El difícil juego de equilibrismos marroquí en sus relaciones con Israel

  • Tel Aviv anunció su disposición a reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara, pero Rabat ha dado la callada por respuesta

  • Las operaciones israelíes en Cisjordania impulsadas por el gobierno más conservador de la historia israelí no gustan en Marruecos

  • La monarquía marroquí prefiere mantener una posición prudente para preservar su prestigio en el mundo árabe y musulmán y no soliviantar a la opinión pública doméstica

Silencio. Ha sido la respuesta de las autoridades marroquíes al anuncio de este lunes del Ministerio israelí de Exteriores, que se mostraba dispuesto a reconocer el Sáhara Occidental como territorio soberano de Marruecos. Un anuncio histórico que convertiría a Israel en el segundo país, después de Estados Unidos –hace dos años y siete meses que el presidente Donald Trump sorprendía en los estertores de su mandato en Twitter-, en dar el paso. Sin embargo, una noticia de tal envergadura –la decisión no sorprende porque en varias ocasiones en el último año y medio representantes gubernamentales israelíes se han manifestado en una línea semejante- no ha merecido una sola palabra de celebración y agradecimiento desde Rabat.

Pero ¿por qué? Tres semanas y media antes del anuncio del ministro de Exteriores israelí, Eli Cohen, en visita oficial a Rabat el presidente de la Knéset o Parlamento israelí, Amir Ohana, había instado a su Gobierno a reconocer la soberanía marroquí sobre el antiguo Sáhara Español. Este lunes, por fin, el jefe de la diplomacia israelí lo hacía. Pero condicionando la decisión a que Marruecos celebre en su territorio la segunda cumbre del Néguev, un formato protagonizado por los ministros de Exteriores de los países árabes con los que Israel mantiene relaciones diplomáticas más Estados Unidos. Esto es, los firmantes de los Acuerdos de Abraham –Emiratos, Bahréin, Marruecos-, Jordania y Egipto, Estados Unidos e Israel.

Israel lanza la pelota sobre el tejado de Marruecos. No parece a priori una transacción especialmente costosa para Rabat, que tendría el honor de reunir a varias de las potencias de la región y de reforzar su imagen de liderazgo. Lo haría además en otro desierto –el formato adquirió el nombre del desierto israelí-, el propio Sáhara, y la ciudad de Dajla, la antigua Villa Cisneros española, sonó durante meses como escenario de la cita diplomática.  

Sin embargo, Marruecos no está convencido aún ni de la conveniencia del momento ni del formato que dicha cumbre deberá adoptar. No en vano, medios estadounidenses bien informados sobre los entresijos de la diplomacia israelí como Axios han reportado que por decisión de las autoridades marroquíes la cita se ha aplazado hasta en cuatro ocasiones. Israel quiere esa cumbre, y pronto, antes de final de verano, en septiembre concretamente. Además, espera desde hace meses que Rabat eleve la representación diplomática israelí en el país norteafricano desde oficina de enlace a embajada.

Pero ninguna de las dos circunstancias acaba de encontrar su momento. Marruecos parece estar dispuesto a esperar. Rabat sabe que seguir estrechando lazos con Israel en un año en que las operaciones militares israelíes en Cisjordania se suceden y que el actual gobierno israelí sigue avanzando en la construcción de asentamientos en el territorio puede tener un coste elevado para la imagen del régimen ante una opinión pública especialmente sensible al sufrimiento palestino.

Al fin y al cabo Marruecos ha contado ya con el apoyo israelí a sus tesis en el Sáhara en reiteradas ocasiones. Hace un poco más de un año, la entonces ministra del Interior israelí Ayelet Shaked respaldaba en visita a Rabat el plan de autonomía marroquí. El entonces ministro de Exteriores Yair Lapid hizo lo propio en vísperas de la Cumbre del Néguev, celebrada en marzo de 2022.

Tampoco gusta en demasía en Marruecos el actual gobierno israelí -conformado a finales de diciembre pasado-, el más conservador de la historia del país. Tampoco parece haber demasiado feeling por Marruecos entre los ministros pertenecientes a las formaciones ultrarreligiosas y nacionalistas del Ejecutivo de coalición.

No en vano, ha sido un ministro del Likud, como Eli Cohen, el que se lanzara a anunciar el próximo reconocimiento de la soberanía de Rabat sobre el Sáhara, y un presidente del Parlamento también del partido de Benjamín Netanyahu quien manifestara públicamente la conveniencia de dicho respaldo y se deshiciera en elogios hacia el rey Mohamed VI en su reciente visita a Rabat.

Last but not least, la propia denominación del formato sigue sin obtener el acuerdo de las partes. Según medios oficialistas marroquíes, Rabat pretende dotar al foro de un carácter institucional e internacional, y propone -añadiendo la palabra ‘paz’- la denominación final de AMENA PD, que vendría a ser el acrónimo francés de Paz y Desarrollo para América, Oriente Medio y Norte de África.

Rabat es plenamente consciente, por tanto, desde que se oficializara la relación en diciembre de 2020, en una operación transaccional a cambio del reconocimiento estadounidense de la soberanía sobre el Sáhara, de que ha de calibrar cada paso en su relación con Tel Aviv. Una parte importante de la sociedad marroquí no celebra la alianza cuando no está claramente en contra. Entre ellos los islamistas. Por ejemplo, el propio ex primer ministro Abdelillah Benkirane, uno de los políticos más carismáticos de Marruecos, fue capaz de expresar en público ante miembros de su formación, el islamista PJD, su rechazo a que su país siga estrechando relaciones con Israel el pasado mes de marzo.

Asertiva diplomacia marroquí

Si hay algo que se ha manifestado con nitidez en los últimos meses son las capacidades equilibristas de la diplomacia marroquí, capaz de mantener su orientación pro occidental y sus estrechos lazos con Estados Unidos al tiempo que se esfuerza por preservar sus buenas relaciones con la Rusia de Putin a pesar de la guerra en Ucrania. Lo mismo ocurre en el escenario regional: mientras presume de su alianza con Israel, Marruecos, miembro de la Liga Árabe y la Unión Africana, se ha distinguido durante años por su papel mediador en el conflicto israelo-palestino y el rey Mohamed VI preside el Comité Al Qods, encargado, entre otras funciones, de velar por los santos lugares del islam en la ciudad de Jerusalén, desde 1999.

Igualmente claro ha quedado en los últimos años es la destreza de la diplomacia marroquí. La capacidad de presión. Puede dar cuenta de ello el presidente del Gobierno español Pedro Sánchez, obligado a cambiar la postura tradicional de la diplomacia española en el conflicto del Sáhara Occidental. El apoyo de Sánchez al plan de autonomía para el Sáhara expresado en la famosa y telegráfica carta -¿o no carta?- enviada al rey de Marruecos no bastará a largo plazo para el candidato socialista a la presidencia en las próximas elecciones generales.

Si el futuro inquilino de la Moncloa es el popular Alberto Núñez Feijóo también tendrá que retratarse. La aspiración de Rabat es que los gobiernos españoles sigan dando pasos concretos en materia diplomática y empresarial en el territorio que fuera colonia española hasta 1976. Las palabras de Sánchez empiezan a no ser suficientes para las autoridades marroquíes.

Aunque es indudablemente relevante para Marruecos que una gran potencia como Israel se sume a Estados Unidos en el reconocimiento expreso de la soberanía marroquí sobre un territorio que Naciones Unidas sigue considerando por descolonizar, ello tampoco es suficiente para Marruecos. A pesar de que los últimos dos años han sido testigos de una sucesión de encuentros bilaterales de representantes gubernamentales tanto en Israel como en Marruecos, con firmas de acuerdos y memorandos en las más diversas materias -incluido el inédito acuerdo en materia de defensa firmado en noviembre de 2021-, la sensación para Marruecos es que no ha sacado todo el partido que esperaba de la nueva relación.

¿Enfriamiento en las relaciones con Israel?

Es pronto para determinar si hay un enfriamiento de fondo en la nueva alianza, que ha sido flamante durante año y medio, entre Marruecos e Israel. La historia demuestra que incluso en los momentos en que el conflicto entre israelíes y palestinos hizo más difícil la relación, los puentes entre los sucesivos gobiernos del Estado judío, la amplia comunidad judía israelí de origen marroquí y la corona alauita no se resquebrajaron. Así fue en las últimas dos décadas, las transcurridas desde la Segunda Intifada en 2000 y el restablecimiento de relaciones en diciembre de 2020. Lo que sí parece claro es que la luna de miel entre Rabat y Tel Aviv no está exenta de discrepancias y tensiones.

Israel presiona, Marruecos contemporiza. Tel Aviv no quiere que los ánimos decaigan en el proceso de reconocimiento y normalización en el seno del mundo árabe después de un prometedor momento que vivió su cénit a finales de 2020 con la firma de los Acuerdos de Abraham. Sigue confiando en que Arabia Saudí siga los pasos de las otras monarquías árabes y las negociaciones de los últimos meses acaben cuajando en el establecimiento de relaciones diplomáticas, como admitió su gobierno en las últimas horas en medio de la escalada en Cisjordania.

La cuestión es relevante para ambos, el respaldo en el Sáhara es la gran obsesión de la monarquía alauita, pero no basta por ahora para las autoridades marroquíes se lancen en brazos de Israel, que, a juzgar por la situación actual, tiene también problemas perentorios que resolver. Las relaciones entre los dos países, basadas en profundos vínculos humanos y culturales, no corren peligro, pero sí están atravesando momentos complejos como consecuencia de factores regionales y domésticos.