Lorenzo Díaz, el vino con acento de radio

  • Llegó a mediados de los sesenta a Madrid en un camión de melones para trabajar en Standard Eléctrica, y años más tarde la radio se cruzó en su camino

  • La mayor parte de su amplia bibliografía está dedicada a enseñarnos cómo comían en otras épocas los labriegos, los hidalgos, los venteros, los cómicos...

  • Es Embajador Nacional del Vino y buen amigo de los grandes de este mundo: Custodio López Zamarra, Mariano García, Álvaro Palacios, Raúl Pérez y Miguel Ángel de Gregorio

Nació Lorenzo Díaz, poco antes de que dieran las diez, en Solana del Pino (Ciudad Real), al sur del Valle de Alcudia, a los pies de Sierra Morena. Tierra de nieblas espesas y de llanuras plagadas de encinas y jara; de ventas y cuentos de caminos que a lo largo de la historia atravesaron soldados, comerciantes y caminantes.

Lorenzo era hijo de un guardia civil que llegó al pueblo en 1943 con la sola misión de acabar con los maquis y los furtivos. Los primeros desaparecieron y con los segundos nunca pudo terminar porque eran sus cuñados, los hermanos de su mujer; una estirpe de numeración bíblica, eran 24.

De ahí le viene su afición a los sabores de la caza -perdices, codornices, liebres, conejos, jabalíes...- a este “sociólogo, gastrólogo, juergólogo”, como lo definió el maestro de periodistas Luis Carandell. Y quizá por ello arranca la conversación con una afirmación rotunda: “Hay que volver a los cocidos, los escabeches, las migas, los guisos de las abuelas... Y no rendirse ante la cocina de las salsas en technicolor”.

Su infancia y su juventud recorrieron varías geografías: Puertollano, Villanueva de los Infantes, Almería y Sanlúcar de Barrameda. A mediados de los sesenta llegó a Madrid en un camión de melones, así lo contó Raúl del Pozo, para trabajar en Standard Eléctrica. Se matriculó además en Sociología y Ciencias Políticas, y forjó su conciencia social con los profesores Aranguren, Tierno Galván y Pepín Vidal.

Años más tarde la radio se cruzó en su camino y participó activamente en ese medio en el período de la Transición. Trabajó con los mejores de la profesión: Luis Del Olmo, Alejo García, Manolo Ferreras, Javier Rioyo, Concha Campoy (que sería su mujer y la madre de dos de sus hijos), Carlos Herrera, Juan Ramón Lucas y Carlos Alsina. Acumuló un elenco numeroso de grandes premios y se jugó un “grand slam” empresarial, trabajó en todas las cadenas cuantas hubo: Radio Nacional, la Ser, cadena COPE, Antena 3 de Radio y Onda Cero.

Carlos Herrera me lo cuenta así: “Le conocí en el año 83 cuando desembarcó de la mano del gran Alejo García en la COPE. Yo también llegaba por entonces a COPE Madrid desde Sevilla y ya empezó a fascinarme la facilidad que tenía Lorenzo para retratar cotidianeidades a través de la forma más policromática que yo he conocido en la verbalidad. Nadie como él. Después hemos ido coincidiendo en la cadena SER y finalmente en Onda Cero, donde trabajamos, aproximadamente, unos 15 años juntos en el mismo programa, todos los días. A Lorenzo solo había que darle una palabra clave, la del tema del día, para que él construyese una teoría y lo hiciese con una brillantez, una soltura intelectual y una gracia que está al alcance de muy pocos. Es un ser desbordante. Único. Al que quiero como a un hermano y al que añoraré siempre que esté en la radio y no esté con él”.

Y mientras hacía radio con su voz grave, su vertiente sociológica le llevó a escribir el libro de referencia sobre el medio. Contarla desde el año 1923 al 1994. Una travesía de vida entera de más de setenta años, imprescindible su lectura para saber lo que ocurrió. La memoria de aquellas voces que de una manera u otra supusieron el devenir de este país. Como decía Benedetti, “...aunque el pasado está escondido y lejos, no tienes más remedio que mirarlo”. Y escucharlo, y leerlo diría yo.

Todo está en los libros

Tiene una amplia bibliografía Lorenzo, en su mayor parte dedicada a enseñarnos cómo comían en otras épocas los labriegos, los hidalgos, los venteros, los cómicos...

Desgrana en su literatura la historia de las tabernas, los fogones, las botillerías de Madrid; de la cocina de los ilustrados, los románticos, del cochinillo de Segovia, del desaparecido restaurante Jockey, de ese histórico anfitrión del Madrid antiguo, Lucio, de las cocinas del Barroco y el Quijote y hasta de los sabores perdidos. Todo un compendio de sabidurías. Ya lo dice su amigo y mi muy querido Raúl del Pozo: “Es el nuevo Bachiller Sansón Carrasco. Un ilustrado, un izquierdista por encima de todas las contradicciones. Y una de las lumbreras de Castilla-La Mancha”. Este “Caballero de la Blanca Luna” es dos veces Premio Nacional de Gastronomía y acumula un sinfín de distinciones gastronómicas. Es digno heredero de esa pléyade de escritores de la geografía, la sobremesa, la mesa redonda y las buenas compañías: Néstor Luján, Álvaro Cunqueiro, Xavier Domingo, Vázquez Montalbán...

Acerco también a esta conversación a otro amigo común, al periodista gastronómico Alberto Fernández Bombín: “Lorenzo es el último de Filipinas, de esa legendaria raza de cronistas gastronómicos previa a internet que escribían como los ángeles y tenían la biblioteca de Alejandría en la cabeza. La radio ha sido su hábitat natural durante muchos años, y sus libros se sitúan por derecho propio al lado de los grandes”.

Nadie insulta como él, pero sus saetas verbales siempre elegantes y plenas de fina ironía, lejos de ofender se convierten en galones para el aludido, no vayan a pensar que don Lorenzo insulta a cualquiera, es un privilegio que reserva para sus amigos y para los poderosos a los que gusta lanzar finas estocadas florentinas”.

“En lo personal es un amigo que nunca falla, un gran conversador que bajo esa apariencia de gruñón irascible, que cultiva con esmero, esconde un corazón de oro y una lealtad a prueba de bomba. Es también ese amigo más listo que tú que siempre te dice la verdad y el maestro que corrige tus errores. Su amistad es un privilegio que hace la vida mejor”.

La buena mesa

Además de un sinfín de sobremesas tengo con Lorenzo una suerte de territorios compartidos, unos por coincidencia -porque, como dice Bernardo Atxaga, en la vida estamos todos a cinco apretones de manos- y otros a los que he llegado en su compañía: Zamora está en el primer grupo, en esta tierra de paciencia, sosiegos y literaturas nos hemos encontrado con nuestro amigo del alma el arquitecto Paco Somoza, un ser renacentista donde los haya y el mejor apóstol de esta ciudad.

Paco me dice: “Es imposible ver la película de los últimos años de la historia de España sin encontrar en cada fotograma la imagen, la sombra o la mano que mece la cuna de Lorenzo Díaz. Su inteligencia, su bondad, su curiosidad obsesiva por todo lo que le rodea y su sorprendente memoria son comparables con su culto a la amistad y a su mala leche”.

Este es también un territorio compartido con el periodista y editor de los informativos de fin de semana de Telecinco, Pepe Ribagorda, uno de los amigos más allegados a Lorenzo, que le define así: “Mordaz, irónico hasta el exceso, siempre divertido. Capaz de redefinir la realidad desde su lúcido y único sentido del humor”. No puedo estar más de acuerdo, tiene Lorenzo esa manera de contar las cosas, esa realidad cotidiana como si no hubiera sucedido nunca.

Sigüenza es el tercer ángulo de su geografía sentimental, cuando no está en Madrid es fácil verle en esa hermosa ciudad, de la que podría ser tan buen guía como cronista. Aquí hay un templo del paladar que descubrí por él, lo manejan dos hermanos con un talento inusitado para la cocina y la hostelería: Eduardo y Quique Pérez, propietarios y gestores del Restaurante El Doncel, de visita obligada para quien no lo conozca. La cocina tradicional y su exposición modernista se abrazan con cordialidad, con amplitud, sin estridencia alguna.

Ellos también quieren participar de este a propósito de Lorenzo: “Era el año 2004 cuando sonó el teléfono del restaurante: 'Por favor, quería reservar mesa para dos personas a nombre de Lorenzo Díaz'. Así empezó una gran amistad. Han sido muchos años de cercanía y amistad con “El Mítico”, como se le conocía en la radio. Hemos compartido sobremesas, disfrutado de su charla afable y divertida. Hombre leído y culto al que siempre nos gusta escuchar y del que hemos ido aprendiendo a lo largo de todo este tiempo. Siempre repite mesa y mantel en nuestra casa. Afincado desde hace años en Sigüenza, donde pasa fines de semana y temporadas de verano. Es un gourmet en toda regla y tiene un profundo conocimiento gastronómico. Hacemos caso de sus consejos y recomendaciones. Cliente y amigo a partes iguales. Sabe desde entonces que aquí tiene su casa”.

El cabrito de El Doncel debiera ser declarado Patrimonio de la Humanidad. No tiene parangón”, sostiene Lorenzo, que también afirma que la marca España se la han dado a este país la gastronomía, la cocina y los triunfos internacionales en el deporte. Sostiene también utilizando la sabiduría del doctor Grande Covián que “es más fácil cambiar de religión que de gustos culinarios”.

Lorenzo y el vino

Es Embajador Nacional del Vino y buen amigo de los grandes de este mundo: Custodio López Zamarra (de quien escribió un libro), Mariano García, Álvaro Palacios, Raúl Pérez y Miguel Ángel de Gregorio. De la bodega de este último, Finca Allende, es el vino elegido para acompañar esta conversación, un Calvario 2015. De este bodeguero riojano, nacido en Argamasilla de Calatrava (Ciudad Real), dice Lorenzo: “Es uno de los grandes creadores de los vinos de España. Es transgresor, culto, inteligente y afina sus vinos con precisión geométrica”.

Le corresponde de Gregorio: “Hace años un amigo común me presentó a Lorenzo. Él era un afamado comunicador, yo un joven bodeguero lleno de ilusión. Lo primero que me sorprendió fue su profundo conocimiento sobre mis vinos y mi vida... Ese eterno conocimiento enciclopédico suyo. Nuestros lugares de nacimiento distan apenas 7 kilómetros, y aunque ambos los abandonamos muy jovencitos (yo con apenas 9 meses) siempre hemos ejercido de manchegos militantes en la diáspora. Desde aquel día, Lorenzo me prohijó como paisano y me obsequió con su cariño perenne, su apoyo y su desinteresada amistad”.

“De su mano participé en las actividades que organizaba FENAVIN y también gracias a él participé en los Cursos de Verano de El Escorial que dirigía y que marcaron toda una época en la difusión de la gastronomía inteligente en España”.

"Recuerdo su visita anual a La Rioja, siempre en otoño, para realizar programas desde la sede de la D.O. Año tras año, pocos días antes de la fecha del programa me llamaba para pedirme: rescátame al finalizar el programa. Y eso hacía, él fingía un compromiso ineludible y desaparecíamos rumbo a una casa de comidas a comer pochas o patatas a la riojana cocinadas a la leña. Lorenzo siempre prefiere una cocina humilde y una charla distendida con amigos a los ágapes vacuos y multitudinarios. Fue inevitable que poco a poco fuéramos sumando miembros del equipo a nuestras sabrosas escapadas. Hasta que sucedió un año que se incorporó el equipo en pleno, dejando huérfano el lunch oficial ante el estupor y disgusto de los dirigentes del organismo patrocinador”.

Calvario es un vino único, procedente de un pago que lleva su nombre y cultivado en cepas de 75 años de antigüedad. Abrumador en nariz, potente, elegante, armonioso. Uno de los grandes referentes de La Rioja. Un placer siempre encontrarse ante una botella de este vino.

Se confiesa Lorenzo un “bebedor de vino medido” y afirma con convicción: “El vino tiene que reflejar la tierra de la que procede”. Y llegado este punto de confluencias de vino, radio y territorios me cuenta una estupenda anécdota: “Fuimos con el programa de Luis Del Olmo a Valdepeñas y en su transcurso dije que me encantaría encontrarme con un compañero de pupitre metido a productor de vino, dueño de uno de los grandes grupos empresariales de este sector, Félix Solís, y de repente de en medio del público presente se levanta un paisano y replica en voz alta: Lorenzo, Lorenzo, soy Félix ¡Qué alegría!”. “Le he pedido que distraiga unas cuantas hectáreas y haga un buen vino”.

Se termina la conversación con este alquimista de las palabras, de voz grave que se asemeja a la de Lee Marvin en “La leyenda de la ciudad sin nombre”, al que le gusta querer a sus amigos y que le quieran. Le agradezco su generosidad en el magisterio y le propongo un brindis con palabras de otro amigo común, príncipe de poetas, en afirmación de Raúl del Pozo, Antonio Lucas que siempre dice: “Hay algo en la amistad que nunca se abandona”. Palabra de vino.