Mariano Sigman, neurocientífico: “Tenemos un grado de libertad enorme para decidir cómo queremos vivir nuestra vida”

  • Entrevistamos a Mariano Sigman sobre su último libro, ‘El poder de las palabras’

  • En su libro, el neurocientífico argentino da claves para cambiar nuestro cerebro y nuestra vida a través de la conversación

  • “Mi vida está llena de errores y de cosas que querría cambiar; esa es la razón por la cual escribí este libro”, confiesa

Dice Mariano Sigman que se metió en la neurociencia no tanto por conocer el funcionamiento de tal tipo de neurona, en tal tipo de sinapsis, en tal zona del cerebro, sino porque le interesaban las preguntas que se viene haciendo el ser humano desde hace siglos: por qué sufrimos, por qué nos reímos, por qué recordamos lo que recordamos…

“A uno le interesa responderse a preguntas sobre el ser humano pero, en última instancia, esas preguntas se refieren siempre a uno mismo”, explica este neurocentífico argentino afincado en España. La excusa para hablar con Sigman es la reciente publicación de su libro, El poder de las palabras (Debate, 2022) en el que saca la neurociencia del laboratorio para bajarla al terreno de juego, a la vida. Sí, la neurociencia es muy importante para la investigación sobre enfermedades del cerebro, pero también lo es para ayudarnos a vivir mejor, más conscientes de cómo somos, más conectados con quiénes somos. “Es que mi vida está llena de errores y de cosas que querría cambiar; esa es la razón por la cual escribí este libro”, confiesa.

Las preguntas que Mariano Sigman se hace en su libro no son nuevas, son las de la psicología, del psicoanálisis; son las preguntas que mucha gente se ha hecho ya en la historia del pensamiento humano: son las mismas preguntas de Montaigne y de la tragedia griega; “yo no me las apropio, pero tampoco son de Freud. Freud a su vez tomó de los mitos griegos”.

El mérito que sí es atribuible a Sigman -al igual que a otros neurocientíficos del momento tan interesados como él en “aterrizar” la neurociencia en la vida de las personas de una manera práctica- es esta vocación o anhelo de explicar qué sabemos hoy -a la luz de la ciencia- que no sabíamos entonces sobre esas preguntas que nos incumben a todos y que el ser humano lleva haciéndose desde que existe.

 “Ahora tenemos una tecnología mejor, tenemos herramientas, estudios de casos de mucha gente que ha probado esto y lo otro y sabemos qué funciona mejor; ya no solo porque a alguien se le ocurre esa idea, sino porque hemos experimentado y sabemos el cómo y en qué condiciones funciona; es decir, ahora tenemos como un montón de información”, puntualiza. 

Si uno vende un libro diciendo: mira si tú lees esto, vas a ser feliz... eso no es un libro, eso es una estafa, porque eso no existe (Mariano Sigman, neurocientífico)

Pregunta: Este es un libro repleto de preguntas, pero también contiene muchas respuestas: ejercicios, propuestas, en definitiva, claves para saber por dónde tiene uno que empezar para conocerse un poco mejor. ¿Es un libro de autoayuda? ¿Cómo un científico como tú se siente con el calificativo de autor de autoayuda?

Respuesta: Si, yo creo que es un libro de autoayuda. Ese, para mí ha sido un ejercicio de resignificación. Hace un tiempo hubiera dicho que es un libro de autoayuda bajando la cabeza como un poco culposo y ahora lo digo convencido y celebrándolo. Me jacto de algo que hace un tiempo me hubiese avergonzado.

R: ¿A qué crees que se debe esta mala prensa de la autoayuda?

P: La razón por la cual a los científicos nos ha chocado la etiqueta autoayuda es porque trata de simplificar tanto el proceso, que al final se termina vendiendo algo que es imposible. Yo creo que si uno vende un libro diciendo: mira si tú lees esto, vas a ser feliz... eso no es un libro, eso es una estafa, porque eso no existe. Es Igual que si yo te digo que si lees este libro vas a ser un buen tenista o si lees este libro vas a ser un buen ingeniero químico…Un libro te da un punto de partida, herramientas, un método, un orden para comenzar las cosas y, si a ti te interesa eso, puedes tenerlo como compañero de viaje o guía que te marca direcciones para que puedas trabajar y mejorar. Pero no es que tú lo lees y vas por la página 120 y ya no te olvidas de nada y eres feliz y te vinculas bien con la gente. Lo que te da un libro son herramientas para poder trabajar en todas las direcciones.

P: Tu libro, está cargado de autoayuda pero con una base científica. No simplifica nada, solo “aterriza” la neurociencia para que podamos vivir una vida mejor y más plena…

R: El libro, de alguna manera, sale como un deseo de ir a buscar en la ciencia -que nos ha dado cosas muy buenas- herramientas que nos mejoran enormemente la vida: herramientas para que las emociones no se nos vayan a cualquier lado y nos hagan ser quienes no queremos ser, o herramientas para que tengamos vínculos que se parezcan más al que anhelamos tener con la gente que más queremos en la vida, herramientas para que tengamos una sociedad menos tóxica, para que entablemos relaciones mejores, para que el mapa de las cosas que queremos hacer y las que hacemos se parezcan más. Yo creo que no hay ciencia más pertinente e interesante que la que responde a esas preguntas. Y eso es justamente lo que los griegos llaman la virtud, que es esencialmente el intentar vivir una vida mejor, una vida más acorde y más armónica a lo que uno querría vivir.

Lo más noble que podemos hacer es pasar una parte de tu tiempo tratando de pensar cómo vivir una vida mejor en el sentido de que se parezca más a la vida que quieres vivir (Mariano Sigman, neurocientífico)

P: Además de leer un libro, para conseguir todo eso de lo que hablas hace falta un importante trabajo de autoindagación que, a su vez, requiere tiempo. Si vamos por la vida como pollo sin cabeza…¿dónde queda el tiempo para ese trabajo personal?  

R: Sí, parte del problema es justamente que no tenemos tiempo para eso, pero hay una segunda cosa importante que es que no tenemos un método. Porque si tú tienes un problema, pero no sabes muy bien cómo resolverlo, es muy difícil que te lances a hacerlo. Por ejemplo, el deporte es un buen ejemplo. Si tú quieres estar mejor físicamente sabes que hay un gimnasio al que puedes ir, hay muchas maneras de hacerlo, puedes ir a correr 30 o 40 minutos tres veces por semana, por ejemplo. Hay procedimientos sobre cómo conseguir correr 20 kilómetros: hay métodos muy claros sobre cómo hacerlo. Ahora bien, si yo te digo: “quiero vivir menos enfadado, o menos celoso, o quiero atreverme a hacer cosas que no me atrevo”; vale, perfecto, me retiro a mi rincón y me dedico una hora al día a eso…pero ¿qué hago en ese hora? como no sabes muy bien cómo trabajar eso, eso se vuelve muy desalentador. En gran medida esa es la razón de ser de mi libro, es como una especie de guía de viaje, para orientarte, acompañarte. Lo más noble que podemos hacer que es pasar una parte de tu tiempo tratando de pensar cómo vivir una vida mejor en el sentido de que se parezca más a la vida que quieres vivir.

P: En tu libro, El poder de las palabras, hablas de que parte de ese conocimiento sobre nosotros viene de hacernos conscientes del lenguaje que usamos y de cómo lo usamos para comunicarnos con los demás y con nosotros mismos. ¿Elegimos determinadas palabras automáticamente sin saber que estamos creando nuestra realidad a través del lenguaje?

R: Lo que pasa es que nosotros estamos llenos de automatismos, de reflejos todo el tiempo. Hay un montón de cosas que no pensamos y las hacemos porque tenemos disposiciones. Estás en el tráfico conduciendo y te rozas con el coche de al lado y bajas con una disposición, que es la de pelearse…ya uno baja con este modo y, en realidad, eso no es algo que uno decide; realmente sale así. Pero la realidad es que nosotros tenemos una oportunidad de decir: “bueno, a lo mejor voy a bajar y primero a preguntarle al otro porque a lo mejor estaba distraído, tenía un problema, quizás ¿quién sabe?, quizás venía con alguien enfermo al lado”. Hay miles de posibilidades que uno ni siquiera considera y que, si uno las tuviese en cuenta, bajaría con otra disposición.

Nos falta conversar amorosamente. Y cuando digo amorosamente lo digo como valorando y apreciando sobre todo las cosas distintas (Mariano Sigman, neurocientífico)

P: ¿Otro automatismo es el de no escuchar al otro en una conversación y estar más pendiente de lo que vas a contestar luego que de lo que el otro está diciendo?

R: Todas estas cosas podemos cambiarlas y a veces es vital cambiarlas porque justamente la buena conversación es la conversación en la cual hablas con una persona, esa persona te dice algo que tú no sabías, que es distinto a lo que pensabas o que es contradictorio a lo que pensabas y eso es como una especie de gota de placer que entra en tu cerebro porque de repente hay algo nuevo…es como si de repente has visto Notre Dame, o como si hubieses probado por primera vez un sabor que nunca habías probado.

P: Es que no nos gusta lo que nos contradice y reaccionamos automáticamente rechazándolo…

R: Si uno cambia esa predisposición -que no es tan difícil-  para recibir lo distinto, lo extraño, lo que nos cuestiona, lo que indaga, no reactivamente, de repente entras en un diálogo completamente diferente en el cual aprecias, en el cual disfrutas la diversidad, en el cual valoras el poder llegar a lugares nuevos y distintos. Yo pienso que hoy, es más importante que nunca el aprender a conversar con esa disposición en todos los planos. Lo vemos en el plano político e ideológico, en el cual lo que vemos son como hordas de personas que piensan algo y hordas de personas que piensan otra cosas y que chocan a oídos sordos porque cada vez que unos escuchan lo que los otros dicen, no quieren escuchar nada distinto, están en un modo confrontación en el que piensan que tienen la razón y que no hay otra manera de ver las cosas desde otra perspectiva. Pero eso que identificamos muy claramente en el plano político, también pasa en las esferas de la amistad, pasa en el plano familiar, que es que nos falta conversar amorosamente. Y cuando digo amorosamente lo digo como valorando y apreciando sobre todo las cosas distintas.

P: Conversar amorosamente, como dices, ¿también nos permite conocernos mejor a nosotros mismos?

R: Así conversaban los griegos y así pensaban los griegos. Ellos entendían que la manera de pensar sobre algo es: hay un problema y el problema lo entiendo más o menos, que es lo que nos pasa en la vida; que uno no sabe las cosas con todo grado de detalle, más o menos sabes cómo funciona algo. Entonces, te juntas con otra persona y empiezas a hablar, te das cuenta de lo que entiendes, de lo que no entiendes, de las cosas que no habías pensado pero que, hablando con otra persona, se te ocurren. Y, además, empiezas a recibir un espejo que no te refleja solo lo que tú produces, sino que te empieza a agregar colores nuevos. Entonces te ves en el espejo como en una realidad aumentada en la que empiezan a salir un montón de cosas que se agregan y es mucho más interesante: esa es la buena conversación. Tú tiras algo y vuelve en espejo mucho más rico que aquello que habías emitido o lanzado.

Para mejorar las ideas, para aclararlas en el sentido de darles luz, literalmente iluminarlas para que sean más visibles, más maleables, llevémoslas a un territorio un poco mejor para la conversación (Mariano Sigman, neurocientífico)

P:¿ Y qué me dices de las conversaciones que tenemos con nosotros mismos?

R: Cuando uno se dice: “mira he pensado que tendría que cambiar de trabajo; ¿de dónde sale esa idea?, ¿qué pasó en el cerebro? Lo que pasó es una conversación. Una conversación en el seno de tu cerebro, en el cual aparece una voz que dice: “estoy cansado, estoy frustrado”, luego aparece una voz que es la voz del miedo que dice: “bueno, pero tienes que vivir” y aparece otra voz que dice: “sí, pero si no lo hago ahora no lo haré nunca”. Eso es un tumulto de voces que están hablando en tu cabeza, que es como una especie de jurado, un conglomerado de voces que están dando opiniones desde distintas perspectivas, desde la perspectiva del entusiasmo, de la motivación, del miedo, de la costumbre, de la tradición, de lo que esperan de ti. El problema es que esas voces, ese murmullo, sucede en un lugar muy oscuro, un lugar en el cual uno tiene muy poca visibilidad. Todas las ideas son el resultado de una conversación muy pobre, pero cuando entiendes eso y entiendes esa esa esencia, entiendes que, para mejorar las ideas, para aclararlas en el sentido de darles luz, literalmente iluminarlas para que sean más visibles, más maleables, llevémoslas a un territorio un poco mejor para la conversación.

P: ¿Y cuál es el territorio mejor para la conversación?

R: Bueno, hay muchos, pero uno de ellos es hablar con uno mismo en voz alta. Uno muchas veces lo que hace es que cuando una idea ya es importante, empiezas como a verbalizar en voz alta: “Quiero hacer esto o hacer lo otro” y ya solo eso es mejor. Pero es difícil, porque hablar con uno mismo, salvo que estés muy entrenado en eso, no es fácil. La conversación funciona bien cuando realmente hay otra persona que te genera esa pulsión para compartir, es una especie de rasgo muy humano: el deseo de compartir aquello que sientes, el deseo de compartir aquello que te ocurre, que te acontece, aquello que estás sufriendo o viviendo. Entonces, cuando tú sacas las ideas a ese territorio, que es mucho mejor, empiezan a aparecer cosas que estaban en tu cerebro, pero muy camufladas y escondidas y era muy difícil ver si eran cosas importantes para ti o no, si eran correctas, si a lo mejor era algo que a tú sigues porque alguna vez alguien te dijo algo y que en realidad eso no es importante…y entonces te dices: “yo no quiero vivir mi vida por algo que alguien me dijo hace 15 años”. Pero a no ser que lo saques a fuera, a la superficie, no tienes cómo ver eso.

P: Cuando, en la conversación con uno mismo y/o con los demás te das cuenta de lo mucho que te está condicionando el relato que te haces de tu propia vida, te das cuenta de la capacidad que tienes de cambiar ese relato y, por ende, tu vida…¿es este un poco el mensaje de tu libro?

R: El eje del libro va a entender que tenemos ese grado de libertad enorme para decidir cómo queremos vivir nuestra vida, pero no solo para decidir cómo queremos vivir nuestra vida en el sentido de a qué lugares queremos ir o con qué personas queremos estar, sino también con qué color queremos vivir nuestra vida.