Cuanto más grande y más rica es una ciudad, más deprisa caminan sus ciudadanos

  • Los viandantes caminamos un 10% más rápido que en los años 90, según un estudio del British Council

  • Los habitantes de Singapur serían los más rápidos, por delante de los de Copenhague y Madrid

Hay ciudades en las que se anda más rápido que en otras. Y normalmente tiene que ver con su tamaño y riqueza. En las pequeñas o medianas la gente no tiene la necesidad de salir disparada hacia cualquier parte, y se suele tomar las cosas con más calma, pero la cosa cambia en las grandes urbes. El más célebre estudio sobre la velocidad del caminante según su ciudad, publicado en 1976 por la revista 'Nature' encontraba una correlación casi exacta con el tamaño del municipio. Cuanto más grande es tu ciudad, más prisa tienes. Y se añadían otros dos factores: la cultura occidental tiene más tendencia a apretar el paso, y cuanto más desarrollada económicamente es la zona, más rápido se camina.

Una actualización del estudio del instituto British Council casi treinta años después no hizo sino confirmar esas conclusiones. En ese tiempo se ha visto cómo, en la media de las ciudades analizadas, los viandantes caminamos un 10% más deprisa que en los años 90. En ese sentido, los que más habían evolucionado son los habitantes de Guangzhou y Singapur, dos de las ciudades que, sin duda, más han avanzado en su desarrollo económico en este tiempo.

Según este último informe, en el que se tomó a 70 transeúntes aleatorios, ajenos a los evaluadores en calles con cierto tamaño y con un nivel de congestión relativamente bajo, ganaban los singapurenses con un ritmo de 10.55 segundos para andar 18 metros. En Copenhague los daneses tardaron apenas unas décimas más en recorrer esa distancia. En tercer lugar de este ránking mundial queda Madrid: 10.89 segundos en andar esos metros. Más rápido que en París, Berlín o Nueva York.

En este tiempo sí ha quedado refutada una de las teorías a las que llegaba aquel estudio de 'Nature', dirigido por Marc y Helen Bornstein, que sentaría las bases posteriores en este campo. Ellos apoyaban una idea muy en consonancia con aquella época: sostenían que las pérfidas ciudades nos bombardean a estímulos que nos llevan a una sobrecarga sensorial, lo que acelera nuestra acción motora para librarnos lo antes posible de esta dañina influencia. Tenemos prisa por llegar a casa y poder relajarnos.

La conclusión más moderna, a la que llegó después el psicólogo Robert Levine, de la Universidad de California, es que el tiempo es oro. Los tres principales predictores para determinar la velocidad del transeúnte son el poder adquisitivo, el PIB del país y el individualismo, algo muy ligado al mundo protestante pero también al desarrollo urbano. Cuanto más desarrollada la ciudad, más cara es la vida y más precioso es el tiempo.