Cristina Novoa, experta en bibliotecas escolares: "No soy partidaria de que los niños lean cualquier cosa con tal de que lean"

  • Profesora de infantil y primaria, trabajó para la Consellería de Educación de la Xunta de Galicia como asesora técnica de bibliotecas escolares

  • "Siempre he estado en contra de que a partir de una lectura los alumnos tuvieran que hacer un trabajo o una ficha"

  • "Algunas familias les parece que con el libro de texto está garantizado un mínimo de los conocimientos y no valoran los recursos de las bibliotecas, que tienen unas posibilidades fantásticas"

Cristina Novoa (León, 1957) ha dedicado toda su vida a las bibliotecas escolares. Durante 41 años fue profesora de infantil y primaria; 24 de ellos, de docencia directa en colegios públicos de Galicia. Vinculada a los movimientos de renovación pedagógica de los años 80, siempre le ha apasionado el tema de la lectura en los niños. “Por todos los colegios por los que pasé, fui intentando que sus bibliotecas, si es que existían, fuesen teniendo un poco de vida”, recuerda.

Todo esto desembocó a que en 2003 comenzase a trabajar para la Consellería de Educación de la Xunta de Galicia como asesora técnica de bibliotecas escolares. Aunque hace dos años que se jubiló, sigue escribiendo del tema en revista especializadas y participando en congresos y seminarios para hablar de bibliotecas escolares y lectura. 

Pregunta. ¿Qué debe tener una buena biblioteca escolar?

Respuesta. Lo primero que hay que tener muy claro es para qué necesita estar en el centro. Distintas referencias normativas señalan que en los centros educativos debe haber un espacio que aglutine los recursos librescos actualizados y adaptados, así como otros materiales en distintos soportes y formatos, a los que los alumnos y la comunidad educativa puedan acceder para leer y al mismo tiempo trabajar con la información. Es decir, que sirvan para complementar los libros de texto de las distintas materias y que el alumnado tenga posibilidad de contrastar información o aprender a buscar información en otras fuentes. Además, debe haber una serie de personas que se encarguen de la gestión de las bibliotecas para realizar actividades y la planificación de todo el año para que los chicos y las chicas tengan oportunidades de lectura, de educación en información. Y para que la biblioteca sea, sobre todo, un espacio de compensación de desigualdades. Es decir, que los alumnos puedan encontrar en ellas recursos culturales que, a lo mejor, en su origen o en la biblioteca pública no tienen, por ejemplo, porque viven muy lejos. Y para todo esto se necesitan recursos económicos y humanos.

P. Sin embargo, en muchos colegios los alumnos nunca van a la biblioteca del centro.

R. Esa es la realidad de muchos centros educativos en algunas comunidades autónomas. No han continuado con un programa para reforzar esas bibliotecas con materiales para actualizar los libros o las colecciones de todas las áreas de aprendizaje. A veces, el profesorado está en una cultura pedagógica muy ligada al libro de texto. Eso es un problema. A algunas familias les parece también que con el libro de texto está garantizado un mínimo de los conocimientos y no valoran los recursos de las bibliotecas, que tienen unas posibilidades fantásticas.

P. Decía antes que la biblioteca es, además, un lugar compensador de las desigualdades que pueda haber en el alumnado.

R. Debería serlo, por lo menos. En los centros educativos existe una variedad de chicos y chicas que proceden de familias muy diversas, cada uno con sus intereses, sus inquietudes, expectativas y posibilidades económicas. Algunos tienen muchos recursos en su entorno, pero otros, no. Algunos, mucho apoyo familiar, pero otros, menos. Las bibliotecas ofrecen a todos esas oportunidades y experiencias vinculadas a lo cultural, al conocimiento y a la lectura.

P. ¿Son las bibliotecas también un refugio para determinados alumnos?

R. Sí y por razones muy diversas. Cuando detrás de las bibliotecas hay un grupo de personas que atiende y procura darles vida, se convierten en espacios de inclusión. Es necesario que los alumnos encuentren en el centro educativo, más allá de las aulas, un espacio de acogimiento: en la que se cruzan personas diversas, con distintas inquietudes, de distintas edades o de diferente nivel educativo. Aquí la base del trabajo es la palabra y la información. Si el equipo consigue que el diseño de la propia biblioteca sea amigable, distinta de un aula, con un mobiliario que estimula el diálogo, los alumnos, cada vez más diversos –por su identidad, lengua, origen de nacimiento, intereses…-, encuentran un espacio en el que se pueden sentir acogidos. Un sitio donde estar con otros y a gusto: para pensar, para jugar, para leer, para experimentar, para explorar…

P. ¿Por qué es tan difícil que un niño lea?

R. Yo no creo que sea difícil que un niño lea, sobre todo, los críos con curiosidad y a los que se les estimula con buenos libros, que les abren mundos nuevos o les hablan de su mundo. De hecho, los niños son el tramo que más lee de la población. El problema está más adelante cuando se diversifican sus intereses. Si en el instituto no se continua esa labor de acompañamiento, a veces se pierde esa afición, aunque luego se pueda volver a recuperar. Unas de las actividades más interesantes son los clubs de lectura, muy extendidos en los institutos de Galicia. Allí se ha observado que, si los chicos y las chicas encuentran en ese club de lectura, que es voluntario, una persona que los acompaña y los guía en la búsqueda de nuevas lecturas, siguen leyendo.

P. Entiendo que el entorno familiar también influye.

R. Sí, aunque, a veces, en familias lectoras hay niños y niñas que no quieren saber nada de los libros como reacción en la adolescencia. Pero, en general, el hecho de que una familia respete y le guste la lectura es un buen hábitat para que los chicos y las chicas lean. Otra cosa es que encuentren libros que les guste.

P. ¿Qué debe leer un adolescente? ¿Vale cualquier libro, aunque literariamente deje mucho que desear?

R. Yo no soy partidaria de que lean cualquier cosa con tal de que lean. Siempre he intentado que tuviesen acceso a los mejores libros, no a aquellos que están en las secciones de librería de los supermercados, porque a ellos van a llegar ya por su cuenta. Hay que ofrecerles las mejores publicaciones para que las conozcan y puedan elegir. Están las lecturas más comerciales, más generacionales, que se pasan unos a otros porque les gusta. Y una los ve y dice: “Ay, por Dios…”. Hay una interesantísima literatura infantil y juvenil que hay que conocer. Y dentro de esta literatura hay clásicos. Libros de más de 30 años y otros actuales que sabemos que dan resultado, que ofrecen unos valores, que son una buena literatura, que cuidan el lenguaje, que cuentan buenas historias. No creo en las lecturas obligatorias, pero sí en promocionar ese tipo de lecturas con distintas actividades.

P. ¿Deben acoger todo tipo de libros las bibliotecas escolares?

P. En las bibliotecas deben estar aquellos libros generacionales, que pueden llevar a la lectura a aquellos que no estén demasiado interesados pero que se les despierta la curiosidad porque les gusta a sus amigos. Pero las actividades que programen los profesores, los mediadores, deben basarse en libros de calidad y crear pasarelas. Es decir, vincular los libros que a ellos les gustan más (porque están relacionados con una película o a un videojuego o a lo que sea) con otros libros que tengan protagonistas semejantes o que transcurren en determinada época pero que les ayuda a dar un pasito más en su formación lectora y literaria. Para eso hay que trabajar con mucha mano izquierda, sobre todo si son adolescentes.

P. Y, ¿qué hacer con aquellos o aquellas que se enganchan a novelas románticas de baja estofa en la que se perpetúan estereotipos de otras épocas?

R. Te echas las manos a la cabeza y dices: “Madre mía, qué de pasos a atrás estamos dando”. No queda mucho más que hacer que escuchar. No se les puede decir “vaya porquería que estás leyendo” sino, al contrario, decirles que puede ser interesante y, con ello, crear conversación sobre esos libros. Se podría hablar incluso en las mismas aulas. Muchas veces ni miramos lo que están leyendo porque lo hacen en formato digital. Si ponemos atención en lo que les gusta, podemos ayudarles creando un diálogo sobre lo que les puede interesar, ofreciéndoles otros libros, que pueden ser clásicos del canon académico o clásicos de la literatura infantil y juvenil. 

P. ¿Qué opinión tiene de las lecturas obligatorias de las que luego se tienen que examinar?

R. Desde que comencé a trabajar siempre he estado en contra de que a partir de una lectura hubiera que hacer un trabajo o una ficha. Una cosa es el trabajo que se haga en el aula cuando estás en clase de lengua y literatura y se propone una lectura con la que se va trabajar y otra, cuando yo, como mediadora, quiero que los chicos y las chicas se vinculen a la lectura como actividad placentera, que les va a dar apertura de pensamiento o conocimientos. Si yo les propongo un libro, y les pongo un examen, no sé qué valor puede tener eso. Resulta más interesante y da mayor resultado crear una conversación sobre sus lecturas, pero no les puedes pedir una ficha o un examen porque no sirve para nada.