Baldosas contra el olvido de los desaparecidos en las calles de Buenos Aires

AGENCIA EFE 25/04/2009 00:00

La experiencia de la Coordinadora de Barrios por Memoria y Justicia ha quedado reflejada en un libro que se presenta hoy en Buenos Aires, editado por el Instituto Espacio para la Memoria, y que recopila las historias de decenas de desaparecidos cuyos nombres figuran en avenidas y veredas de la ciudad.

Según organizaciones civiles, más de 30.000 personas desaparecieron en Argentina tras ser detenidas o secuestradas por el Ejército durante la dictadura militar que gobernó el país entre 1976 y 1983.

En memoria de las víctimas, la Coordinadora comenzó hace tres años a investigar sobre las vidas de desaparecidos y a colocar baldosas en los lugares por los que solían caminar, donde vivían, trabajaban, estudiaban, fueron detenidos o asesinados.

Desde entonces, los activistas de Derechos Humanos han colocado más de 150 baldosas en distintos barrios de Buenos Aires. Placas de cemento, protegidas por un cerco de colores, con el mismo texto: Aquí (vivió, estudió, desapareció o fue asesinado), el militante popular (nombre de la víctima), detenido desaparecido por el terrorismo de Estado. Barrios por Memoria y Justicia".

"Es una intervención urbana para recordar que los desaparecidos eran vecinos que luchaban por cambiar las cosas para conseguir un mundo mejor", apunta en una entrevista con Efe Gustavo Sales, miembro del movimiento del barrio de Almagro.

"La baldosa es una marca y este país está marcado por la represión. Fue el horror y el terror que sufrimos todos. Nadie queda indemne y es importante marcar y que la gente sepa. La memoria bien trabajada es lo que ayuda a impedir que algo así vuelva a pasar", explica Fanny Seldes, también de la Coordinadora.

"Los desaparecidos sufrieron todas las negaciones posibles: se les quiso borrar al secuestrarlos; luego, al desaparecerlos; si la sociedad no toma el tema y lo hace suyo, es como volver a desaparecerlos", añade.

El propósito, puntualiza Mónica Beherán, otra integrante de la organización, "no es recordar el hecho trágico de la muerte, sino la memoria de su vida".

Para ello, relata, se recaban testimonios de familiares y amigos de los desaparecidos, con el objetivo de reconstruir su historia y contribuir a mantenerla viva.

"Es algo simbólico. Los desaparecidos no tienen tumbas, pero los muertos necesitan su espacio en la cultura occidental, y la baldosa se convierte en ese espacio", agrega Fanny. Por eso, comenta, algunos familiares depositan flores sobre las baldosas o las visitan para sentirse más cerca de sus seres queridos.

En esta lucha por la recuperación de la memoria, la Coordinadora ha encontrado un amplio respaldo social. Sólo en una ocasión, una baldosa fue rociada con pintura por desconocidos y volvió a ser colocada tras un acto de desagravio.

Por el contrario, han sido muchas las experiencias positivas que han acumulado, desde el trabajo educativo de los colegios próximos a las baldosas para informar a los estudiantes sobre el sentido de este homenaje urbano, hasta el apoyo de los vecinos, como el comprador de un departamento que, tras enterarse de que había pertenecido a un desaparecido, solicitó la colocación de una placa en su memoria.

La investigación realizada durante estos tres años ha permitido también a la Coordinadora documentarse sobre cientos de casos de desaparecidos y relatar sus vidas en el libro "Baldosas por la Memoria".

"A medida que avanzamos vamos teniendo más nombres, y no vamos a parar", asegura Mónica Beherán.

Nombres como los de Graciela Mellibovsky, desaparecida a los 29 años, que figura en una baldosa colocada en una esquina de la popular calle Corrientes; Julio César Juan, secuestrado y desaparecido a los 24 años en la calle Córdoba; Alicia Elsa Cosaka, desaparecida a los 19 años en Liniers, o Armando Prieto, apodado el "gallego" por ser hijo de emigrantes españoles, desaparecido a los 27 años.

Nombres como el de Carmen Mabel Muñoz, secuestrada en 1977, cuando tenía 25 años, en su apartamento de la calle San Luis, delante de su madre y de su bebé de 19 meses.

Hoy, como apuntan sus familiares en el libro, Carmen Mabel "desde algún lugar les grita a todos: No pudieron conmigo, les gané".