Iñaki Gabilondo: "España aprendió rápido la regla de la división, la de la suma le cuesta"

  • “Me decepciona la dificultad que veo en la sociedad para entender en qué momento se encuentra. No me cabe en la cabeza”

  • El periodista expone a NIUS las razones de la fatiga y el "empacho" que le han llevado a "dar un paso a un lado" y dejar su comentario diario en la cadena SER

La voz de Iñaki al teléfono suena como tantas veces la hemos escuchado por la radio. Como toda una vida. Rotunda, envolvente, inconfundible. Se va. Y lo anuncia al estilo de aquel Que se pare el mundo que yo me bajo que aún se recuerda de Mafalda como ejemplo de sensatez y sentido común. Iñaki Gabilondo (San Sebastián, 1942) no pide que se pare nada. “Si ha de ser, que sea”, concede, pero no con él. Lo deja y punto. Porque puede y porque quiere.

Reconoce, eso sí, fatiga y desencanto porque ni siquiera tras el colosal impacto de la pandemia somos capaces de reconocernos y abordar las soluciones “como miembros de una misma especie”. Le pesan tantas “pegas y zancadillas” en esta España a la que se le da tan bien lo de dividir “pero le cuesta tanto sumar”.

El fin de sus comentarios diarios en la cadena SER ha dejado helados a muchos de los que ya lo estaban por culpa de Filomena. En su audiencia, en la política y la profesión. Para el que escribe esto, allá por el 87, la primera gran lección del periodismo fue aprender a moverse por los mismos pasillos que Iñaki, en la SER. Por la segunda planta de Gran Vía 32.

Pregunta: El lunes dijiste que dejabas el comentario diario... ¿Lo empiezas ya a echar en falta o no ha habido tiempo todavía?

Respuesta: No, no, noooo... Lo tenía pensado hace mucho tiempo. Yo ya había expresado a mi empresa hace bastantes meses que tenía intención de hacer esto. Habíamos acordado darle un poco de dimensión hasta fin de año. Ya tenía hace meses esto pensado y decidido, por tanto no me arrepiento. Forma parte del proceso natural de la vida. Era hora de dar el paso a un lado porque llevaba acusando meses atrás ya... pues una sensación de peso y de incomodidad en el cometario diario de las actuales tensiones.

P.: Es este un momento en el que vamos de acontecimiento en acontecimiento... el Gobierno de coalición, la pandemia, el asalto del Capitolio, la gran nevada... Una especie de quién da más ¿Te vas con la sensación de haberlo visto todo?

R.: Estamos viviendo cosas que no habíamos vivido nunca. Una situación como la del covid-19, que luego se empalma con el momento en el que la esperadísima vacuna llega pero todavía no puede entrar en los circuitos de la distribución normal puesto que estamos en la emergencia de la nieve... ¡Son cosas muy gordas! El otro día me hizo gracia porque la NASA advertía de que podía haber un asteroide que el año 2022 se acercara a la tierra y que estaba casi en rumbo de colisión... como para confiar en la buena suerte. ¡A ver si nos va a dar un asteroidazo! Es un encadenado un poco... No había conocido yo lo del covid y no creo que lo haya conocido nadie. La sacudida mundial que eso ha supuesto en todos los capítulos es algo absolutamente sin precedentes.

P.: Lo decía precisamente por eso, porque eras jefe en la televisión española el 23-F y le preguntaste a Felipe por los GAL en una famosa entrevista... O sea que por más que pase te pilla curado de espanto...

R.: Ha habido episodios agudos y momentos trascendentes, pero una sacudida de este calibre que ponga boca abajo todo y que esté durando mucho a modo de paso de página... Está pasando en todo el mundo a la vez y está teniendo carácter muy extraordinario que nos debería hace entendernos mejor como miembros de la misma especie. Estamos analizando el tema del covid, y librando las batallas, con una perspectiva local, o nacional, o regional, de noción geográfica o de poder, pero nunca desde un entendimiento de nuestra condición de miembros de una misma especie afectados por una misma cosa. Este es el paso que nos falta por dar. Yo no había conocido nada así. Y no creo que pueda valer ninguna de las experiencias que hayamos podido tener.

Una sacudida de este calibre nos debería hacer entendernos mejor como miembros de una misma especia

P.: Igual había que aprender un poco de eso. Y tomar alguna nota.

R.: Hombre, claro. La primera nota que habría que tomar es esa. A mí me dijo el gran Eudald Carbonell, uno de los directores de Atapuerca, lo que te estoy diciendo: “Los humanos no sé qué más necesitan que les pase para entenderse como miembros de una misma especie. Y poner en común mucha de su capacidad”. En este momento han puesto en común mucha de su capacidad en la búsqueda de vacunas, por ejemplo, pero siguen teniendo una tendencia a creerse que existen soluciones locales, parciales para fenómenos que no tienen solución parcial. Y yo creo que cabe extraer muchas deducciones, pero ésta es una de carácter muy panorámico.

Y luego otras muchas cosas que cabría deducir, para mí la más importante de todas es el entendimiento del valor de los servicios públicos. Es una cosa que se ha puesto de manifiesto de forma clamorosa en este último tiempo para que quien tenga dudas ya no la pueda tener nunca más.

P.: A algunos les cuesta, ¿no?

R.: Sí. El día que yo recibí el gran dato que hubiera debido resultarnos a todos significativo fue el día que se nos confinó y se nos dijo que estábamos todos confinados salvo los que se dedican a los servicios esenciales. Cuando aparece la relación de aquellos que son esenciales pues resulta que hubiéramos debido aprender mucho porque estaban ahí todos los sanitarios, pero estaban también los limpiadores, los repartidores... Estaba un personal que la sociedad no tiene colocado en el ranking de las posiciones destacadas, alguna de ellas incluso en la cola. Y resulta que eran los esenciales.

Esa noticia hubiera debido ayudar a ver quiénes son verdaderamente los esenciales y con qué mirada nueva deberíamos entender esas actividades que muchas veces la sociedad mira así como con desdén. Tenía que haber sido el descubrimiento, para quien tenga que descubrirlo, de la necesidad de unos servicios públicos potentes. Para mí hay cosas que son preideológicas: tiene que haber un tejido social público potente para que un Estado moderno pueda ser un Estado.

El "empacho" y el cansancio

P.: ¿El caso es que estás “empachado”? ¿De qué? ¿De la actualidad? ¿De la política? ¿De los políticos?

R.: Estoy un poco cansado de la disputa fuerte, radical, enconada y con polarizaciones muy grandes habiendo la emergencia que hay. Porque yo sí he conocido momentos de gran enconamiento político, esto no es nuevo, y momentos de una sociedad polarizada. Lo que no he conocido son momentos como éstos en los que la gran emergencia obligaba a todos a poner en común muchas cosas para afrontar una emergencia de esta categoría, y las posibilidades que nos brindan las ayudas de los fondos europeos a los que deberíamos acercarnos con estrategias combinadas, con planes pactados...

Me produce bastante decepción no ya el enconamiento de la política –que lo conozco y me resulta normal, lógico en democracia- sino esta dificultad para poner en común las cosas aunque haya una emergencia de este calibre.

Y eso es lo que a mí me parece fatigoso. Tener que ir cada mañana a entrar a discutir menudeos de peleas y de historias, cuando hay cosas tan importantes pendientes me ha ido produciendo una progresiva fatiga y me ha ido quitando las ganas. Yo no diagnostico tanto la situación como mi sentimiento. Yo hablo de mi sensación.

No es una descalificación a la clase política. Yo nunca descalificaré a la clase política, que es la herramienta que tiene la sociedad para transformarse. Solo digo que no es normal que no se pongan en común las cosas en emergencias como éstas. Los que tenemos la edad que yo tengo vivimos la Transición.

Y nos hemos puesto muy pesados con la Transición, pero yo no pongo aquello como ejemplo de nada, salvo de una cosa: que, ante una circunstancia extraordinaria, las fuerzas políticas se pusieron de acuerdo para ir juntos a ver como la resolvían. Pues yo digo que esta es una emergencia mayor. ¡Yo no he conocido una emergencia más grande que esta!

La Transición fue ejemplo de una cosa: ante una situación extraordinaria, las fuerzas políticas se pusieron de acuerdo para ir juntos a ver como la resolvían

P.: ¿Se han confundido las prioridades?

R.: ¡Claro! Que en la disputa política cada fuerza plantee sus cosas me parece lo natural. Que la oposición crea que tiene que estar obstaculizando la acción de gobierno hasta cierto punto lo entiendo. No como una acción de demolición permanente, ése sería otro tema... Pero que sea tan difícil poner en común estrategias para afrontar un lío del calibre que tenemos ahora no me parece muy natural. Me parece decepcionante.

P.: ¿Cansado de predicar en semejante desierto?

R.: No, yo no hablo de predicar. La sensación personal que yo tengo es que no me apetece. Es muy sencillo. Estoy en una edad en la que me parece haberme ganado el derecho a no hacer lo que no me apetezca. Bueno, pues en este momento no me apetece meterme en ese tipo de discusión.

P.: Del año que llevamos confinados, ¿ha habido algo que hayas llevado especialmente peor?

R.: No. Ten en cuenta que yo soy de los afortunados. Esta amargura tan grande es una amargura general, que define la situación, pero no la de todos y cada uno de sus habitantes. Y yo formo parte del pelotón de los altísimamente privilegiados. Vivo con quien quiero vivir, vivo en una casa sin problemas de espacio, no tengo problemas económicos, o sea que esta es una circunstancia que agradecer.

Me considero un absoluto privilegiado y no he parado de pensar en quienes viven con quien no quieren vivir, o en espacios físicos tremendos, en circunstancias horribles, con niños, sin recursos, eso sí que es un drama tremendo. O los que han sido golpeados por la pandemia y les ha llevado al hospital o a la tumba. Los que se han muerto solos sin despedida. Todo ese cuadro de situación es terrible, pero yo en ese cuadro de situación formo parte de ese pelotón de privilegiados absolutos que no tenemos tiempo suficiente para dar gracias de la fortuna que tenemos.

Una reflexión vital

P.: ¿Entonces, lo de echarse a un lado tiene más que ver con lo vital que con lo profesional?

R.: Sí. Mi vida profesional me ha dado tantas satisfacciones que no tengo nada que decir. Yo digo que tengo decepción ante la dificultad que veo que tiene la sociedad para entender en que momento se encuentra. Eso es lo que no me cabe en la cabeza. Tal vez porque hemos vivido esa experiencia que vivimos.

Nosotros vimos lo que ahora parece un milagro, una ingenuidad o cosa de soñadores... Que las fuerzas políticas pongan cosas en común nosotros lo hemos visto, hemos visto que se puede, en un momento determinado de la historia. Ahora se avecinan complicaciones económicas de primer nivel, vamos a tener una ayuda económica inédita de la Unión Europea que nos está reclamando que pongamos en común proyectos de modernización y transformación. Sería como para que todas las fuerzas estuvieran tratando de sumarse a esa operación, ¿no? Y andan con descalificaciones de Gobierno ilegítimo... en fin, todo este tipo de broncas zaborreras que son en sí mismas penosas, pero que en una emergencia como esta son muy difíciles de soportar. A mí me resulta muy difícil de soportar.

P.: No te pido un análisis, pero sí un pronóstico. ¿Le ves remedio?

R.: Necesitamos una profunda reflexión respecto a la propia democracia. La democracia, en Estados Unidos es clarísimo pero no solo en Estados Unidos, es una herramienta fundamental y necesaria en la que todos hemos depositado nuestra fe. Pero es una herramienta que necesita ser revisada. Está un poco oxidada. En el comportamiento de todos, de los gobiernos, de las oposiciones, de los partidos, de los parlamentos...

No tengo ningún pronóstico muy trágico que hacer, solo digo que perdemos oportunidades de actuar en un país que tiene muchas cosas pendientes. ¿Y qué ocurre? Que como la cosas pendientes que tiene tienen que abordarse a través de acuerdos y no se llega nunca a ningún acuerdo se están arrumbando en un armario los grandes asuntos, que quedan como tirados en un rincón. Y se van acumulando.

España podía ser un país mucho mejor y más poderoso, por recursos, capacidades y porque ha demostrado muchas veces su potencia enorme si fuera capaz de sumar un poco. Pero es un país que le cuesta mucho sumar. Un montón. De las cuatro reglas, la de la división la aprendió rápido y la de la suma le cuesta.

No tengo ningún pronóstico muy trágico que hacer, solo digo que perdemos oportunidades de actuar en un país que tiene muchas cosas pendientes.

P.: La ultraderecha en el Congreso, los militares hablando de fusilar... ¿Qué España es ésta?

R.: Hay una especie de tendencia al descuajeringue, como falta de consciencia, una imprudencia general como si no hubiera conciencia de que se juega con cosas delicadas y peligrosas y que se pierden oportunidades que son grandes. Y eso me fastidia. Y eso que hay un montón de gente en la vida pública, política y no, que está trabajando con toda su alma para hacer lo mejor posible todo.

Por tanto, no hago descalificaciones a la totalidad. Pero sí digo que el conjunto resulta que es una sociedad que anda como con una bola de hierro en el tobillo. Que le cuesta andar un metro porque estamos poniéndonos pegas y zancadillas unos a otros. Pues vale, pero a mí a estas alturas de la vida...

P.: Has hablado de superpolarización en la política ¿Algo tienen que ver los medios? ¿Qué ves de bueno y de malo en las redes y su irrupción en el periodismo?

R.: Todo este juego de exageración y de disparate claro que está alimentado por una especie de patología de la comunicación que son las redes sociales. Que son un invento formidable, posiblemente el mayor invento que se haya producido en la historia de la humanidad y la comunicación, con imponentes ventajas que todos vemos, pero que tiene el gran inconveniente de que el anonimato y su impunidad está convirtiendo las redes sociales en un gigantesco botellón, horroroso, que está haciendo mucho daño. Está acogiendo a lo más irresponsable de la sociedad.

Y luego está lo peor de todo: las fake news. En un primer momento nos parecieron que eran la versión moderna de la mentira de toda la vida, el cuento chino, la verdad a medias... Pues ahora, eso se ha globalizado, y hasta ahí bien, pero es que además hay una industria de las fake news.

Hay gente que ha descubierto esa vía y la utiliza como un mecanismo de mentir industrialmente. El presidente de los Estados Unidos, Trump, ha sido un ejemplo palmario utilizando este sistema para introducir de manera sistemática verdades a medias, mentiras groseras, trolas a troche y moche.

El anonimato y su impunidad está convirtiendo las redes sociales en un gigantesco botellón

P.: Es un debate complicado el de cerrarle la cuenta o no.

R.: A mí no me gusta lo de que se cierren las cuentas. Pero sí que está pendiente de una nueva regulación. En el año 96 se estableció una norma impulsada por Clinton que tenía más que ver con el tema de la pornografía, que más o menos eximía a las redes sociales de cualquier tipo de mecanismo regulador... había una mirada angélica sobre las redes sociales, era una etapa de la libertad absoluta y luego se ha ido viendo que eso debe ser observado con una nueva mirada.

Yo cuando veo un semáforo y se pone en rojo me paro y no me parece que mi libertad esté siendo atacada. Algún tipo de regulación tiene que haber, pero todavía no hemos llegado a decidir cuál es.

Lo de Trump a Angela Merkel no le gusta y a mi tampoco, pero por otra parte no me extraña que haya pasado porque este es un peligrosísimo señor. Y de aquí hasta el día 20 puede todavía armarla.

P.: Tú, cuenta no te vas a hacer. ¿O sí?

R.: No. Yo participo en los juegos de las nuevas tecnologías, pero no. Sobre todo por control de mi tiempo. No tengo mucho tiempo y lo tengo que administrar. Hay muchas cosas que me gustan hacer leer, la música, estar con mis amigos, pensar...

P.: Y ahora escuchar. Ese es el plan. ¿no?

R.: Escuchar a los jóvenes sí. Voy a hacer eso. Yo llevaba un tiempo en los últimos años intentando mirar más al futuro que hacia el pasado. Y puede estar bien ir invitando cada semana a un chaval o una chavala que esté haciendo algo interesante para estimularles y para que nos estimulen. Y para proyectar la mirada en otra dirección. No estar todo el día mirando hipnóticamente el ombligo de la sociedad si no ver lo que se está haciendo. Se están haciendo muchas cosas y espero ir descubriéndolas poco a poco.

P.: Sin voces como la tuya gana terreno el ruido.

R.: Bueno, bueno, hay muchas voces que dicen muchas cosas y que son muy referentes. En algún momento hay que dar un paso a un lado. Yo ya soy muy mayor. Lo raro es que tenga que explicar por qué me hago un lado, cuando lo que tendría que explicar es que hacía todavía allí.