Médicos contra el coronavirus: usan hasta pañales para no parar y más de 1.700 se han contagiado ya

  • Los hospitales están colapsados y los médicos multiplican sus esfuerzos

  • Trabajan sin descanso en jornadas eternas en las que no pueden parar a comer u orinar

  • El coronavirus deja ya más de un millar de muertos y más de 60.000 contagiados

Arriesgan su vida para salvar la de otros y ponen toda su entrega, todo su esfuerzo y toda su profesionalidad al servicio del ciudadano para combatir una crisis que ha sobrepasado sus fronteras. Son los llamados ‘ángeles blancos’ de China; los portadores de la esperanza en un país asolado por la epidemia. El coronavirus se extiende sin freno dejando a su paso un reguero de muertes que sobrepasa el millar. Además, son más de 60.000 lo contagiados y los hospitales han colapsado ante la aglomeración de pacientes.

El ejemplo de Li Wenliang

En este contexto, los médicos son la llave para intentar aplacar el virus, que se propaga inexorablemente sembrando el pánico. A destajo, los sanitarios echan a sus espaldas la enorme responsabilidad de preservar la supervivencia de los enfermos y evitar que el contagio se siga extendiendo todavía más. Fue de hecho uno de ellos el primero en advertir del terrible virus, pero el Gobierno, en un primer momento, no solo no hizo caso a su alarma sino que llegaron a acusarle de difundir bulos. Li Wenliang murió el pasado 6 de febrero, víctima del virus del que quiso alertar. Le contagió uno de aquellos pacientes del Hospital de Wuhan a los que con toda su dedicación se afanó en cuidar. Tras su fallecimiento, el Gobierno, –como ya hubo de hacer poco después de comprobar que efectivamente el coronavirus había irrumpido en el país con dramáticas consecuencias–, tuvo que expresar su disculpas y trasladar sus condolencias por una muerte que supuso todo un golpe psicológico para la ciudadanía, que se movilizó para alabar su labor y la de sus compañeros de profesión. Las redes se inundaron de mensajes de despedida al tiempo en que se hacían sentir los gritos de denuncia por la falta de trasparencia del Gobierno. Pena, vergüenza, ira, tristeza… eran los sentimientos que se entremezclaron entre la población tras conocer la triste noticia.

Jornadas infinitas, pañales para poder orinar y más de 1.700 contagiados

Hoy, la cifra de médicos contagiados por el coronavirus asciende más allá de 1.700, pero como sucediese desde el primer momento en que conocieron de la existencia del virus, siguen sin ceder un ápice en su esfuerzo por cuidar a los enfermos. Al contrario. Al tiempo en que se han incorporado numerosas medidas de prevención, también se han multiplicado sus horas de trabajo. Sobrepasados, exhaustos, siguen luchando contra la epidemia a través de jornadas infinitas en las cuales, incluso, se ven obligados a llevar pañales porque cuando están de guardia ni siquiera tienen tiempo para poder ir al baño.

“Cuando los médicos y las enfermeras están en la sala en la que tratan a los enfermos no pueden comer, beber o ir al baño”. “Solo en caso de que deban orinar, llevan pañales que se pueden quitar una vez terminan su turno”, explica Han Ding, subdirector del Hospital del Colegio Médico de la Unión de Pekín en Beijing, y uno de los sanitarios enviados a Wuhan como refuerzo, en declaraciones recogidas por el medio South China Morning Post.

La cuarentena más allá de los hospitales: ciudades fantasma

Más allá de los hospitales, conquistados por un coronavirus que también ha hecho de ellos uno de los principales focos de infección, llegando incluso a adentrarse en los paritorios, lo que dibuja la realidad es un escenario casi fantasmal. Fuera, ciudades enteras viven en una cuarentena que ha sellado edificios, tapiado barrios enteros, y cerrado las puertas a toda opción de entrar o abandonar los lugares de riesgo.

“Llevo casi dos semanas encerrado en casa. Solamente he salidos dos veces al supermercado a comprar comida. Cuando salgo y vuelvo debo firmar un papel y pasar un control de temperatura. En mi urbanización no dejan entrar a nadie que no viva aquí”, explicaba Kevin Vidaña, entrenador de fútbol del Guizhou Fengyun, en Guiyang, ciudad china ubicada tan solo a hora y media en avión de Wuhan.

Las calles siguen desérticas; la gente está protegida en su casa. Tanto colegios como universidades, así como centros comerciales, restaurantes y demás lugares, siguen cerrados, aunque se ha dicho que en esta semana empiezan a trabajar los sectores más imprescindibles. La reincorporación al trabajo se hará de manera gradual. Los transportes siguen limitados, y la policía investiga de manera individual a todo aquel que entra y sale de la ciudad”, ha explicado, dando fiel cuenta de la situación que se vive en numerosas regiones del país.

Vigilancia extrema y controles hasta para echar gasolina al coche

Los controles a los residentes chinos son continuos: las carreteras están constantemente controladas por policías y sanitarios, y el mero hecho de ir a la gasolinera supone pasar por una toma de temperatura y registrar los datos del coche así como de sus ocupantes. Por eso, además de por el miedo, en algunas zonas las carreteras están prácticamente vacías.

El Gobierno quiere tener vigilados los movimientos de todos los ciudadanos. En la provincia de Guangdong, la tercera con más contagios, militares, policías y sanitarios realizan controles a todos los que quieran acceder. Para permitirles el paso, incluso, deben mostrar una aplicación en sus smartphones que recoge sus datos personales.

Así mismo, por las calles también se han visto drones desde los que vigilan a la población o incluso túneles de desinfección que, de no haberlos visto, parecerían llegados del futuro o de una película de ciencia ficción. Cualquier medida es poca en una situación desesperada.