Ourense, tierra de hermandad

  • Las pulsaciones de Ourense son una llamada para el viajero en esta ciudad de energía singular, que dibuja sus formas en la piedra

  • La carta de Daniel Guzmán y Julio Sotomayor en Nova, que cuenta con una estrella Michelin, se acompasa con los productos de temporada y cercanía

  • Castañas asadas, lomo de cerdo a la brasa, caldo de berzas y chorizos asados componen el menú del magosto

Ourense es un espacio sin dueño, una reivindicación orgullosa de su existencia, tanto que la proclama en su canción popular: “Tres cosas tiene Ourense que no hay en toda España: el Puente Romano, el Cristo en la catedral y las Burgas hirviendo el agua”. Todo esto.

Quiero a esta ciudad, he aprendido a quererla como me han enseñado mis hermanos de aquí, Nacho y José Manuel. Ellos me han hecho entender que esta es una tierra cuyas pulsaciones son una llamada para el viajero, una ciudad de energía singular, que dibuja sus formas en la piedra.

Decía el escritor Vicente Risco que a Ourense había que llegar de día, y por contra el poeta Jaime Noguerol recomienda en La última lágrima que la llegada sea al atardecer. Sigo este consejo y llego de anochecida, en esa hora en la que la luz te roza la piel antes de batirse en retirada, eso sí, a tiempo aún de dar un paseo y acudir puntual a la cena.

Comenzamos por la Plaza Mayor, el complejo modernista de la ciudad, una de las pocas inclinadas de Europa. “La plaza general del mundo”, otra vez Noguerol. Hay una luz precisa, un lenguaje iluminado entre sus edificios que se encadenan entre sí, un discurso arquitectónico de finales del siglo XIX y comienzos del XX, presididos por el neoclásico de la Casa Consistorial.

Saliendo por el sur se llega a la fuente sanadora, As Burgas, el gran símbolo de la ciudad. Los vecinos y turistas se arremolinan, los unos con sus garrafas acopiando el agua curamales, los otros atendiendo a la ordenada explicación del guía urbano. De crío siempre pensé que estas aguas hervían y las achicaban desde el mismísimo infierno. Y que sus propiedades curativas eran un deseo de redención de Belcebú, un gesto para demostrarse y dejarnos claro unos de los principios básicos de la sabiduría gallega: “Dios es bueno, pero el diablo no ha de ser del todo malo”.

Baños invernales en el centro de Ourense en pleno invierno

En la parte posterior de la fuente hay un gozo cálido, un balneario urbano al estilo de los de los países nórdicos. Gente bañándose en invierno en pleno centro. Un disfrute para los ciudadanos.

Hora de cenar, nos citamos en Nova, restaurante con una estrella Michelin, atendido por dos jóvenes valores de la gastronomía gallega: Daniel Guzmán y Julio Sotomayor. El espacio es amplio, con cocina a sala abierta.

La carta se acompasa con los productos de temporada y cercanía, pero su elaboración, a pesar de apellidarse de raíces, no es tan radicalmente gallega, bebe de otras fuentes y las incorpora con acierto. Su carta de vinos se centra en vinos gallegos muy bien presentados por su sumiller, que además ilustra la elección con la historia del vino elegido. Bebemos un Ollos de Roque, de Fazenda Agrícola AugalevadaOllos de Roque,, envejecido en ánforas, cultivado en biodinámica. Profundo, mineral, de recuerdo largo, muy personal.

La noche termina con un café en el Latino, un local que acredita más de treinta años de jazz en vivo (esa noche no hay actuación) y en donde prolongamos la conversación. Ourense es una ciudad para hablar, ya lo decía Carlos Casares: “Un aluvión de historias sin fin”.

La catedral, un “gran juguete de piedra enigmático e indestructible”

Es sábado y la ciudad amanece más tranquila, mecida por una lluvia fina y suave. Ideal para adentrarse en la catedral del siglo XII, cuya monumentalidad describía Blanco Amor como “gran juguete de piedra enigmático e indestructible”, y pararse en la Capilla del Santo Cristo, que, según Risco, es de un “barroco desenfrenado”.

Ourense es también un compendio de leyendas. Una de ellas atañe al Cristo y dice que durante la noche le crece la barba y que han de afeitársela una vez por semana. La joya del templo es el Pórtico del Paraíso, con una disposición similar al de la Gloria de Compostela.

Prolongamos el paseo por la Rúa da Paz, el ágora de las letras gallegas, aquí vivieron sus grandes intelectuales: Otero Pedrayo, Vicente Risco, Eduardo Blanco Amor, Xaquín Lorenzo, Rey Soto. En medio de la calle, el coqueto Teatro Principal, del siglo XIX, un gran respiro cultural de la ciudad.

La Praza do Ferro exhibe su hermosa fuente. Ourense es también el rumor del agua. Nuestro caminar finaliza en A Rúa do Paseo, el centro comercial de la ciudad, y antes de acercarnos a comer, disfrutamos del Parque de San Lázaro, otro de sus centros neurálgicos.

Jacobo Mojón

ha creado un espacio gastronómico muy interesante, Vinoteca Sybaris 2.0, que combina tienda gourmet con una espléndida selección de vinos y un aparte dedicado a la restauración. La carta está escrita en una pizarra de pared y describe platos originales con un cierto punto de modernidad.

La comida es de lo más agradable, por los amigos, la buena conversación y la sabiduría de Jacobo para la elección de vinos.

Preparamos la gran fiesta gastronómica de la noche: el magosto. Esa que Risco calificaba como rito primitivo indescifrable. Castañas asadas, lomo de cerdo a la brasa, caldo de berzas y chorizos asados componen el menú. “La dieta del Soyuz” como la llama jocosamente uno de nuestros amigos, por aquello de que después de una cena así lo suyo sería salir despedido hacia el espacio interestelar.

Antes de esta celebración tan típica de Ourense en este tiempo de su patrón, San Martín de Tours, recorremos la Alameda fijando la mirada en los palacios que jalonan la Rúa do Progreso: Palacio Episcopal, Centro Cultural Marcos Valcárcel y el de la Diputación Provincial, hasta llegar a otro de los símbolos ourensanos: el Puente Romano, el que según Cunqueiro enseña geometría al río, el Miño, la arteria húmeda de la ciudad. Hay una maravillosa musicalidad en el paso de su agua caudalosa y brillante. Un río clamoroso.

En Ourense anochece de manera cálida y lenta, casi en consonancia poética con el sonido del agua. Enfrente se yergue el Puente Nuevo, el del Milenio, el último en cabalgar el paso trepidante de este río. Iluminado, bello, orgulloso, dibujando luz entre las sombras, perfilado por una luna casi llena. “La noche y sola luz”, así la escribió el poeta ourensano José Ángel Valente.

Nos vamos a Cudeiro, donde Xavier, en su Amador, nos espera para el relatado magosto. La vista panorámica nos muestra Ourense como una luciérnaga circular e inmóvil.

El día se cierra entre fuegos, humos azulados, vinos de mencía y nostalgias que, como dice otro ourensano ilustre, Ramón Luis Acuña, no hay mayor placer.

Pulpeiras apostadas en cada esquina

El domingo da la razón a Cunqueiro: “Ourense tiene un color más colorido que su nombre”. Se ha ido la lluvia suave y pertinaz y nos alumbra un radiante sol de otoño. Nuestro hermano Nacho nos guía un día más para el último vistazo a la ciudad, es él quien nos enseña que la mirada directa aquí no sirve porque se escurre por sus piedras relucientes, por sus campanas, por toda la mañana...

Huele a pulpo por las pulpeiras apostadas en cada esquina, como cada domingo en esta ciudad. Comemos de despedida en A Taberna, un clásico de la gastronomía local en el centro histórico: cocina casera y tradicional; excelente materia prima y mucha honestidad en su elaboración. Notable carta de vinos, elegimos amistad: Gorvia de José Luis MateoGorvia, un tinto prodigioso que deja el sabor de una tierra adorable: el Valle de Monterrey.

Ourense es una maravillosa cautividad sentimental, una hermandad irrenunciable por todos los seres queridos, es la prolongación de nuestra familia y por ello su danza es la de un vals, que en cada impulso, cada giro, cada paso, siempre te empuja a volver.