Hsinchu: el epicentro global de los chips y el lugar más frágil del planeta

  • La ciudad taiwanesa alberga centenares de empresas vinculadas al sector de los semiconductores, entre ellas el gigante TSMC

  • El 60 por ciento de los chips que existen provienen de Hsinchu y la economía mundial depende enteramente de esta industria

  • China supone una amenaza para Taiwán y el sector de los chips; también pagaría las consecuencias de un corte del suministro

Los 80 kilómetros que hay desde Taipei a Hsinchu se hacen en alrededor de media hora en tren de alta velocidad (THSRC). Al amanecer, la línea que une la capital taiwanesa con el epicentro mundial de la industria de los semiconductores está a reventar. Lo mismo sucede al atardecer, cuando buena parte de los cerca de 120.000 trabajadores que forman parte de la cadena de producción de microchips terminan su jornada laboral. A simple vista, el vaivén de empleados de este sector en el que para muchos es el verdadero Silicon Valley es el habitual en los parques tecnológicos o industriales ubicados en la periferia de cualquier gran ciudad. Es difícil, sin embargo, quitarse de la cabeza la enorme fragilidad de estas 1.400 hectáreas de las que depende el mundo entero.  

El Parque Científico de Hsinchu alberga más de 400 empresas de alta tecnología y la mayoría corresponden al sector de los chips, elementos imprescindibles para el funcionamiento de teléfonos, televisores, lavadoras, ordenadores y de cualquier dispositivo electrónico. Aquí se produce más del 60 por ciento de los semiconductores que se exportan al mundo y más del 90 por ciento de los chips más avanzados que se comercializan en la actualidad: los de tres nanómetros. La dependencia global es total, lo que convierte a Hsinchu, en particular, y a Taiwán, por extensión, en un lugar tan esencial como delicado. Es tal la importancia de este sector, que supone casi el 25 por ciento del PIB de Taiwán. 

China considera a la isla como parte indivisible de su territorio y supone una amenaza constante con cazas que traspasan de manera continuada la zona de defensa aérea taiwanesa. Este ajetreo militar quita el sueño a una trabajadora en Hsinchu que prefiere mantenerse en el anonimato. Nos confiesa que estuvo “especialmente preocupada” por la actividad de China durante la visita a Taipéi de la exportavoz de la Cámara de Representantes estadounidense, Nancy Pelosi, en agosto del año pasado. Pekín respondió con una agresividad sin precedentes e incluyó lanzamientos de misiles balísticos sobre la isla, con diversas operaciones aéreas y navales, y con un volumen de ciberataques “23 veces superior al anterior récord diario”.

Las otras amenazas de Taiwán

Además de la hirviente caldera geopolítica, Taiwán es propensa a los terremotos, a las inundaciones y a los tifones. “No sé por qué pero la industria de chips concentra sus fábricas en lugares sensibles”, nos comenta Marco Mezger, experto en semiconductores que lleva cinco años viviendo en Taipei. Se refiere concretamente al gigante TSMC, cuya sede y fábricas más punteras están en Hsinchu. Esta compañía lleva décadas ganando la carrera de la innovación en la producción de chips (no diseñan, sólo fabrican) y actualmente están trabajando en los semiconductores de última generación: los de dos nanómetros, cuya producción en masa comenzará en 2025. Desde Taiwán, TSMC surte de chips a Apple o Nvidia entre otros muchos clientes de primerísimo nivel. En 2022 sus beneficios aumentaron un 33,5 por ciento interanual y llegaron a los 30.000 millones de euros. Por poner en perspectiva la magnitud de este mastodonte, Santander, la marca con más valor de España -casi 17.000 millones de euros-, obtuvo unos beneficios el año pasado de 9.600 millones de euros. TSMC triplica esta cifra con holgura y está en el top 10 mundial con un valor superior a 460.000 millones de euros.

“Es bueno tener fábricas en Alemania, Estados Unidos etc, así se convierten en una empresa más internacional”, sostiene Marco sobre los planes de expansión de TSMC en Arizona -donde se producirán chips de 3 y 4 nanómetros- y Dresden -aún en conversaciones-. Aunque la empresa ya cuenta con fábricas en China y está construyendo otra en Japón (para producir chips de unos 300 milímetros), muchos ven esta apertura como una manera de garantizar que la cadena de producción no se vea afectada en caso de que las fuerzas de la naturaleza o de las superpotencias mundiales choquen en Taiwán. No todos piensan así. 

“No hay plan b” si algo le ocurre a Taiwán

Conocemos a Miin Wu, el fundador de Macronix, quien nos muestra el museo de su empresa. Alberga joyas como las finísimas placas de silicio sobre las que se construyen los microcircuitos a diminuta escala o los chips que usa para marcas como Nintendo a quien ha provisto de semiconductores desde la comercialización de las primeras consolas de videojuegos a finales de los años ochenta o Volkswagen, cuyo display funciona gracias a ellos. Durante el recorrido indagamos sobre si hay un plan b para salvaguardar la cadena de producción mundial de microchips tan dependiente de Taiwán y nos responde con claridad: “No lo hay. Lleva mucho tiempo construir una factoría y desarrollar la tecnología”, explica. Ni siquiera TSMC tiene un plan b”, incide. Argumenta con convicción que la expansión del gigante de los microchips se debe a “cuestiones de seguridad nacional y no a razones comerciales o de negocio”. 

“Necesitas a los taiwaneses para hacer la producción más fácil y efectiva, no creo que el resto del mundo pueda lograr eso”, nos cuenta. “Es por la cultura, por el comportamiento”. Debe haber estabilidad en Taiwán”, sostiene. Porque en caso de que haya una guerra que paralice la producción de semiconductores: “la economía del mundo quedaría afectada”.

Hermetismo en la industria de los semiconductores

Acceder al interior de las fábricas y a sus salas blancas es casi imposible. Se trata del lugar donde se producen los chips y está diseñada para que se registren ínfimos niveles de contaminación durante este sensible proceso en el que cualquier microorganismo puede dañar la cadena. Para ello, los pocos trabajadores que pueden entrar deben llevar una indumentaria especial, el aire está filtrado y la presión en el interior es ligeramente superior para que cuando la puerta se abra no entre aire del exterior. Dentro hay todo tipo de maquinaria capacitada para operar a una escala de pocos milímetros e incluso de nanómetros. 

Sólo hay una empresa en el mundo capaz de fabricar estos complejos dispositivos: ASML, que era catalogada como “esa empresa bizarra de Países Bajos” en el pasado, tal y como nos explica Marco. Comercializan máquinas litográficas que llevan a cabo el proceso más sofisticado que existe en cualquier cadena de producción. Desprenden una longitud de onda de luz increíblemente corta que generan en grandes cantidades y que sirve para imprimir minúsculos diseños en los microchips. Utilizan tecnología ultravioleta extrema (EUV) y cada máquina cuesta alrededor de 180 millones de euros. Trasladarlas desde Países Bajos a Taiwán requiere de tres aviones Boeing 747 y otra aeronave en la que viajan los operarios que se encargan de instalarlas. Sólo TSMC, Samsung e Intel supusieron el 84 por ciento de la cuota de negocio de ASML en 2021. El mercado de producción de los chips más avanzados del mundo es minúsculo y China no tiene acceso a la maquinaria más puntera de ASML debido a las sanciones de EEUU. Pekín se tiene que conformar con la adquisición de generaciones anteriores, cuyo acceso no está restringido por Washington, para desarrollar sus propios microchips e intentar no depender así de Taiwán y EEUU. A día de hoy, esto es imposible. 

China apuesta por la producción propia de chips 

Desde octubre de 2022, la Administración de Joe Biden restringió a las empresas e ingenieros estadounidenses asistir a China en la producción de chips igual o inferiores a 16 nanómetros. Esto incluye cualquier producto que cuente con algún elemento que provenga de EEUU. Con esta medida, que se une a otras sanciones impuestas anteriormente, los estadounidenses pretenden, entre otras cosas, privar a los chinos de contar con semiconductores de última generación para uso militar y para desarrollar tecnología de inteligencia artificial. Esta decisión no sólo afecta a Pekín, sino también a todas las empresas del sector que ya no pueden operar en China. No faltan las compañías que se aferran a las zonas grises de las sanciones para no perder a un cliente fundamental. 

“China no va a dejar de tener acceso a chips por las sanciones. Lo que puede suceder es, primero, que se reduzca la brecha tecnológica, que es la intención de EEUU: ganar tiempo. Segundo: que Pekín se concentre en su mercado doméstico, algo que antes no sucedía porque tenían acceso a otra tecnología”, apunta Marco. “Estoy convencido de que no se puede evitar que China desarrolle su propia industria de semiconductores, pero si les frenas tremendamente. Les duele, desde luego que sí”. 

Geopolítica y chips: dos elementos indivisibles

La complejidad de Taiwán es enorme. Geopolítica y chips van de la mano y las probabilidades que manejan los expertos son numerosas. Una de ellas habla del concepto del ‘escudo de silicio’, es decir, que el trascendental papel de Taipéi en la cadena de producción de bienes tecnológicos y en la economía mundial -donde se incluye a China- serviría para disuadir a Pekín de optar por un conflicto bélico. Otros rebaten esta idea debido a que el Partido Comunista está trabajando en tener una industria propia de semiconductores, proceso que se está acelerando debido a las sanciones estadounidenses. Los últimos piensan que eso no haría más que aumentar las ansias de atacar a Taiwán y desestabilizar la industria global. Ante la disyuntiva de qué pesaría más ante una potencial invasión de Taiwán, si los argumentos políticos o los económicos, una de las respuestas más repetidas es que la autonomía no es compatible con el proceso de diseño y producción de chips. 

“La desglobalización no funciona en esta industria”, opina Marco. “Si esta industria ha evolucionado en los últimos años ha sido gracias a la colaboración global. Para hacer un semiconductor necesitas alrededor de 700 pasos y ningún país del mundo puede hacerlo por su cuenta. Es necesario que haya comunicación y entendimiento para arreglar esto”. Su opinión es compartida por Wu, el fundador de Macronix. “Estoy seguro de que la gente de los Gobiernos son listos, son más listos que yo, si yo puedo verlo ellos también pueden. Necesitamos que sean sabios para que todo el mundo esté a salvo y la economía mundial no cambie”, sostiene.

El final de la conversación con Wu coincide con la hora del almuerzo. Decenas de trabajadores de Macronix entran y salen de los ascensores con recipientes llenos de comida. Viven su día a día con normalidad, con las rutinas propias de cualquier empresa del mundo y los problemas típicos de todo empleado: rendimiento, relaciones, obligaciones, motivaciones… y ahí, escondido en alguna parte de su mente yace la idea que prefieren mantener oculta: que la industria en la que trabajan y el lugar en el que habitan son piezas esenciales del polarizado tablero geopolítico global.