A simple vista, parece una imagen más de Nicolás Sarkozy entrando en un coche oficial. Pero no lo es. Es una imagen histórica. Todo un expresidente de la República francesa rumbo a su detención en comisaría. Provisionalmente, por un máximo de 48 horas, pero detención a fin de cuentas. Sólo las lunas tintadas le han ahorrado la humillación pública de verlo entrar en el edificio de la policía. Sarkozy ha estado declarando todo el día por un caso de tráfico de influencias. Para entendernos, se habría compinchado con dos jueces del Supremo para que le informaran de la evolución de sus casos de corrupción. Casos, más de uno y más de dos, que se refieren básicamente a la financiación ilegal de una de sus campañas electorales. El dictador libio Gadafi, al que luego bombardearía, y Liliane Betencourt habrían sido algunos de sus benefactores. El interrogatorio ha sido maratoniano para Sarkozy, más de 12 horas. Pero de aquí las que salen realmente heridas, más que su orgullo, son sus aspiraciones de volver a liderar la derecha francesa.