Los 'nuevos' de la chatarra

DAVID PARDO / ESTHER MARQUINA 03/02/2011 17:06

"Alguien se nos ha adelantado". Julían, 39 años, se une resignado a Jesús, su compañero de fatigas. Ambos empujan un carrito de supermercado desde primera hora de la mañana. Hoy está siendo un buen día: una olla de cocina, un grifo, una batería de coche, alambres.... Todavía falta un buen trecho para llegar a la nave de Parla, en Madrid, donde venderán su mercancía y queda algún punto limpio donde arañar parte de su salario.

Jesús, de 46 años, nunca pensó que terminaría hurgando en la basura ajena para llegar a fin de mes. "Yo me dedicaba a la construcción, pero llegó la crisis, me quedé en paro y ya no tengo ningún tipo de ayuda. Es uno de los recién llegados a un trabajo que tradicionalmente desempeñaban personas de etnia gitana. Dedica una media diaria de doce horas para recorrer decena de contenedores. Ha aprendido que el cobre, si está limpio, se cotiza a unos 5,30 euros y la chatarra a unos 3. Va a medias con Julián, antiguo mozo de almacén, separado y padre de seis hijos. En su periplo cotidiano, parada en un taller mecánico, donde el encargado -acostumbrado al goteo continuo de estos piratas de la basura- les cuenta que no tiene nada para ellos. "En increíble la cantidad de nuevos parados que me llegan cada día, hasta amas de casa que buscan cualquier pieza para vender".

El desguace al que acuden diariamente Jesús y Julián es punto de encuentro de muchos en su misma situación. Desde un operario de obra que, a la salida, vende restos de aluminio para "llenar el depósito del coche, que la cosa está fatal y no hay forma de llegar a fin de mes" hasta un niño de 11 años que se lleva una propina de los cacharros que empuja de parte de su padre. Los empleados del local, acostumbrados a este continuo ir y venir de nuevos chatarreros, suman -calculadora en mano- los beneficios de sus clientes.

"Antes, nuestros clientes eran casi todo empresas, pero ahora compramos sobre todo a particulares", nos cuenta mientras recuerda que controlan la legalidad de los productos por los que pagan "aunque siempre haya sitios que prefieren mirar hacia otro lado y aceptan, por ejemplo, tapas de alcantarillas o cobre de dudosa procedencia".

Uno de los últimos que visita esta chatarrería es Alfonso. Luce su antiguo uniforme de trabajo y muestra orgulloso su trofeo de hoy mientras empuja su carrito ya vacío: Un billete de 10 euros. ¿Cuántas personas comen de eso? "Cuatro, mi señora y mis niños". Y, el de hoy, ha sido un buen día.

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