Jordi Nomen, el profesor que enseña a los niños a filosofar: "Hay que aprovechar su curiosidad y admiración innata"

  • Profesor de Filosofía en secundaria, Nomen defiende el diálogo de los adultos con los menores para que aprendan a pensar

¿Puede un niño filosofar? La respuesta es sí y Jordi Nomen Recio (Barcelona, 1965) tiene las claves. Él mismo lleva más de 20 años filosofando con niños, escuchando sus preguntas trascendentales, pensando sobre ellas y planteándoles cuestiones para enseñarles a pensar. Profesor de Filosofía y Ciencias Sociales en el colegio Sadako de Barcelona -reconocido como uno de los centros educativos más innovadores de España-, Nomen ha sido galardonado con los premios EDU21 en 2009 y Arnau de Vilanova en 2011.

Es autor de 'El niño filósofo' (Arpa Editores), un libro destinado a familias y educadores que quieran fomentar la inteligencia filosófica de los menores. Ha escrito también 'El niño filósofo y el arte' y en breve verá la luz el tercero de esta trilogía, dedicada a la dimensión cuidadosa.

Pregunta. ¿Puede un niño filosofar?

Respuesta. Un niño puede filosofar a partir del momento en que tiene unas cualidades intrínsecas de nacimiento que son la curiosidad y la admiración, que le vienen de serie, y que tienen mucho que ver con la filosofía. Si conseguimos aprovechar su curiosidad y admiración innata, que se traduce en preguntas trascendentes y existenciales que también forman parte de la filosofía, por supuesto que sí. A nivel práctico, la experiencia nos dice que sí. Yo llevo más de 20 años filosofando con niños y es una realidad, no una posibilidad.

P. Dice que los niños se preguntan cuestiones trascendentes y existenciales, dígame algunas...

R. Se preguntan por qué tenemos que morirnos, qué es la amistad, qué hay detrás de las apariencias, si el dinero lo puede comprar todo, por qué hay pobreza en el mundo… Todo lo que ellos van observando y experimentando lo traducen en preguntas que muchas veces nos descolocan porque nos llegan a los adultos en un momento inesperado y no sabemos muy bien qué respuesta darles. Y la respuesta ha de ser asequible a su capacidad de comprensión y que no sea simplista y banal, que es el gran error que podemos cometer.

P. ¿Qué peligro supone contestar con respuestas simples y banales a los niños?

R. Porque no les vale. Les parece que les estamos engañando con este tipo de respuestas que les damos para sacárnoslos de encima porque no sabemos muy bien cómo contestar a eso, porque quizás ni siquiera nosotros nos lo hemos planteado y nos cuesta mucho dar una respuesta razonable. Es importante dar a los niños tiempo para pensar. Muchas veces con esas preguntas conviene preguntarles a ellos qué piensan ellos de esa pregunta, qué les ha llevado a planteársela. Darles tiempo para que piensen ellos mismos, que den su opinión, su hipótesis respecto a la respuesta de esa pregunta. Muchas veces tendemos a contestar, sobre todo si el niño es chiquito, una respuesta fácil, que les desconcierta aun todavía más. Nos preguntan: "¿Por qué tenemos que morirnos?". Y respondemos: "Porque hay un cielo y ahí estamos todos muy bien". Esa respuesta no les convence, no les da razones de por qué pasa eso.

P. Pero ¿está un niño preparado para recibir las respuestas de lo que es la vida?

R. Si se produce el diálogo entre los iguales, entre los niños de la misma edad, eso permitirá ver la diversidad de respuestas que tienen entre ellos. Los adultos lo que tienen que fomentar respecto a la muerte o el duelo es la confianza en la Ciencia. La Ciencia no puede evitar la muerte pero sí paliar la enfermedad, que una persona sufra menos.

P. Nada de engañarles, entonces…

R. Engañarles es contraproducente porque el engaño se pone al final de manifiesto.

P. Hay niños que se plantean muchas cosas y otros que, en cambio, no se plantean nada…

R. Hay que respetar el desarrollo de cada persona. Nosotros no decimos que el adulto promueva las cosas, porque puede ser que el niño no esté preparado. Lo importante es que cuando ellos se lo planteen, aprovecharlo para que aprendan a pensar mejor. Hay que respetar el ritmo de los niños pero en el momento en que se manifiesta hay que seguirlo, acompañarlo y potenciarlo.

P. ¿Cómo se enseña a un niño a pensar por sí mismo?

R. Es fundamental, como he dicho, darles espacio y tiempo para pensar. Pero tan fundamental como eso es el diálogo filosófico con sus padres y con los adultos. Eso te permite establecer respuestas diversas, alternativas varias, a esa cuestión que te estás planteando. El diálogo es la manera en la que podemos enseñar a pensar a los niños y las niñas. Pero establecer un diálogo es algo más complejo que simplemente hablar con ellos. Es tener un cierto sentido crítico para poder plantear las preguntas pertinentes ante lo que ellos nos preguntan. El diálogo es la mejor manera, sobre todo, si se está en una comunidad que está dispuesta a dialogar y que escucha atentamente. Los adultos deben dedicar un tiempo de calidad a los niños: dejar el móvil y escuchar bien lo que está diciendo ese niño o esa niña. E intentar pensar sobre ello. Y hacerles preguntas, repreguntándole, manteniendo un diálogo, en definitiva, para que aprendan a pensar por sí mismos. Nada semejante a un debate en el que hay unas posiciones encontradas. El diálogo es la búsqueda de la complejidad, precisamente. Un niño de 10 año preguntó en una clase si el dinero daba la felicidad. Ante esa cuestión, se puede preguntar: ¿el dinero puede comprar la amistad? ¿Puede compra la salud? ¿La alegría? ¿Qué es lo que no puede comprar el dinero?

P. ¿Por qué es bueno que un niño filosofee desde la infancia?

R. Es bueno por dos motivos, uno personal y otro social. El motivo personal es porque se trabajan unas habilidades de pensamiento que les permite pensar mejor, que sean más autónomos, que piensen por sí mismos y que sea más difícil engañarlos. Eso entronca con el cultivo de la interioridad de la persona. A nivel social, porque estamos en una democracia y debemos intentar construirla con la máxima calidad posible. El diálogo filosófico en comunidad lo que permite es darse cuenta que hay una diversidad de posiciones, que todo el mundo tiene una parte de razón. Que un niño o una niña entienda que la razón no es todo o nada, sino que es en parte. Que tenemos opiniones diversas y, a lo mejor, son lícitas varias de ellas, que la diversidad es algo bueno y que cuando hay un conflicto hay que negociarlo para encontrar los puntos en común permite a la larga mejorar la calidad de la democracia.

P. ¿Cree que la filosofía está maltratada en el currículum escolar como piensan algunos sectores?

R. Ahora mismo solo se da en bachillerato. En la nueva ley Celaá se dispone que en cuarto de la ESO, que estaba la asignatura de Ética, se suprima también. Por supuesto que la filosofía está mermada en el currículum. Habría que preguntarse por qué motivo. Si realmente la filosofía llevada a la calle, a la cotidianidad, a la vida, es algo que puede ser muy interesante, ¿por qué motivo a alguien no le interesa que eso esté en el currículum? Hay muchísimos países y federaciones de filosofía para niños que trabajan a nivel mundial y muchísimas escuelas aquí en España que han introducido la filosofía para niños porque piensan que es una forma para que aprendan a pensar mejor. ¿A quién no le interesa que la gente piense mejor? ¿Por qué no interesa que la gente piense mejor?

P. ¿A lo mejor es porque no comprenden su importancia?

R. Por un lado hay una parte de ignorancia, quiero pensar. De ignorar que la filosofía puede trabajar las habilidades de pensamiento, conseguir que una persona sea crítica, creativa, ética, que son las competencias básicas de todo el currículum.

P. ¿Debería entonces adelantarse la asignatura de filosofía en el currículum?

R. Todo el movimiento de filosofía para niños, consolidado a nivel mundial, cree que hay que empezar a filosofar a partir de los tres años. A lo mejor no con una materia específica pero sí dedicar una hora del currículum a crear esa comunidad de diálogo, que puede ser muy interesante. De hecho se ha hecho experimentos con niños de un año.

P. ¿Y cómo se hace con menores tan pequeños?

R. A través de los juegos, del arte, de los cuentos. No es lo mismo cuando tú lees el cuento de Caperucita preguntar cómo era el vestido de caperucita que preguntar si cuando nos internamos en el bosque nos ponemos en peligro o no y qué riesgos puede haber. No es lo mismo preguntar qué llevaba en la cestita Caperucita que preguntar si puede haber algún animal malo. Las dos primeras preguntas son de comprensión lectora y las segundas son filosóficas.

P. ¿Una persona que filosofea desde pequeño va a ser un adulto más feliz?

R. Va a ser un adulto más libre. Si entendemos la felicidad como la completa plenitud en todo momento y en todo lugar, eso es algo que no existe. Ahora bien, si definimos la felicidad como momentos de alegría, de lucidez, de plenitud, entonces creo que una persona que es libre, lúcida y que cultiva su interioridad tiene más posibilidades de ser feliz, porque se da cuenta de que hay cosas que son innecesarias, que no hace falta tenerlas. Que hay que poner el acento más en el ser que en el tener. Y, justamente, ese cultivo de la interioridad que dan las humanidades, las ciencias, la filosofía es lo que hace que una persona sea feliz, pero a momentos. Nos han vendido una felicidad que no existe. Nadie es plenamente feliz siempre.