Investigamos si es verdad o no que el frío da hambre

eltiempohoy.es 09/02/2019 10:50

Sentenciar que el frío da hambre es un tanto exagerado, aunque no es del todo incierto. En ocasiones se ha tratado de justificar esta máxima en base a distintas teorías: la historia genética, el cambio en el funcionamiento de determinadas hormonas, el trastorno afectivo estacional o la termogénesis, pero lo cierto es que ninguna de estas teorías es lo suficientemente sólida o, al menos, si no se combina con otros factores.

La influencia de la memoria genética

Hay quien de justificar el mayor consumo de alimentos en invierno en algo llamado la memoria genética. La memoria o herencia genética es un concepto que se conoce como pauta heredada de comportamiento común a toda una especie que posee finalidad adaptativa. Es decir, que comemos más en invierno porque lo llevamos en el ADN desde tiempos prehistóricos, cuando sí que era necesario mantener el calor corporal a través de la comida. Vamos, que según esta teoría comer de más en invierno es sólo la repetición de un comportamiento primitivo que llevamos escrito en los genes. Lo cierto es que la ciencia no avala esta creencia, pero quienes no sean tan excépticos, les puede servir de justificación.

La teoría de las hormonas

Un estudio realizado por el departamento de Neurociencia de la Universidad de Carleton, Ottawa (Canadá), ha encontrado una relación entre los cambios estacionales, y el funcionamiento de las hormonas glucocorticoides, grelina y leptina. Para entender mejor el estudio es necesario saber para qué sirve cada una de ellas: los glucocorticoides se liberan en el organismo ante un factor estresante como puede ser la privación de alimentos, la grelina estimula ciertas neuronas, provocando un aumento del apetito y la leptina actúa a nivel del hipotálamo, donde estimula las melanocortinas que disminuyen el apetito y aumentan el gasto energético. Para que el comportamiento de estas hormonas fuera causante de mayor apetito, en invierno tendrían que aumentar los niveles de glucocorticoides y grelina y disminuir los de leptina.

Pero no es así, en sus conclusiones consideran que, si bien el aumento de los niveles de glucocorticoides puede estimular la necesidad de alimento, la disminución de los niveles de grelina y el aumento de la leptina (al menos en ciertos mamíferos estacionales como el hámster siberiano y el zorro ártico) interfieren en esta conducta. No obstante, sólo el aumento de los glucocorticoides se ha demostrado en humanos, de las otras hormonas sólo se conocen las reacciones en el organismo de ciertos mamíferos y el comportamiento podría ser diferente.

La teoría de la termogénesis

La termogénesis es un proceso biológico que consiste en la quema de energía para transformarla en calor. Según esta teoría, en invierno baja la temperatura corporal y, como consecuencia, el organismo necesita más energía (calorías) que quemar para mantenerse en torno a los 37 grados centígrados, esa es la razón por la que pide más comida.

Existen estudios (entre ellos uno realizado por Margaret Joy Dauncey, Doctora de la Universidad de Cambridge y otro del Departamento de Biología Humana de la Universidad de Maastricht) que concluyen que la adaptación al frío provoca mayor respuesta metabólica en el ser humano, aunque este mayor gasto calórico no es significativo ya que los humanos no se exponen por largos periodos de tiempo a temperaturas demasiado bajas y, además, contrarrestan los efectos del frío abrigándose, poniendo la calefacción y tomando alimentos calientes.

Pero lo cierto es que existe una correlación entre la respuesta metabólica y la temperatura: el cuerpo quema más energía incluso en condiciones invernales de confortabilidad, es decir, no es necesario estar bajo cero, basta con que la temperatura se encuentre entre 15 y 22 grados centígrados. Esto significa que para mantener el equilibrio energético es necesario ingerir más cantidad de alimentos.

El trastorno afectivo estacional

Menos horas de sol pueden afectar a algunas hormonas como la serotonina y a sustancias químicas como la melatonina, provocando trastornos en el estado de ánimo que se traducen en decaimiento, apatía, sueño y hambre. Además, no es un hambre cualquiera, es hambre de carbohidratos y dulces ya que aumentan la producción de serotonina en el cerebro y ayudan a mejorar el estado de ánimo. Si una persona es capaz de controlarlo no hay mayor problema, de lo contrario entrará en una dinámica que consiste en que la tristeza le lleva a atiborrarse a carbohidratos y esto generar un sentimiento de culpa que provoca mayor tristeza.

Pero no sólo el trastorno afectivo estacional -que sólo afecta a un porcentaje de la población- puede llevar a una persona a comer más, también el aburrimiento o la ansiedad, causados generalmente porque en esta época del año es habitual practicar menos actividad física y se suele pasar más tiempo en casa y esto sí que le pasa a casi todo el mundo.

En conclusión: está demostrado que el frío provoca una respuesta metabólica en el organismo quemando más cantidad de energía, pero para justificar la sensación continua de hambre hay que sumar el ritmo de vida invernal, que es más hogareño e incita a ingerir mayor cantidad de alimentos placenteros.