Bruselas endurece su mensaje a Rusia tras el tormentoso viaje de Borrell a Moscú

  • Algunos miembros del Parlamento Europeo piden la dimisión de Borrell tras la visita a Moscú

Humillado, dicen sus críticos, sin atreverse abiertamente a proponer sanciones. Decepcionado, parece sentirse Josep Borrell, Alto Representante para la Política Exterior europea, tras su tormentoso viaje a Moscú, donde el viernes fue puesto contra las cuerdas por un viejo lobo de la diplomacia, Serguei Lavrov. Un viaje que acabó peor de lo que esperado por la diplomacia europea a pesar de que la encerrona era una posibilidad.

Borrell lo recordaría antes de ir a Rusia pero tal vez no esperaba que la memoria del presidente Vladimir Putin fuera tan larga. Corría el año 2006 y en una cumbre euro-rusa en Lahti, Finlandia, mientras la mayoría de los dirigentes europeos (apenas queda Merkel de aquella época) agachaba la cabeza ante Putin, el presidente del Parlamento Europeo le afeaba en público las violaciones de derechos humanos. La televisión rusa retransmitía aquellas imágenes. Putin mostraba semblante de irritación. Aquel presidente del Parlamento Europeo era Borrell.

La memoria lleva a Lahti y los acontecimientos de los últimos días a la relación euro-rusa. Borrell viajó a Moscú por encargo de los ministros de Exteriores de la Unión Europea. 23 de ellos apoyaron el viaje. Sólo cuatro (los tres bálticos y el polaco) pensaron que con Putin mejor ni hablar. La visita se hizo porque existía una invitación rusa y porque los dirigentes europeos tratarán su relación con Rusia en una cumbre a finales de este mes y querían dar una oportunidad al diálogo. Lo que constató Borrell es que cada día es más difícil.

“Rusia se desconecta”

El Alto Representante se desahogó este domingo en una entrada en su blog, que se está convirtiendo en una suerte de referencia teórica de la política exterior europea. Sostiene Borrell “que Rusia se desconecta progresivamente de Europa y ve los valores democráticos como una amenaza existencial”. Sostiene también que de su viaje a Moscú extrajo “una profunda preocupación sobre las perspectivas de evolución de la sociedad rusa y sobre las elecciones geoestratégicas de Rusia”.

Sostiene Borrell que la relación debe cambiar al asegurar que “los Estados miembros tienen que decidir los próximos pasos y sí, esos pasos podrían incluir sanciones”. Pero el Alto Representante sabe que entre los 27 no hay consenso en ningún sentido. Mientras bálticos y polacos, tal vez checos y eslovacos, estarían dispuestos a apretar las clavijas a Moscú, Berlín se niega por ejemplo a interrumpir la construcción del nuevo gasoducto Nordstream II, París sigue repitiendo que con Rusia, que va a seguir ahí porque la geografía es así de caprichosa, hay que llevarse lo mejor posible y Roma y Madrid se ponen de perfil.

Pero Borrell da la relación por prácticamente rota: “Fui a Moscú para ver si Rusia estaba interesada en afrontar nuestras diferencias y revertir la tendencia negativa de nuestras relaciones. La respuesta que recibí apunta claramente en otra dirección”. Borrell pidió la liberación de Navalny en privado y dos veces en público ante Lavrov, que le respondió, perro viejo diplomático, con los políticos catalanes encarcelados por el procés.

Sostiene Borrell, en parte como los franceses, que Rusia seguirá ahí aunque Europa mire a otro lado, que el mundo fuera de las fronteras europeas no se puede elegir y que “encerrarnos en nosotros mismos y vociferar contra otros no nos traerá mayor seguridad”.

Una mano atada a la espalda

Los comentarios de los últimos días hablan de un Borrell humillado y de un fracaso de viaje, pero su entorno en Bruselas se defiende y recuerda que el viaje no lo decidió él. Borrell cumplió lo básico, como fue pedir la liberación de Alexei Navalny antes del viaje y ya en Moscú, tanto en privado como en público en la conferencia de prensa. También de los miles de manifestantes detenidos arbitrariamente.

Lavrov buscó entonces donde morder y empezó a desviar la atención hablando de Cataluña, Cuba o Estonia y ni mencionó a Navalny. Mientras Lavrov, que domina inglés perfectamente, se limitó a hablar en ruso, Borrell no fue a lo fácil (hacerlo en español) sino que lo hizo en inglés, que domina pero sin los matices que podía haber introducido en español. Dicen que Borrell debió ser más duro, pero el Alto Representante había dejado una mano atada en Bruselas porque no tenía un mandato claro.

¿Pudo Borrell amenazar en público, ante Lavrov, con más sanciones si Rusia no liberaba a Navalny? Pudo, pero sabía que Moscú no lo tomaría en serio porque la diplomacia rusa no ignora que entre los 27 el consenso para aprobar más sanciones está muy lejos.

Su entorno también recuerda que este fin de semana algunos ministros de Exteriores –los bálticos- han usado Twitter para casi mofarse de Borrell, pero que esos mismos ministros mantuvieron silencio cuando en las últimas reuniones pudieron proponer más sanciones u otro tipo de política.

Algunos de los miembros también han pedido su dimisión.

Pero el enorno de Borrell insiste que mientras su trabajo es forjar un consenso a 27 en las relaciones exteriores, algunos gobiernos (el húngaro hace meses y los austríaco y holandés este fin de semana) anunciaron que comprarán la vacuna rusa mientras el lituano dice que de ninguna manera porque esa vacuna es un arma política de Putin.