George Pell y el halo de la perpetua sospecha

  • El fallecimiento de la figura eclesiástica más sobresaliente y controvertida de Australia provoca rezos y desapego en su tierra natal

  • Pasó 400 días en la cárcel condenado por abusar sexualmente de dos menores de 13 años para más adelante ser absuelto

  • Algunos lo tildan de mártir, mientras que otros nunca le perdonarán su conservadurismo católico y las eternas sospechas de pederastia

El cardenal, George Pell, ha sido una figura que ha levantado distintas sensaciones en Australia, su tierra natal. Los que le admiran lloran su fallecimiento mientras recuerdan todos los esfuerzos que ha hecho por la Iglesia católica y que le han colocado como la personalidad religiosa más influyente del país en las últimas décadas. A otros, en cambio, se les eriza el vello cuando oyen su nombre. Entre las lágrimas, las alabanzas y los rezos, también es imborrable para la opinión pública su condena y posterior absolución por el abuso de dos menores cuando era arzobispo de Melbourne en 1996. 

Condenado en 2018 por abusar de dos adolescentes del coro en la sacristía de la catedral de San Patricio, el clérigo siempre mantuvo su inocencia. Cumplió 13 meses en prisión antes de que sus condenas fueran anuladas en una decisión unánime del Tribunal Superior en 2020. Sin embargo, las sospechas entre parte de la opinión pública ya estaban selladas en el ideario colectivo debido a varios factores. No ayudó a su reputación otra acusación que le enfrentó al escrutinio público: en 2020, la Comisión Real sobre Respuestas Institucionales a los Abusos Sexuales a Menores descubrió que Pell había sido informado explícitamente en 1982 de que un compañero sacerdote sería trasladado de parroquia porque estaba abusando de niños. Pell apoyó a su amigo cuando éste fue condenado en 1993 por delitos sexuales. Siempre negó tener conocimiento de los hechos.

Decisiones controvertidas

Otra de las decisiones más controvertidas fue cuando en 1996 impulsó un plan de reparación denominado Respuesta de Melbourne, que ofrecía indemnizaciones máximas de 50.000 dólares australianos a las víctimas de abusos sexuales cometidos por clérigos. Aquella iniciativa fue tomada por varios sectores como una manera de reparar los daños que se quedaba corta y que tan solo servía para limpiar su imagen tras el apoyo a su colega. Pell llegó a tildar de “lamentable” que la Iglesia católica hubiera tardado tanto en lidiar con el problema de los abusos sexuales, sin embargo este polémico plan llegó incluso a provocar que las voces más contrarias pidieran que se le revocara cualquier poder eclesiástico. Los que le defienden, ensalzan su figura como el primer líder católico en abordar los escándalos sexuales que habían manchado la reputación de la Iglesia durante décadas. 

Con ese bagaje se sentó en el banquillo de los acusados en 2018, por supuestamente mantener relaciones sexuales con un menor de edad de 13 años y cuatro cargos por haber cometido “un acto indecente” con otro menor de 13 años durante los años 90. El escándalo le colocó como el eclesiástico católico de más alto rango en verse envuelto en casos de abuso sexual. Condenado a seis años de cárcel y después de varios recursos desestimados, el 9 de abril de 2020, el Tribunal Supremo anuló todos los cargos por falta de pruebas. Uno de los dos niños que le acusaron falleció en 2014, hecho que provocó que la otra presunta víctima presentara su denuncia. Además de por sus problemas con la Justicia, Pell tampoco dejó indiferente por sus posturas sobre determinados asuntos como la homosexualidad, el aborto o el papel de las mujeres en la Iglesia. Tildado de eclesiástico ultraconservador, el cardenal australiano rompió cualquier atisbo progresista dentro de la Iglesia. Una de sus manifestaciones más célebres fue: “No somos contrarios a las mujeres, pero no estamos a favor de las mujeres sacerdotes”. Dogma para los más puristas y otra de sus muchas contradicciones para los más reaccionarios contra su figura. Lo últimos también tuvieron motivos para avivar la llama de la indignación cuando Pell negó la comunión a activistas gays en una de sus misas. En cuanto a la homosexualidad, siempre se manifestó contrario a ella y llegó a expresar que era más perjudicial para la salud que fumar. También abogó por la reconciliación de los aborígenes y fue muy crítico con la detención obligatoria de los solicitantes de asilo.

Con su postura agresiva en determinados asuntos sociales, Pell sacrificó su imagen entre los católicos progresistas y moderados para lograr medallas que le valieron el respeto en el Vaticano. Fue nombrado cardenal en 2003, durante el papado de Juan Pablo II, fue el único miembro australiano de la Iglesia católica en tener derecho a votar para elegir al papa Benedicto XVI y llegó a ser el tercer hombre más poderoso del Vaticano. 

Personalidades australianas se han volcado para brindar un homenaje a Pell. Quizás una de las más sentidas ha sido la del ex primer ministro, Tony Abbot, quien aúna la opinión de aquellos que defienden a ultranza a la figura que mejor ha encarnado al ala más ortodoxa del catolicismo en Australia y el mundo. El político ha afirmado en un misiva que “la encarcelamiento que fue posteriormente revocado por el Tribunal Supremo fue una forma de crucifixión moderna”.

Los que se suman al discurso de Abbott desean que la desacreditada reputación del cardenal se restablezca con el tiempo y que se llegue a convertir en una inspiración para los australianos en lugar de en una figura envuelta en perpetua sospecha.