El pueblo al que llaman la ‘pequeña Atenas’ donde vivió Zurbarán
Una vez finalizada su formación, Zurbarán se instaló en Llerena (Extremadura), donde vivió más de diez años
La belleza de sus calles y su arquitectura solo es comparable a la de su entorno natural
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Deslumbrados por lugares lejanos, en ocasiones olvidamos algunos de los tesoros que nos esperan en nuestro país, rincones cargados de historia, convertidos en espacios emblemáticos que merece la pena descubrir y visitar. Monumentos que merecen la pena e invitan a viajar al pasado, a un tiempo en el que grandes artistas encontraran la inspiración en sus rincones, como sucede con Llerena.
Este rincón extremeño, al que se conoce con el nombre de ‘pequeña Atenas’, es también el lugar en el que Zurbarán, uno de los artistas más destacados del Siglo de Oro, finalizó su aprendizaje y donde se instaló en 1617, un año después se casaba por primera vez; fruto de este matrimonio nacerían sus tres hijos. Fallecida su primera esposa, volvería a casarse, con Beatriz de Morales, viuda como él y también de Llerena.
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En las calles de Llerena se esconden pequeños homenajes al pintor, que los amantes de su obra no dudarán en admirar, como la fuente que diseñó y que se puede ver en la Plaza Mayor, o la iglesia de Nuestra Señora de la Granada, en cuyo interior se encuentra la pintura 'Cristo muerto en la cruz', también creación del artista.
Llerena: la ‘pequeña Atenas’ extremeña
Al sur de Badajoz se encuentra Llerena, un lugar que se ha ganado a pulso el apelativo de ‘pequeña Atenas’ a causa de la belleza de su espectacular casco histórico con influencias flamencas y mudéjares y por el que fue reconocida como Conjunto Histórico Artístico en los 90. No solo está considerado uno de los pueblos más bonitos de Extremadura, también tiene vistas al Parque Natural Sierra de Hornachuelos, mezclando historia y naturaleza, para deleite de quien decida incluir este rincón entre sus futuros destinos.
Más allá del espacio natural que le rodea y que merecería la visita por sí mismo, Llerena también es un lugar que hay que descubrir, paseando por sus calles y recorriendo sus rincones, cargados de historia y donde se mezclan estilos arquitectónicos como el gótico, el mudéjar, el barroco o el renacentista.
Es imposible perderse su Plaza Mayor, de la que ya hemos hablado, pero tampoco se puede uno marchar sin ver la iglesia de Santiago Apóstol, el convento de Santa Clara o palacios como el Maestral o el de los Zapata, que pasó a ser sede del tribunal de la Inquisición en 1570. Destacan los numerosos restos de edificaciones de carácter defensivo, como las torres, murallas y puertas monumentales, entre las que destaca la Puerta de Montemolín, la única de las cuatro grandes puertas que todavía sigue en pie.
Una vez descubiertas sus calles, y todo lo que su gastronomía tiene que ofrecer, incluyendo sus excelentes vinos, merece la pena alejarse un poco para disfrutar del entorno. A escasos 9 kilómetros se encuentra la finca la Morolla, con gran diversidad de especies autóctonas, que suponen una excelente representación de la flora autóctona del sur de Extremadura, como encinas, alcornoques o jaras. Llerena parece el lugar ideal para poner de acuerdo a los amantes de la historia, el arte y la naturaleza.