad, depresión… Esto lleva a que asociemos la calle a peligro y percibamos nuestra casa (donde pasamos tanto tiempo) como el único lugar seguro, de forma que cada vez que cambiamos a un entorno fuera de casa, se genera un miedo incapacitante”, señala la doctora Ana Trujillo, psicóloga colaboradora de PsicoAbreu.

Es importante tomar una actitud positiva frente a esta ansiedad e ir poco a poco estableciendo una nueva rutina que nos ayude a re-evaluar el peligro, buscar vías de comunicación y desahogo y el control de aquellos estímulos que generan esa inquietud y malestar. El Colegio de Oficial de la Psicología de Madrid ha establecido una guía completa para afrontar de manera eficaz la desescalada. Entre las muchas pautas que recomiendan, destacan el fomento del contacto social, comunicar las emociones, retomar la actividad física al aire libre dentro de los horarios recomendados y buscar el apoyo profesional en los casos en los que los síntomas no desaparezcan.

Temas