La tragedia de los últimos cristianos de Sudán

  • La guerra civil que se libra en el país africano desde hace casi un mes pone en peligro a las últimas comunidades cristianas sudanesas

  • Los cristianos suponen entre el 4,5% y el 3% de la población de Sudán, no más de dos millones de personas

  • Las persecuciones contra los cristianos provocaron en 2011 la secesión de Sudán del Sur, donde son mayoría

Camino de cumplirse el primer mes de hostilidades, el conflicto armado que en Sudán libran sus fuerzas armadas regulares y los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) no ofrece espacio a la esperanza. Este lunes el presidente del Consejo Soberano de Sudán y jefe del Ejército, el general Abdel Fattah al Burhan, aseguraba que las conversaciones que las partes mantienen en Arabia Saudí no tendrán resultado si no se produce antes un alto el fuego.

El enfrentamiento encarnizado de los dos bandos por el poder se ha cobrado la vida ya de medio centenar de personas y ha dejado varios miles de heridos además de centenares de miles desplazados. Entre las víctimas de la guerra, que corre el peligro de estallar en un conflicto interétnico, están las últimas comunidades cristianas de Sudán. Muchos de sus representantes huyen de la capital, epicentro de la guerra.

Su calvario había comenzado ya con el golpe de Estado de 2021, cuando comenzó de nuevo el discurso del odio contra los cristianos y las persecuciones tras el breve y esperanzador período de transición democrática. Hoy Sudán es uno de los diez peores países para practicar la fe cristiana en todo el mundo.

Con los datos más recientes en la mano, en Sudán los cristianos se sitúan en un porcentaje oscilante entre el 4,5% y el 3% de la población (lo que, sobre un conjunto de 45,5 millones de habitantes, representa entre 1,5 y 2 millones de almas). La comunidad cristiana sudanesa, que hoy se refugia mayoritariamente en Jartum, es variada, como otras de Oriente Medio y el norte de África. Hay, sobre todo, católicos y anglicanos, aunque también existen pequeños grupos de seguidores de otras iglesias protestantes o de la Iglesia ortodoxa copta, mayoritaria en el vecino Egipto (donde constituyen aproximadamente el 10% de la población), entre otras confesiones. Más del 90% de los sudaneses son musulmanes, y dentro de esta religión mayoritariamente sunitas.

No en vano, la historia del cristianismo en Sudán es larga. El cristianismo copto llegó a la Nubia antigua en el s. II d.C. Especialmente durante la época bizantina el cristianismo griego penetró con fuerza en el país. La expansión islámica fue haciendo retroceder a los reinos cristianos nubios; el último, Alodia, sobrevivió hasta 1504. En el siglo XVIII comenzaban las misiones católicas al país, un testigo que a finales del XIX toman los colonizadores británicos y la Iglesia anglicana.

Medio siglo de ‘sharía’

La historia de los cristianos en Sudán (independiente desde 1956) en el último medio siglo es la de un lento declinar marcado por las persecuciones y la discriminación. El presidente Gaafar el Nimeiri comienza a reformar la legislación estatal para adecuarla a las exigencias de la ley islámica o sharía en 1977, proceso que completa seis años más tarde. Las políticas de discriminación a los cristianos fueron la norma durante los treinta años de dictadura de Omar al Bashir, que fundamentó en la sharía las bases jurídicas de su Constitución desde la secesión de Sudán del Sur, de mayoría cristiana –la mitad de ella católica-, en 2011.

La persecución étnica y religiosa era tan severa entonces que provocó la independencia del sur del país; el nuevo Estado se vería también sumido en un conflicto civil dos años después. En Sudán, para la nueva minoría cristiana del 3% las cosas no serían nunca fáciles.

Menos de una década después, el golpe de Estado militar de 2019, ocurrido tras una revuelta pro democrática civil, y su secuela dos años después, protagonizada al alimón por el Ejército y los paramilitares, han echado por tierra las esperanzas de que Sudán pudiera gozar de un poder civil y representativo y, por ende, no discriminatorio contra las minorías. Si las autoridades de transición abolían la pena de muerte para la apostasía y autorizaban a los cristianos a consumir alcohol, la junta militar gobernante desde la asonada de octubre de 2021 ha vuelto a la situación discriminatoria anterior, con persecuciones contra individuos y propiedades.

De la mano del presidente del Consejo y mando supremo de las Fuerzas Armadas sudanesas Al Burhan los antiguos sectores islamistas que apoyaron la dictadura de Omar el Bashir han vuelto por sus fueros. Blanco especial de las iras de los islamistas han sido los cristianos convertidos, como daba cuenta hace dos años el medio francés La Croix. Las mujeres cristianas sufren cotidianamente el riesgo de ser violadas y los matrimonios forzosos. Las palizas, las persecuciones y condenas tras procesos sin garantías contra todo aquel que practique la fe cristiana es la norma.

“Todos los antiguos procuradores y jueces han regresado desde el golpe. Los militares no ordenan directamente las condenas a los cristianos. Pero como los islamistas son sus únicos aliados, cierran los ojos por su propio interés y mantenerse en el poder”, aseguraba el abogado de la ONG Iniciativa para los Derechos Humanos en Sudán, Elshareef Ali Mohammed en declaraciones al citado medio católico francés. La Croix se hacía eco en el citado texto del discurso del odio emanado de las propias mezquitas contra los cristianos, plasmado en ataques contra las iglesias.

Las esperanzas democráticas y, con ellas, las de la implantación de un Estado secular que protegiera a su minoría cristiana parecen ya enterradas con el actual conflicto, en el que los militares se baten abiertamente por todo el poder. El colapso del Estado puede avivar el radicalismo y sembrar el terreno a la expansión de grupos yihadistas, lo cual empeoraría aún más las cosas para los cristianos, que a día de hoy no confían en ninguno de los dos bandos en litigio.

En las últimas fechas las iglesias del país y la región llaman de manera desesperada al cese de la violencia con, hasta ahora, nulos resultados. Varios altos el fuego han sido incumplidos por las partes, convencidas de que están en condiciones de lograr la victoria sobre el adversario. En un comunicado emitido el pasado 23 de abril, el presidente de la Asociación de Iglesias Episcopales del África Oriental (Amecea), Charles Sampa Kasonde, aseguraba que “la Iglesia de la región continúa rezando por la intervención de Dios, a fin de que los dirigentes de las dos facciones beligerantes acepten de manera urgente unas condiciones aceptables para una resolución duradera del conflicto”.

Además, a comienzos de este mismo año, en su viaje apostólico a Sudán del Sur y ajeno aún al conflicto que pronto estallaría en Sudán, el papa Francisco pedía a los líderes de las distintas facciones políticas que resistieran “el veneno del odio” y se comprometieran con sinceridad al proceso de paz. El propio pontífice se refería el pasado 23 de abril al conflicto iniciado en Sudán una semana atrás: “Renuevo mi llamamiento para que cese cuanto antes la violencia y se retome el camino del diálogo. Invito a todos a rezar por nuestros hermanos y hermanas sudaneses”.

Incapaces de pactar el proceso de integración de los paramilitares en el Ejército regular, la guerra que libran los bandos liderados por el jefe del Ejército regular Al Burhan y Mohamed Hamdan Dagalo, al frente de las FAR, ha empujado fuera de las fronteras del país a al menos 100.000 personas desde Jartum y otros lugares donde también se están librando feroces combates, según cifras de Naciones Unidas de hace ya una semana. Ponen rumbo a los vecinos, como Egipto –que está siendo parco en la ayuda a los sudaneses-, Sudán del Sur, donde los cristianos representan entre el 60% y el 70% de la población, el Chad o la República Centroafricana, países estos últimos que se cuentan, como Sudán, entre los más pobres del planeta. El temor a convertirse en víctimas de una conflagración con tintes tribales y étnicos puede acabar expulsando a los últimos cristianos de Sudán.

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