Una psicóloga analiza la quinta temporada de Élite: ¿se banalizan las violaciones?

El estreno de una nueva temporada de Élite solo puede significar una cosa: un centenar de memes en Twitter. No es para menos, ya que a lo largo de estos años la serie se ha ido enrevesando más y más con la llegada de personajes nuevos y tramas surrealistas.

En esta quinta temporada los ejes centrales de la serie han sido por un lado la violencia sexual contra las mujeres y, por otro lado, el abuso de sustancias. Hablar abiertamente de dos problemáticas tan habituales en la sociedad se podría considerar un acierto, sin embargo, la serie ha fallado –para algunos ligera y para otros estrepitosamente– en esta tarea.

La banalización de los abusos sexuales

Con la trama de Philippe, interpretado por Pol Granch, artista acusado de misoginia y homofobia, se plantean grandes dilemas: ¿Puede reinsertarse un violador? ¿Podemos hacer algo como sociedad para evitar la lacra de la violencia sexual contra las mujeres? ¿Es justo castigar socialmente o “cancelar” a alguien que ha cometido un delito? Tristemente la serie falla al responder estas preguntas.

En la temporada anterior todo acababa relativamente bien. El príncipe Philippe enviaba un audio a la chica a la que había violado disculpándose y reconociendo su error (sin utilizar en ningún momento la palabra violación). Sin embargo, empezamos esta temporada con un Philippe que sigue con su vida sin repercusión alguna. Ha pedido perdón, pero su posición de poder ha impedido que sus actos tengan consecuencias. Por eso la víctima decide enviar un vídeo contando todo lo sucedido.

Philippe es señalado por todos en el instituto, donde se muestran críticos ante sus actos. Es ahí donde Élite introduce a Isadora, una nueva alumna obsesionada con el príncipe. Sabe que ha sido acusado de violación por varias mujeres (la joven francesa y Cayetana), pero sin apenas conocerle intenta lavar su imagen tirando por tierra los testimonios de las otras mujeres, introduciendo de una forma muy superficial y errónea las palabras “feminismo” y “sororidad”.

Isadora es un personaje con gran potencial, pero durante la mayoría de los capítulos únicamente se le sexualiza y se le asigna el rol de idolatrar a Philippe. El punto álgido tiene lugar cuando se acuesta con él en la limusina donde intentó abusar de Cayetana, pidiéndole que la ate y que “no se corte”, convirtiendo así la violación en una fantasía.

Además, la violación se trata como un error nimio influenciado por el alcohol similar a poner los cuernos a tu pareja cuando llevas unas copas de más. Esto nos lleva a dos puntos: en primer lugar, se romantiza la figura de un violador, ya que es tratado como una víctima de la cultura de la cancelación. En segundo lugar, el alcohol pasa a ser el culpable de los abusos, quitando importancia a los roles de poder, la cultura de la violación imperante o el sexismo. Philippe abusa de mujeres cuando va borracho, así que la solución de la psicóloga del centro –otro personaje con una trama muy simplista– es dejar de beber. Esto nos lleva al otro eje central de la serie, las drogas.

Euphoria a la española: sexo, drogas y fiesta

Que una serie adolescente tenga tramas relacionadas con las drogas no es una novedad. Recordemos Skins o, a nivel nacional, Física o Química. Tampoco tiene sentido pensar que hablar de drogas puede inducir a los jóvenes a drogarse. Muestra de ello es la actual serie Euphoria, que ha servido de inspiración para esta nueva temporada Élite en sus tramas, maquillajes y fotografía. El error de Élite lo encontramos en la normalización y la idealización del consumo.

En Élite ir de fiesta es sinónimo de emborracharse. Beber hasta acabar prácticamente inconsciente, hasta tener sexo con alguien y arrepentirte o, como hemos visto, hasta cometer una violación. No olvidemos que estamos ante una serie de adolescentes, y aunque todos nos riamos al comparar a los protagonistas con nuestra versión joven, no podemos olvidar que hay menores de edad viendo Élite y normalizando el consumo de alcohol.

Respecto a las drogas ilegales, esta temporada las añade de una forma más explícita (uno de los parecidos con Euphoria), pero idealizando a quienes consumen (su gran diferencia con la serie estadounidense). No tiene sentido que en la primera temporada el personaje de Marina fume marihuana durante dos semanas y tenga una apariencia completamente demacrada, y que en esta el personaje de Isadora lleve consumiendo durante años y no lo refleje ni en su apariencia ni en su salud mental ni en sus relaciones sociales. Esto se interpreta como que el consumo lúdico de sustancias –es decir, drogarte solo cuando estas de fiesta– es inofensivo, un mensaje tremendamente grave si tenemos en cuenta que el cada vez más jóvenes españoles usan y abusan del MDMA.

La guinda del pastel: estereotipos rancios y falta de diversidad

A la romantización de las violaciones y de las drogas le sumamos la falta de diversidad de Élite.

Por un lado, tenemos una falsa diversidad sexual. Prácticamente todos los alumnos son homosexuales o bisexuales, algo que podría fomentar que jóvenes de la comunidad LGTBI se sientan representados, pero que en realidad se utiliza para sexualizar a personajes adolescentes y para perpetuar el cliché rancio de que los hombres gais son promiscuos o que las relaciones lésbicas están al servicio de las fantasías de hombres heterosexuales (véase la escena vergonzosa entre Ariadna y una chica en la primera fiesta de la temporada).

Por otro lado, los personajes racializados giran entorno a una serie de prejuicios. En las primeras temporadas teníamos la trama de Omar y Nadia luchando contra el machismo y la homofobia de sus padres. ¿Tan difícil es introducir a un personaje con familia árabe y musulmana sin representar todos los clichés habidos y por haber?

En esta temporada, el racismo lo encarna el personaje de Adú, un chico negro que vive en un centro de menores, que huye de unos gángsters y que se dedica a robar para poder salir adelante. En otras palabras, un popurrí de tópicos que flaco favor hace a los casi diez mil menores extranjeros no acompañados que viven en España.

Y no podemos hablar de falta de diversidad sin mencionar la gordofobia imperante en Élite. Al parecer, para matricularte en Las Encinas necesitas ser una chica delgada o un chico musculado.

Carlos Montero, creador de la serie, se pronunció al respecto en una entrevista: “Igual que muestro piscinas y casas de ensueño, muestro también cuerpos de ensueño”, a lo que añadió que en su ficción no hay cabidas para los cuerpos no normativos porque “dudo que yo posea la capacidad de decirle a un gordo que es sexy. Se lo puedo decir, pero ya que se lo crea...”. Este comentario perpetúa el prejuicio de que los cuerpos gordos son indeseables y que deben aspirar a cambiar, un mensaje dañino para todos, pero especialmente para los jóvenes que aspiran a un físico imposible. Un adolescente de entre 15 o 17 años (edad de los personajes de la serie) no puede tener la figura de Isadora (de 25 años en la vida real) o de Iván (de 24 años). Es imposible, es insalubre y no representa un ideal, sino una aspiración tan peligrosa como falaz.

¿Es posible disfrutar de Élite como puro entretenimiento? Por supuesto, pero también es importante ser críticos con la ficción que consumimos. No olvidemos que entre los espectadores hay personas con una salud mental férrea, pero también adolescentes y adultos que se nutren de la desinformación sobre las drogas o la sexualidad.