"Quiero aprender a leer pero mi mamá no me deja. Nunca he jugado, ni cuando era chiquito"

PILAR BERNAL / CARLOS A. ARIAS 09/06/2011 14:38

"Bueno, yo lo que quiero es aprender a leer porque no sé. Pero mi madre no me deja prefiere que esté aquí trabajando".

Cada día, un camión donde se transportan vegetales o ganado lo lleva hasta la tomatera: "hace calor dentro. Parece un tubo mortuorio", una caja con ruedas que le priva de los sueños que tiene y de los que no se atreve a tener: "A mi no me gusta jugar. Ni cuando era chiquito porque ya entonces me ponían a trabajar y nunca aprendí".

Tampoco Carmen tiene mucho tiempo para jugar, a sus ocho años también es experta: "vengo con mis amigas desde que tenía cinco o seis. Soy la mayor de mis tres hermanos y puedo conseguir unos tres pesos por balde de tomates. Un día bueno puedo sacar poco más de cien pesos (unos tres euros)".

El reto de las ong's, como Intervida Nicaragua que trabajan sobre el terreno es lograr que cada vez haya menos horas de trabajo y más de escuela: "Sabemos que es muy difícil erradicar el trabajo infantil. Es complicado decir hasta aquí se acabó pero si podemos ir concienciando poco a poco a los padres para que, en primer lugar les lleven a la escuela y, en segundo lugar, que acepten opciones para que vayan ocupando su tiempo en actividades escolares o de ocio para eso Intervida creó los EPC, espacios donde los niños se divierten, juegan, se entretienen y se olvidan de que son trabajadores", explica Margarita Gutiérrez, delegada de Intervida en Nicaragua.

Las ong's van casa por casa tratando de convencer a los padres de que los niños deben ir a clase. Es una de las tareas de Thelma, una de las técnicas en salud de Intervida: "no puedes culparles sino tratar de persuadirles de que lo mejor que les pueden dar a sus hijos es educación. Son padres que también han sido niños trabajadores y por tanto no se plantean otra cosa para sus hijos por eso el trabajo es complejo pero, poco a poco, se van logrando avances".

Cada niño que cambia campo y jornada laboral por libros y escuela es un ejemplo de éxito, Gilbert Herrera es uno de ellos. No recuerda lo pequeño que era cuando sus padres lo pusieron a trabajar en la agricultura en Jinotega, una zona rural de Nicaragua, donde la riqueza del paisaje no oculta el drama de este tipo de explotación familiar-infantil. "Era muy duro", cuenta, "me dolía la rabadilla de estar ocho horas o más agachado. Además caía rendido, me pasaba el día rendido. Ahora sé leer y escribir".

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