Peter Pomerantsev: “Estados Unidos y Europa no quieren verlo, pero China y Rusia se ven en guerra contra nosotros”

  • El autor británico de origen ucraniano Peter Pomerantsev explica a NIUS en qué se ha convertido la Rusia de Vladimir Putin

  • Pomerantsev es autor, entre otros, del aclamado internacionalmente “La nueva Rusia: nada es verdad y todo es posible en la era Putin” (Ed. RBA Libros, 2017).

  • Frente a quienes defienden el modelo autoritario de China y Rusia, Pomerantsev reivindica las democracias: “Las democracias tienen una posibilidad de redención. En ellas, puede existir la crítica y eso es algo bueno”.

Corren tiempos en los que actores internacionales como la Rusia de Vladimir Putin no sólo desafían el orden internacional con una invasión ilegal como la de Ucrania. 

A estas alturas, de todos es sabido que Vladimir Putin está embarcado en una, llámese “guerra híbrida”, donde la desinformación y la propaganda resultan tan importantes como el uso del gas como arma contra las democracias occidentales. Es precisamente en este difuso frente bélico donde a Peter Pomerantsev (Kiev, 1977) lo han llamado “preeminente reportero de guerra”, según los términos del dominical británico The Observer.

Pomerantsev es investigador y da clases en la prestigiosa Universidad John Hopkins, en Estados Unidos. También ha firmado un libro que pronto aparecerá en España y cuyo título original This is not Propaganda: Adventures in the War Against Reality (Ed. Faber, 2019) o “Esto no es propaganda: aventuras en la guerra contra la realidad”. Su anterior volumen, publicado en España, se titula “La nueva Rusia: nada es verdad y todo es posible en la era Putin” (Ed. RBA Libros, 2017). 

Según explica Pomerantsev en esta entrevista con NIUS, Rusia es con Putin “una dictadura contemporánea” envuelta en una ola de violencia típica de imperios en fase de colapso que, además, no oculta sus hostilidades contra Occidente. “Hay que replantearse eso de que el imperio soviético se disolvió de manera pacífica comparado con casos como el Yugoslavo, por ejemplo. Si miras con una perspectiva amplia, no parece que así sea. Desde 1991, poco a poco, vamos sumando las guerras en Chechenia, Georgia y, ahora, Ucrania”, dice Pomerantsev.

Este hombre, nacido en tiempos de la Unión Soviética mientras sus padres eran sometidos a duros interrogatorios por agentes de la KGB – su progenitor distribuía libros críticos con el régimen –, trabajó en su día en los medios de comunicación rusos. En 2006, dice Pomerantsev, algunos rusos ya percibieron un giro dictatorial de Putin en Rusia que en Occidente, en general, se ha tardado en asumir.

P: Sus padres vivieron la represión de la Unión Soviética. ¿Se está reproduciendo una represión comparable en la actual Rusia de Putin?

Rusia es una dictadura contemporánea en la que se permite vivir a la gente. Sin embargo, están muy contentos de que la clase media deje el país, y en muchos casos la obligan a salir del país para que no cause problemas. Por esto, en términos de libertad de movimiento, la Rusia de ahora es diferente. En términos de acceso de medios de comunicación, también es un poco diferente. Porque el país se está convirtiendo ahora en un país muy represivo en términos de libertad de expresión. Si usas la palabra “guerra”, por ejemplo, te pueden caer diez años de cárcel. Pero con los medios, bueno, se puede acceder ahora a mucho más respecto a la Unión Soviética, donde mi padre fue detenido por pasar libros prohibidos y por escuchar la BBC Radio Free Europe

En la Rusia de hoy no van a por los libros, e incluso en Internet, aunque hay muchas páginas que ya no están accesibles, como Facebook u otras plataformas, hoy día es más fácil conseguir información. Lo que pasa es que las dictaduras, con el tiempo, también han cambiado. Ya no son como las dictaduras de antes. Pero en los últimos tiempos lo que hemos pasado a ver en el ámbito informativo de Rusia es la naturaleza psicológica del país que antes estuvo debajo de una ideología. Me refiero al marxismo o a la idea del futuro y la historia de la Unión Soviética. Todo eso ya no está presente en Rusia. Y lo que se ve son los mecanismos de represión e imperialismo que siempre estuvieron ahí.

P: ¿Se revelan también a través de una guerra contra Ucrania que se podría llamar imperialista?

Se revela en dos cosas. A nivel externo, con la guerra. Pero a nivel interno, con la represión dentro las fronteras, que comenzó en 2012 y que se está convirtiendo en un proceso que visibiliza y valida los peores instintos. Esto se observa ya en la propaganda rusa que, desde 2012, cuando hubo aquellas grandes protestas contra Putin, y luego en 2014, con la anexión de Crimea, se ha convertido en un medio para expresar los peores deseos de las personas. 

El tono de la propaganda rusa se ha hecho muy desagradable y, sin embargo, es muy popular. Porque esa propaganda te permite enseñar todo aquello que antes estaba oculto. Se transmiten mensajes tipo: “quieres pegar a tu mujer, pégale”; “estás enfadado, vete a tener un altercado con alguien”. De hecho, una de las leyes que se aprobaron en 2016 en Rusia y que más habla de esto es esa ley en la que se descriminalizó la violencia doméstica. Pero es que todo el sistema Putin va de eso, de elegir minorías, las minorías sexuales, por ejemplo, y humillarlas. Ahora, ese sistema ha tomado a Ucrania como víctima.

P: Habla usted de un sistema y una propaganda que conoce bien. Trabajó unos diez años en la Rusia de Putin, en televisión. ¿Ha cambiado el tono de esa propaganda?

Yo trabajé en televisión de entretenimiento entre 2001 y 2010. Entonces ya estaba claro que el país se dirigía hacia una dirección extraña. Por ejemplo, ya entonces, la televisión pública no era un sitio en el que uno quería trabajar dedicado a la información si uno venía de una buena familia de intelectuales y si eras extranjero. Yo era ambas cosas. Hacer información en televisión entonces era algo que hacía la gente que necesitaba subir en el sistema y que estaba dispuesta a ceder en algunos principios personasles. 

Esto pasa en muchos países. La gente que se dedica a la propaganda suelen ser outsiders que sienten que tienen que hacerse con un puesto importante en la capital del país. La gente que ya está bien posicionada no hace eso. Tienen otras cosas que hacer. Ya en 2006, los rusos ya sabían hacia dónde se dirigían aunque en Occidente no lo supieran. Por eso, en 2006, si estabas bien posicionado, trabajabas en revistas de moda y cosas así, o en la televisión de entretenimiento. Ya en 2006 había periodistas serios migrando de los informativos de televisión estatal hacia las revistas de moda y demás. Porque se podía hacer lo que fuera, siempre y cuando no te metieras en política. 

P: ¿Podría ponerme un ejemplo más concreto?

Los programas de debate político. En 2006, también, esos programas tenían un tono algo distinto. Entonces se simulaba la democracia, porque había representantes de distintos partidos, aunque aquello era un pseudodebate porque todos los partidos estaban controlados por el Kremlin. No era una democracia sino un simulacro. En 2006, había un falso pluralismo, porque en la tele salía un liberal, un comunista, un nacionalista y demás, pero era sólo un juego, una pseudodemocracia. Lo importante era tener esa imagen de democracia. Pero Rusia ya no es eso. Ahora el tono ha cambiado y se expresan los peores deseos. En última instancia, ese tono siempre estuvo ahí. En realidad, no ha habido un cambio radical, sino una evolución. Hubo gente que trató de denunciar esto, hombres de negocios rusos, pero nadie les escuchó, ni en Rusia ni fuera. 

El de Angela Merkel es un caso interesante, porque ella vio perfectamente lo que era Rusia, pero su reacción fue arrodillarse, someterse y no hacer nada ante Moscú.

P: Ideológicamente, ¿en qué cree la Rusia de Putin?

En los últimos veinte años de la Unión Soviética ya nadie creía en el sistema. Esto le pasó, sobre todo, a la generación de Putin. Esta generación se hizo adulta en los años de Leonid Brézhnev. Fue una generación de cínicos y siguieron moviéndose en el cinismo en los años 90 y la década de los 2000. Aquí, hay que diferenciar entre nihilistas y cínicos. Los nihilistas son gente apasionada. Ellos creen en algo, a saber: “la nada”. Pero los cínicos son otra cosa, porque ellos creen en aquello que mejor les convenga. Por la mañana son una cosa y por la noche otra. 

Por ejemplo, de Putin y compañía se suele decir: ¿no es raro que tengan sus millones en Occidente y que sus hijos vayan a universidades de prestigio en países democráticos? La respuesta es: “¿por qué no?”. Si uno es un cínico de verdad, por la mañana puedes ser nacionalista ruso y por la noche pro-occidental. Pero en ese cinismo del que le hablo hay un núcleo emocional, construido entorno al resentimiento, la humillación o cosas como no lidiar con los traumas del pasado. Puede que, al final todo imperialismo sea lo mismo, un núcleo de resentimiento y humillación revestido de ideología, ya sea comunismo, nazismo o lo que sea.

P: Antes de poder realizar esta entrevista, usted ha estado trabajando, entre otras cosas, en explicar en Estados Unidos qué mueve a Rusia en su invasión contra Ucrania. Y ha llegado a preguntarse lo siguiente: “¿Es Rusia de verdad un país?”. ¿A qué se refiere?

Ese interrogante surgió en un contexto muy concreto. Hay que saber que antes de que se lanzara la invasión, en Rusia se escuchaba mucho eso de Ucrania no era de verdad un país. Era el politólogo e historiador anglo-irlandés Benedict Anderson el que hablaba de que los países son “comunidades imaginadas”. La mejor expresión de esto es la idea del “soldado desconocido”. Cuando la gente de un país entero tiene esa idea en la cabeza, la de un “soldado anónimo” sacrificándose por su país, eso es un signo de que ese país es real. Y, en Ucrania, los soldados se están sacrificando por su “comunidad imaginada” desde 2014. Sabemos, por tanto, que los ucranianos están preparados para morir por su país. Y, ¿al revés? ¿Lo están los rusos? Lo que vemos en esta guerra es que es una guerra muy rara. 

El Kremlin no quiere decirle a su gente que es una guerra, no movilizan a gente de la capital, y hoy día en Moscú no hay nada que te diga que hay una guerra en marcha

Porque el Kremlin no quiere decirle a su gente que es una guerra. No movilizan a gente de la capital, y hoy día en Moscú no hay nada que te diga que hay una guerra en marcha. Si pones la televisión, sí. Pero fuera de eso, se percibe una intención de hacer creer que todo va bien. En Moscú tienen miedo, por tanto, de movilizar lo que implicaría una guerra de verdad. Por eso están utilizando carne de cañón en la guerra procedente de las partes más pobres del país. Son soldados que están donde están por dinero o minorías étnicas del país. No están mandando a la guerra a las élites urbanas, sino a las minorías. Todo esto significa que, hasta cierto punto, no creen que puedan movilizar al país, que, hasta cierto punto, no creen de verdad que son un país y que hay gente en Rusia que se quiera sacrificar por Rusia o una idea de Rusia. No me parece, en cualquier caso, que haya gente dispuesta a morir por Rusia.

P: Esto abre un interrogante: ¿Qué es Rusia entonces? Hay quien defiende que estamos ante un imperio que está en fase de desintegración.

Sí, he oído eso también. No soy un experto en imperialismo pero me parece razonable. Hay que replantearse eso que todos pensamos, el que el imperio soviético se disolvió de manera pacífica comparado con casos como el Yugoslavo, por ejemplo. Pero si miras con una perspectiva amplia, no parece que así sea. Desde 1991, poco a poco, vamos sumando las guerras en Chechenia, Georgia y, ahora, Ucrania. 

P: ¿Y cómo cree que están reaccionando Estados Unidos y la Unión Europea ante esa violencia que se está desencadenando?

En ambos lados hay reticencias para hacer frente al Siglo XXI. Tuvimos una segunda mitad del Siglo XX tan buena... creíamos que habría paz, que estaríamos en el centro de la globalización y demás. Todo esto nos hace no querer ver un Siglo XXI en el que hay países que no aceptan las conclusiones racionales que extraíamos del Siglo XX. Porque claro, en esas conclusiones figura que el totalitarismo te lleva a perder la Segunda Guerra Mundial, y por eso no merece la pena probarlo de nuevo. O esa conclusión moral sobre el Holocausto, algo que no se debe que repetir. Pero ahí están China, Rusia y muchos otros, como Arabia Saudí, o ya veremos qué pasa con la India, donde el totalitarismo se ve con buenos ojos porque lo encuentran más eficaz. Es la misma pelea que vimos a principios del siglo pasado.

Desde el punto de vista de Moscú, países como Hungría o Alemania están rotos, son colonias energéticas a las que pueden dirigir.

El caso es que habíamos llegado a un punto el siglo pasado en que la democracia occidental era el mejor sistema. Ahora esto está en entredicho. Y lo que está claro es que, llámelo guerra híbrida, o cómo sea, pero lo que tenemos ahora no es eso que se decía antes de “paz perpetua en la aldea global”. Estados Unidos y Europa no quieren verlo, pero China y Rusia se ven en guerra contra nosotros. Es un tipo de guerra diferente, pero es una guerra. Esto se ve perfectamente con el chantaje energético que ahora está realizando Rusia. En Occidente no queremos ver esto, porque, entre otras cosas, significa cambiarlo todo: el sistema, el comercio, las alianzas, las prioridades, hacer sacrificios y explicar a la población que estamos en una guerra.

P: ¿Y qué le parecen cambios como el operado en la política alemana?

En Alemania ha comenzado a tener lugar un debate, pero básicamente están diciendo que se equivocaron sólo con la política energética. Alemania es un país de Europa occidental, pero está atado a los drama que vive Centroeuropea, con pasado de ocupación soviética. En este sentido, es un país que no hace frente a su historia de humillación como también pasa en otros países como Hungría. Son países que, desde el punto de vista de Moscú, están rotos, son colonias energéticas a las que dirigir. 

Trump es la versión occidental de lo que los rusos han experimentado antes.

Es raro que estos dos países europeos no se vean reflejados en el espejo, que sean países donde creen ser listos respecto a Rusia cuando no lo son. El de Angela Merkel es un caso interesante, porque ella vio perfectamente lo que era Rusia, pero su reacción fue arrodillarse, someterse y no hacer nada ante Moscú. Polonia y Ucrania son casos distintos. Saben que están en una lucha por la supervivencia ante Rusia. Lo raro es que en el corazón de Europa está Alemania no queriendo ver la realidad.

P: No parece usted creer mucho en los cambios que prometen ahora los políticos alemanes

Es que psicológicamente e históricamente Alemania tiene otros asuntos más importantes con los que lidiar. La cuestión energética es sólo un síntoma superficial. Alemania sigue siendo visto en Moscú como algo fácilmente arrasable. Y para hacer frente a esto hay que tratar temas como las violaciones masivas de mujeres alemanas por los soldados soviéticos, la humillación que supuso la cooptación e integración en el sistema soviético de Alemania del este. Alemania no ha hecho frente a estos traumas, lo que impide hacer frente a la realidad. Alemania tienen que hacer un trabajo psicológico de carácter histórico para poder hacer frente a la realidad. Es cierto que lo hicieron con el pasado del nacionalsocialismo, pero no con el pasado soviético.

Suena a cliché eso de dar la vida por la democracia, pero eso es, literalmente, lo que está pasando en Ucrania.

P: En This is not Propaganda: Adventures in the War Against Reality usted plantea que tras la caída del comunismo, en Rusia se prepararon antes que las democracias occidentales para el mundo de ahora.

Eso, en realidad, es lo que la propaganda rusa dice. Ellos dicen que descubrieron antes que nadie la post-verdad. Su argumento es que las ideas del futuro como capitalismo, democracia, globalización o comunismo, todo eso son pamplinas. Porque, dicen, ellos vieron caer el comunismo antes que nosotros. También dicen saber, por las crisis de los años noventa, que la democracia y el capitalismo son pamplinas. Ellos dicen que han visto la verdad entre todas esas mentiras, del mismo modo que Donald Trump nos mostró que en política ya todo da igual, porque todo va de sentimientos, rabia, falta de estructura y demás. Trump es la versión occidental de lo que los rusos han experimentado antes. 

Pero eso no hace que los rusos tengan siempre razón. El caso es que en la invasión contra Ucrania no les ha ido bien. Porque Ucrania no es un país cínico, Ucrania cree en su futuro, en la democracia, no como Rusia. Suena a cliché eso de dar la vida por la democracia, pero eso es, literalmente, lo que está pasando en Ucrania. De hecho, lo que pasa cuando las tropas rusas toman un pueblo. Al primero al que ejecutan es al elegido alcalde o regidor. Y lo sustituyen por alguien elegido por Moscú. 

P: ¿Y qué dice usted ante ese razonamiento según el cual Putin puede hacer lo que está haciendo en Ucrania porque Occidente hizo cosas parecidas en Irak, por ejemplo?

Las democracias tienen una posibilidad de redención. Porque, en ellas, puede existir la crítica. La autocrítica es algo bueno. Pero esa crítica tiene que llevar a hacer algo positivo a partir de la crítica. Por otro lado, hay una autocrítica que hace posible que se cometan más crímenes. Por ejemplo, ante una violación no se puede decir: “pero ese otro también violó, luego está bien”. La conclusión no puede ser ese “está bien” sino parémoslo allá donde lo veamos. De no sacarse esa conclusión, pienso que estamos ante gente que disfruta ante el crimen, ante la humillación, gente con fantasías autoritarias. Porque lo cierto es que el autoritarismo también atrae a gente.