Falsificar monedas es delito si se engaña a las personas, pero no si se tima a las máquinas

Krasimir encontró la fórmula perfecta para engañar a las máquinas del Metro de Madrid. Con dos monedas de diez céntimos y una arandela, fabricaba una moneda de tamaño y peso similar a la de dos euros. Después, la introducía en las máquinas del metropolitano, a continuación anulaba la operación y la expendedora le devolvía los dos euros, ya de curso legal. Así, a lo largo de cuatro meses, repitió esa operación 2.504 veces, estafando 5.000 euros, hasta que fue detenido con las manos en la masa y cuatro fichas falsas en el bolsillo.

Ocurrió entre junio y noviembre de 2014 y en 2021 fue condenado a seis años y medio de cárcel por los delitos de falsificación y estafa. Sin embargo, el Supremo acaba de borrar el primero de esos delitos, porque Krasimir engañó a una máquina, y la falsificación, para ser delito, debe suponer un engaño a una persona.

La sentencia explica que las monedas falsas eran similares a las fichas que se utilizan en las atracciones de feria, o a las que antaño se usaban en en las cabinas públicas, "pero sin hendidura" y que con ellas no se pretendía convencer a nadie de que estaba ante una moneda de dos euros.

El tribunal concluye que “al margen del grosor y el diámetro que pudiera corresponder al de las monedas de dos euros, la apariencia de las piezas metálicas utilizadas en la defraudación excluye el más mínimo riesgo de confusión con una moneda de curso legal. Carecen de todo perfil, de todo relieve, de todo signo identificativo que pudiera hacerles pasar por una moneda de curso legal", es decir, que nadie las confundiría con las monedas legales.

Al no poder engañar a una persona, no hay material para condenar por falsificación y el hecho de "engañar a las máquinas" queda absorbido por el delito de estafa, penado de forma más leve que la falsificación de moneda. De hecho, el castigo de cárcel se queda en cuatro meses de prisión.

El delito de falsificación de moneda

La propia sala señala que el delito de falsificación está castigado con "extraordinaria penalidad", de hecho, la horquilla está entre los ocho y los doce años de cárcel y una multa de hasta diez veces más que lo estafado. El delito está recogido en el artículo 386 del Código Penal y castiga a:

  • El que altere la moneda o fabrique moneda falsa.
  • El que exporte moneda falsa o alterada o la importe a España o a cualquier otro Estado miembro de la Unión Europea.
  • El que transporte, expenda o distribuya moneda falsa o alterada con conocimiento de su falsedad.

En el caso de Krasimir, el juicio tardó tanto en llegar, que la Audiencia Provincial de Madrid le aplicó una atenuante que dejó la pena -pese a ser dos delitos en concurso- en seis años y medio. Además, fue condenado a una multa de 2.500 euros y a a una indemnización a metro de 5.000. El Tribunal Superior de Justicia madrileño lo confirmó, pero ahora el Supremo lo libra del más gravoso de los castigos.

El detalle de las operaciones

Los empleados del Metro de Madrid fueron los encargados de recoger las fichas que Krasimir empleó en numerosas estaciones. Hasta 68 operaciones están detalladas en la sentencia, firmada por cinco magistrados, aunque en total hizo 2.504.

Las que aparecen en la resolución pertenecen a estaciones situadas en zonas prósperas de Madrid, como la calle Serrano, Goya, o Retiro. La primera es del 16 de junio y la última del 27 de septiembre de 2014.

En algunas ocasiones, pocas, repetía la acción dos veces en el mismo día y en la misma estación. Pero parece que tomaba precauciones y que evitaba quedarse demasiado tiempo ante la expendedora para no levantar sospechas.

Sin embargo, no le sirvió de mucho, porque los trabajadores del metro empezaron a encontrar fichas y la Policía acabó dando con él y confirmando su identidad tras varios seguimientos.

El registro de su casa

Cuando se accedió a su casa, los agentes encontraron cuatro fichas "de las mismas características" que las 2.504 que había utilizado en el suburbano.

Junto a las piezas fabricadas, encontraron un blíster de monedas de 10 céntimos; material metálico fundido, posiblemente plomo, de características semejantes a las del anillo que rodea las piezas introducidas en las máquinas expendedoras; recortes de chapa de una lata de refresco que se pegaban entre las dos monedas de diez céntimos, y servían para componer las piezas; y una botella de gas butano, utilizada para la fabricación.

Además, los encargados de vigilarle escucharon un sonido similar al de las pulidoras de metales.

Y no solo eso, también fue visto introduciendo las monedas falsas en la distribuidora de tickets en al menos tres ocasiones.

De nada le sirvió decir que no vivía solo, porque eso no es lo que detectó durante las vigilancias. Tampoco convenció a los tribunales al asegurar que las piezas se las había entregado otra persona. Los jueces no dan crédito a esa versión y le contestan que, además, "no resulta coherente" a la luz de las pruebas obtenidas.

El único argumento que le ha valido es el de no haber engañado a ninguna persona y no haber intentado convencer a nadie de que tenía monedas de dos euros. Es lo que le ha librado de seis años y un mes de los seis y medio a los que había sido condenado.