La ideología mató al intelectual

  • La estatua del periodista italiano Indro Montanelli no se ha librado de los ataques

  • Personajes complejos, como Montanelli u Oriana Fallaci, son encuadrados en los nuevos dogmas del siglo XXI

Indro Montanelli estaba convencido de que nació para contar lo que pasaba en el mundo desde que tuvo uso de razón. O así al menos lo confiesa en su libro Memorias de un periodista. “He recorrido mi siglo casi de principio a fin desempeñando un oficio que me ha permitido o, mejor dicho, me ha impuesto encontrarme en el ojo del huracán. Pero esto es lo que soy y lo que quiero seguir siendo: tan sólo un periodista, un testigo de mi tiempo”, cuenta, con una indisimulada falsa modestia que siempre cultivó.

La estatua erigida en su honor en unos jardines de Milán sacraliza esa sencilla aspiración. “Indro Montanelli, periodista”, se lee sin más bajo la figura en bronce del hombre que aporrea una Olivetti. Él querría hacer sólo su trabajo, pero el oficio está tan castigado y los ánimos tan crispados que la estatua de Montanelli no se ha librado de la furia iconoclasta que se ha apoderado de nuestros días.

Hace una semana, tras los ataques a las figuras de Colón y el blindaje de Churchill, un grupo de desconocidos roció con pintura roja la imagen del intelectual italiano. “Ya es hora de decir basta a esta ofensa a la ciudad y a sus valores democráticos y antirracistas”, denunció la asociación Sentinelli, un colectivo milanés que se autodefine como “laico y antifascista”.

Tras la muerte en Estados Unidos de George Floyd, en Italia ha vuelto a resonar la historia de Montanelli en la guerra de Abisinia -la actual Etiopía-, donde aceptó la entrega de una niña de 12 años como señal de gratitud. El propio periodista destapó el escándalo muchos años después cuando lo estaban entrevistando a él. “En Abisinia funcionaba así, se comportaba como un dócil animalillo”, reconoció en televisión.

Indro Montanelli nació en 1909 y murió en 2001, pero ni siquiera en las postrimerías del siglo que dijo que le había tocado vivir se arrepintió de aquella barbaridad. O peor aún. Ya se sabe que el periodismo es un gran almacén de egos, alimentados entre los hombres de esa época con puros y whisky, por lo que diferentes historiadores sostienen que la aventura de la esclava sexual habría sido una invención del escritor para construir un mito.

Y como ese pasaje de su vida, otros tantos. A Montanelli no le faltan borrones en su biografía. “Con los negros no se fraterniza. No se puede, no se debe. A menos hasta que no les sea dada una civilización”. Así defendía el colonialismo, en otra de las funestas frases que siempre lo acompañan.

En 1935 Montanelli se alistó como voluntario en la guerra de Abisinia para poder enviar crónicas desde el frente y dos años después se desplazó a la Guerra Civil española, como tantos grandes escritores del momento.

El periodista italiano presumió de fascista -¿quién no lo era entonces?- y después de antifascista. Alabó a Mussolini, lo criticó y terminó condenando su ejecución. Liberal y anticomunista, duró poco junto a los partisanos. Pese a su escasa fe, se convirtió en el primer periodista de un diario laico (el ‘Corriere della Sera’) en entrevistar a un papa, a Juan XXIII.

Los terroristas comunistas de las Brigadas Rojas le dispararon en el parque de Milán donde está su estatua. Recibió el premio Príncipe de Asturias de Comunicación 1996. Fue berlusconiano y antiberlusconiano. Una figura demasiado cambiante y demasiado compleja como para ser encerrada en uno de los actuales dogmas ideológicos.

Pero, por encima de todo eso, es el periodista italiano más reconocido del siglo XX y una de las plumas más brillantes que han manchado los periódicos de este país. Los 22 volúmenes de su Historia de Italia decoran todo mueble de salón de un buen italiano y su Historia de Roma habrá ayudado a muchos a bajar a los emperadores de sus majestuosos pedestales.

Cuando el entonces presidente de la República, Francesco Cossiga, le ofreció en 1991 el cargo de senador vitalicio, rechazó amablemente el ofrecimiento: “No es un gesto de exhibicionismo, sino un modo concreto para decir lo que pienso, que el periodista debe tener el poder a una distancia de seguridad”.

“Indro Montanelli fue simplemente un italiano. Una figura que disfrutaba de esas contradicciones, tan polarizante que terminabas por odiarle o amarle. Pero no se puede negar que encarnó y contó el siglo pasado”, señala el historiador Francesco Filippi. Para él, representó también “el símbolo de un machismo orgulloso que ha sido uno de los grandes males del país desde hace mucho tiempo”.

El 8 de marzo del año pasado un grupo feminista ya arrojó pintura rosa contra la estatua del periodista. “Racista, violador”, escribieron entonces. El debate sobre su permanencia o no en las calles se ha intensificado, con grupos de izquierdas que abogan por la retirada de la estatua, y la mayor parte de la intelectualidad que queda, incrédula.

La apropiación de la extrema derecha

En su defensa, Montanelli ha encontrado un extraño aliado. El ultraderechista Matteo Salvini ha aprovechado el choque ideológico para arremeter contra feministas y la izquierda, al tiempo que se alinea con los librepensadores. Las ideologías terminan creando compañeros de cama inesperados.

El líder de la Liga ha pedido “quitar las manos de encima de Montanelli”, mientras que el pasado febrero lo citó en el Senado para defender su inocencia ante quienes lo acusan de secuestro de personas por impedir el desembarco de inmigrantes durante su etapa como ministro del Interior. “Jóvenes, batíos siempre por las cosas en las que creéis. Perderéis todas las batallas, como las he perdido yo, y ganaréis sólo una, la del hombre que se mira al espejo cada mañana mientras se afeita”, parafraseó Salvini.

La apropiación cultural recuerda a lo que ya hizo la extrema derecha italiana con Oriana Fallaci, otro de los grandes mitos del periodismo de este país. Desde que el fenómeno Salvini se convirtió en un movimiento de masas, no hay mitin sin cita de Fallaci para argumentar que “los inmigrantes quieren islamizar Europa”. En los últimos años de su vida, tras los atentados del 11-S, la periodista y escritora entró en una espiral antislámica por la que vació toda la rabia acumulada tras décadas como enviada especial a países musulmanes.

Antes que eso, Oriana Fallaci fue hija de un antifascista que la convenció para formar parte de la Resistencia cuando apenas tenía 14 años. Aprendió a escribir junto a Curzio Malaparte y sin haber cumplido los 30 ya se manejaba entre todos los personajes de la Dolce Vita romana.

Destacaba como periodista, pero sólo en asuntos de los que podían encargarse las mujeres. Hasta que en los sesenta comenzó a viajar a Oriente Próximo y se convirtió en la única reportera italiana en la guerra de Vietnam. Conversó con todo mandatario que tenía entonces algo que decir, desde Yaser Arafat al ayatolá Jomeini. Quedó compilado en Entrevista con la historia, un libro fundamental para un periodista, del que seguro que han tomado nota conocidas entrevistadoras de la televisión de hoy.

Fallaci fue primero un símbolo para la izquierda y después un mito feminista, pero sus últimos años la convirtieron en icono para la extrema derecha. Francesco Filippi opina que “nuestra sociedad necesita referentes fuertes para afianzar su pensamiento y cuando el contexto cambia, a menudo estas figuras que ejercen casi como padres o madres se reinterpretan”.

Lo curioso es que nuestros días, los de la modernidad líquida, no toleran a los intelectuales fluctuantes del siglo pasado, el de las ideologías graníticas. “En este país las reformas no sólo no son inútiles, sino que son perjudiciales, porque siempre son el preludio de algo peor. Simplemente hay que reformar a los italianos”, escribió Montanelli. Aún no se había impuesto el globalismo, para aplicar su afirmación al resto del mundo.