La furia de las calles o el descontento contagioso en una sociedad cada vez más parecida a la de Joker

  • Reflexiones sobre los que protestan, ultras de izquierda o de derechas, pobres o negacionistas

  • "Hay malestar, hay incertidumbre, hay miseria y hay miedo"

  • "Habrá que distinguir entre un descontento difuso o una rabia sin causa u objeto"

Anarquistas, revolucionarios, negacionistas, vividores reprimidos, gente ultra, de derechas o de izquierda o pobres simplemente. ¿Quiénes están detrás de las protestas contra las medidas de confinamientos que han incendiado las calles de Roma, Nápoles, París, Sevilla y Bilbao? ¿Por qué salen a las calles estos cientos de personas, por la libertad, porque creen pisoteados sus derechos o porque el futuro se desdibuja, mientras ven a los políticos discutir y decir una cosa y la contraria?

"Hay una enorme heterogeneidad entre la gente que protesta y las razones o sinrazones de las protestas, aunque es quizá prematuro pronunciarse sobre algo que requiere de más información y análisis sociológicos, habría por lo pronto que distinguir entre un descontento difuso o una rabia sin causa u objeto, de un malestar de fondo, económico, pero también social y, en el caso de la juventud sobre todo, relacional y afectivo) que podría sin duda estar gestándose más allá de su eventual instrumentalización por la extrema derecha". Así lo explican Lucía Cobos y Jorge Lago, sociólogos del Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social.

Sería seguramente un error reducir el malestar actual a una mera deriva de unos pocos lunáticos o de los grupúsculos radicales de siempre. Hay malestar, hay incertidumbre, hay miseria y hay miedo

El profesor de Sociología de la Uned, Ramón Adell Argilés se desmarca de las etiquetas ideológicas y por el momento considera que las protestas por el momento son "minoritarias" y "poco representativas" en la que participan "seguidores de múltiples teorías esotéricas y conspiranoicas", pero también "sectores afectados por el desastre económico".

"A estas alturas, los términos derecha e izquierda están en gran medida devaluados y usados políticamente como arma arrojadiza. En la calle, sí vemos su expresión, y cada vez más polarizada. Con la pandemia, la protesta se ha reinventado a causa de las restricciones sanitarias, jurídicas o por la prudencia de convocantes. No existe ahora una movilización natural de una sociedad democrática en conflicto constante".

"No se habla ahora de las pensiones, de la España vaciada, del feminismo, o el cambio climático, o incluso de la independencia. Los sindicatos, por añadidura han logrado “un pacto social” con empresarios y gobierno central. Todo ello desmoviliza temporalmente a la izquierda, mientras duren las ayudas…. con un gobierno afín, o perciba la ciudadanía “que no les dejan atrás”.

"En este contexto, señala Adell Argilés, las protestas anticonfinamiento, son a día de hoy, poco representativas y minoritarias. El negacionismo tiene su origen en el ultraliberalismo libertario, fruto del modelo individualista de ciudadano asocial en una sociedad competitiva como la actual. Van de la mano de la “neo derecha” mundial contra el “nuevo orden” que antaño reivindicaban. A ello se añaden seguidores de múltiples teorías esotéricas y conspiranóicas de una sociedad secularizada.

La Policía no encuentra vínculos ni organización articulada entre los manifestantes de las diferentes ciudades, aunque sí apunta a Democracia Nacional, un grupo de ultraderecha, que habría organizado la protesta en Madrid. En Cataluña hablan de anarquistas italianos y de menores inmigrantes.

Cobos y Lagos, por su parte, hablan de un malestar difuso ante "la incertidumbre, de no disponer de relatos claros y definitivos tanto del funcionamiento del virus como de las respuestas políticas, económicas y sanitarias. Lo que produce una paradoja: se rechazan los saberes parciales que proporcionan en modo de prueba y error los expertos, los políticos, la sociedad civil, pero quizá porque en el fondo desean, seguramente de forma inconsciente, una forma de saber incuestionable, definitivo, sin grietas ni matices. Al cabo, podríamos entenderlo como una reacción a la crisis de la arrogancia del discurso científico y tecnocrático, que pretendía saberlo todo y disponer de respuestas para todo. La crisis del covid no solo causa un malestar económico generalizado para el que las respuestas están siendo cuando menos tibias. Las teorías de la conspiración son una forma de negar la incertidumbre: que todo responda a alguna causa identificable y segura."

Además subrayan que "sería seguramente un error reducir el malestar actual a una mera deriva de unos pocos lunáticos o de los grupúsculos radicales de siempre. Hay malestar, hay incertidumbre, hay miseria y hay miedo, y no hay, hoy por hoy, respuestas colectivas capaces de canalizarlo, ni, seguramente tampoco, una respuesta suficiente, por decidida y ambiciosa, desde el gobierno".

Bares y restaurantes parcialmente cerrados, con horarios restringidos; personas que se tienen que quedar en casas, muchas veces en espacios reducidos, donde el horizonte más esperanzador es un tendedero en un cutre patio de manzana. Y basta una chispa para que ¡boom! estalle la violencia. Manifestaciones que comenzaron siendo un centenar de negacionistas que protestaban sin mascarillas por un virus que consideraban existente. Después el grupo se difumina y surgen los neonazis en Roma repitiendo el discursos de la ultraderecha de que nos secuestran la libertad. ¿Cuánto de verdad y de mentira hay detrás de estas palabras?

La falta de la unidad política requerida, al menos en apariencia, y las constantes contradicciones de las medidas tomadas, con ruedas de prensa simultáneas, los tiempos, etc. no ayudan, y de esa inquietud social, malestar y cabreo, sí son responsables 'los políticos'

El sociólogo Ramón Adell Argilés, considera que en el origen de las protestas está el descontento por las medidas contra la pandemia, pero admite un descontento estructural antes de que el coronavirus aterrizara en nuestras vidas confinándonos en una cotidianidad con mascarillas y escasas relaciones sociales.

"Nadie quiere confinamientos. La ciudadanía en su conjunto está demostrando colaboración y a estas alturas, cómo no, cierto cansancio y desmotivación, por no acabar de ver resultados o el final. Esa incertidumbre crea ansiedades e ira y la movilización en unos, y depresión o desmovilización en la gran mayoría. La calle, que al igual que las redes sociales, son el escenario de las minorías activas".

La falta de la unidad política requerida, al menos en apariencia, y las constantes contradicciones de las medidas tomadas, con ruedas de prensa simultáneas, los tiempos, etc. no ayudan, y de esa inquietud social, malestar y cabreo, sí son responsables 'los políticos'. Un virus, que, en su inicio, “afectaba a todos” se ha vuelto más selectivo, socialmente, geográficamente, etc. La ciudadanía reclama medidas justas y claras, el “o todos o ninguno” igualitario, señala el profesor de la UNED, Adell Argilés, que ha estudiado durante años las revueltas sociales.

"Al descontento de la pandemia se añade al descontento 'estructural' de la anterior normalidad de antes de la pandemia. Una sociedad global masificada, con cada vez mayor desigualdad social, y con unas tasas de consumo y contaminación insostenibles. A las críticas altermundistas, al modelo de globalización de inicios de siglo, se añade ahora la vuelta de patriotismos y nacionalismos locales, con el cierre de las sociedades y que 'cada uno se rasque su espalda'.

Coinciden los dos estudiosos del IECCS en ver detrás de los contenedores incendiados, las piedras y las tiendas desvalijadas esta evolución social a la que asistimos desde hace décadas: "una creciente individualización, aislamiento, soledad e incertidumbre vital y, claro, a respuestas ante estas fuentes de malestar en forma también individual, aislada o airada. No hay a la vista formas colectivas de canalizar el descontento (sí, quizá, de intentar instrumentalizarlo políticamente) que estalla en múltiples formatos: nihilista como Joker, airada como con los chalecos amarillos, violenta como en algunas calles estos días. Y, también, no solo a través de episodios de violencia difusa o directa, sino mediante esas teorías de la conspiración sobre el virus que dotan a quienes las enuncian de una identidad y unas creencias firmes, con explicaciones pretendidamente sólidas de lo que pasa en el mundo que posibilitan una cierta sensación de control y seguridad: “yo sé lo que pasa y por qué pasa, yo tengo una explicación sobre la deriva del mundo, yo sé la verdad de lo que ocurre”.

Para el profesor de Filosofía Política y Social, Daniel Inerarity el origen de estas revueltas populares contra el orden impuesto por los Gobiernos durante la pandemia está en la falta de confianza colectiva, de la gente hacia sus gobiernos y de los políticos hacia los ciudadanos.

"El problema fundamental es la falta de confianza colectiva. Hay desconfianza en una doble dirección: las élites insisten en sus mensajes para responsabilizar a una población a la que consideran incapaz de actuar responsablemente fuera de un marco disciplinario y la ciudadanía desconfía de que sus representantes tengan la competencia que exigen las circunstancias dramáticas en las que nos encontramos. En un país de elevada confianza la ciudadanía se fiaría de la capacidad de las élites para dirigirlo y las élites confiarían en la capacidad de la gente para conducirse sin poner en riesgo la salud pública. Donde esa confianza es escasa tiende a prohibirse cualquier forma de contacto social para no arriesgarse a que la epidemia se propague y las élites despliegan un combate encarnizado por el poder tratando de aprovechar en su favor la desconfianza creciente hacia quienes ocupan las instituciones."

Si la pandemia se extiende las protestas podrían ir a más

Adell Argilés advierte de que las protestas podrían ir a más si la situación a la que obliga la pandemia se extiende en el tiempo y va sumando a miles y miles de afectados, unos por el cierre o la ruina de sus negocios, pero también de una generación que ve su futuro cada vez más impreciso. El descontento, como el propio coronavirus, es altamente contagioso.

"Al prolongarse las medidas antipandemia el contexto puede cambiar e ir a más. A los negacionistas se les suman autónomos, trabajadores, comerciantes, y sectores amplios de afectados por el desastre económico. Es previsible el aumento de protestas de jóvenes contra los cierres de ocio nocturno o sectores juveniles “sin futuro” que puedan terminar en incidentes o pillajes. En el caso español, el motor actual de la protesta es la gestión del confinamiento y el recorte de libertades, de libertad de movimiento, de reunión y manifestación, etc. En un futuro, las protestas contra el paro, la falta de ayudas o incluso el hambre podrían ser causa de protestas más masivas y con fuerte carga emocional."