Los Veranos

telecinco.es 11/02/2009 15:44

Y la vida sigue... Y es el momento de seguir recordando....Los veranos los pasábamos siempre en la Costa Brava, en Blanes, en el pueblo en el que vivía Mamá Gran. En mis primeros años de vida veraneábamos en su casa pero, al nacer mi hermana E, que era muy revoltosa, Mamá Gran sugirió que buscáramos otro alojamiento. De estos primeros veranos no tengo recuerdos específicos, pero sí los tengo de los veranos que se sucedieron a partir de entonces.

La primera casa que alquilaron mis padres era una típica casita de pescadores de una planta, que se encontraba en una tranquila calle sin asfaltar. Creo que se llamaba por entonces "Carrer o Camí de Sant Joan". De esa casa sólo recuerdo la chimenea que estaba adornada por dos "bichos" disecados que me daban pavor. Uno era una ardilla y el otro una lechuza.

Recuerdo que por las mañanas íbamos a la playa y por las tardes jugábamos en la calle. No sé si había más niños, pero sí recuerdo perfectamente que jugábamos con el vecino de al lado. Era un niño de la edad de mi hermana E, pero era distinto. No sabía comer solito y su mamá le daba una papilla para merendar, mientras nosotras comíamos un bocadillo. Tampoco andaba. Siempre estaba sentado en su silla o en una alfombrita en el suelo. Cuando hablaba no se le entendía y, a menudo, se le caía la baba. A lo mejor es que no sabía hablar. Se llamaba Jordi y estaba muy gordito. Tenía los ojos achinados y siempre se reía. A mí me gustaba mirarle y darle juguetes. Él los tiraba para que yo los recogiera. Y entonces se reía a carcajadas, y yo con él. Me gustaba mucho su compañía y a él la nuestra. Cuando caía la tarde y nos llamaban para cenar, nos despedíamos de él con un beso y él se agarraba muy fuerte a mi cuello y me mojaba la mejilla al besarme. Era como un bebé grande y un poco bruto, pero a mí me gustaba jugar con él. Su mamá siempre nos miraba con dulzura y agradecimiento. Parecía que estaba tranquila cuando nosotras jugábamos con su niño, porque así ella aprovechaba para hacer sus cosas.

Dos años más tarde cambiamos de casa. Esta vez estábamos delante del mar, en el paseo marítimo. Mi padre decía que el mejor lugar de la bahía estaba en el puerto, concretamente donde estaba situado el palacete de la familia D y que, algún día viviríamos allí. Mi madre le tomaba por loco y le dejaba hablar. Mi padre, por el momento, se conformó en alquilar aquella casa que estaba próxima al lugar de sus sueños. La casa tenía la puerta azul. Era igual que otras tres casas que estaban a su lado. Eran casas iguales, pero cada una tenía la puerta de un color. La de mi lado era verde oscuro; la del otro lado, verde claro; y la de más allá, amarilla. Era una casa de dos plantas, con un balcón como el de Mamá Gran, a pie de calle, donde veíamos a la gente pasear. También tenía chimenea, pero ésta no tenía "bichos". A cada lado, unas inmensas vidrieras que llegaban hasta el techo, contenían vajillas blancas y cristalerías talladas en color ámbar. Parecían muy antiguas y nunca las usamos. En la parte de atrás, un pequeño jardín separado del de al lado por una verja de hierro y algunas plantas. A menudo, a través de la verja, veíamos al vecino. Parecía que nos espiaba y, a nosotras nos daba miedo y asco. Era un hombre mayor que mis padres, un poco calvo y con gafas. Sus ojos grandes y claros, carecían de vida. Parecían los ojos de un besugo. Era un hombre muy raro. Nunca recibía visitas y su casa siempre estaba en silencio. De vez en cuando, este silencio se rompía por un grito de mujer. Era una voz ronca que le llamaba: "¡Xavier!" Y él acudía presto, casi asustado. Luego supimos que se trataba de su madre, una mujer muy anciana, alta y vestida siempre de negro, con el pelo blanco recogido en un moño mal peinado. Nunca salía al jardín, sólo asomaba medio cuerpo por la puerta y dejaba ver una cara enjuta y de gesto enojado.

El hombre, a menudo, le decía a mi madre: "¡Qué niñas tan guapas tienes!" (el hombre conocía a mi madre de la niñez), y mi madre sonreía sin ganas. Un día nos regaló un rompecabezas de su infancia. Se trataba de cubos de cartón con distintos dibujos en cada cara. No recuerdo los dibujos, pero eran antiguos y el rompecabezas olía a rancio. Nos daba asco tocarlo y nunca jugamos con él.

Cuando veníamos de la playa, mamá o Rosita ( la tata), nos llevaban al jardín y nos quitaban la arena con una manguera. Luego nos quitaban allí mismo el bañador y nos envolvían con una toalla para secarnos y que no mojáramos el suelo de la casa. Más de una vez me pareció ver al vecino espiándonos, pero la Tata decía que eran cosas mías. Yo sólo sé que me negué a la práctica de la manguera y que eso me costó una buena bronca de mi madre y la Tata. Sólo me apoyó papá (como siempre) que dijo que, como viera al vecino espiándonos, le partiría la cara y desaconsejó que nos quedáramos desnudas en el jardín. Mamá me riñó por "liarla", porque papá era capaz de eso y más. Pero yo me salí con la mía y me quité la arena en el baño, como hacían los mayores. Al final, convencí a mi hermana E para que hiciera lo mismo y sólo a Y, a la pequeñita, la duchaban en el jardín. La Tata jamás hubiera desistido, pues Y era "su niña" y el hombre, "su amigo".

En la planta superior sólo se hallaba la habitación de la Tata y un patio donde se tendía la ropa. A mí me encantaba la habitación de la Tata. Era muy luminosa y tenía una parte del techo inclinada. Los muebles eran antiguos y bonitos y la habitación era cálida y romántica. Pero a la Tata no le gustaba que andáraramos por allí y siempre nos echaba. Mi hermana E y yo subíamos a escondidas y jugábamos a "señoras antiguas". Luego salíamos a la terraza a mirar los nidos de golondrinas. La Tata se enfadaba porque ensuciaban el patio y a nosotras nos echaba de allí y les decía a mis padres que jugábamos con la ropa tendida y se la manchábamos. No era verdad, pero mamá nos reñía.

Años más tarde, murió la anciana del palacete del puerto y se construyeron pisos en el terreno que ocupaba el palacete y sus jardines. Nada más enterarse del proyecto, mi padre dio una paga y señal y eligió sobre plano el mejor piso: un cuarto de cinco y en la segunda escalera (hay cuatro), justo donde la dueña del palacete tenía su dormitorio y que, según papá, que conocía la casa, era el lugar donde se divisaban las vistas más hermosas de todo el pueblo.

En cuando se terminaron las obras fuimos los primeros vecinos en ocupar nuestra nueva casa. Se trataba de un piso grande, con un salón enorme y luminoso, cuatro dormitorios y dos baños, terrazas en la parte posterior, en los dormitorios, que daban a un pequeño y precioso jardín y, lo más importante, una impresionante terraza, en la parte delantera, con vistas a la bahía. ¡Qué razón tenía papá! Los amaneceres viendo las barcas de pescadores salir a la mar; las tardes viéndoles regresar a puerto seguidas por una bandada de gaviotas anhelantes del pescado que llevaban a bordo; los ocasos con el sol escondiéndose en el horizonte y el cielo cambiando de color: ocre, dorado, rojo, anaranjado, añil,... Ver aparecer el barco de papá: El Tabardillo, cual bajel pirata, con su alto mástil, con el trampolín de proa amenazando a las olas, con su porte elegante y magestuoso, y yo, buscando a papá, que generalmente era quien levaba el timón y estaba en el interior, pero que, a veces, salía a cubierta a saludarnos. ¡Qué hermosura tan indescriptible! Gracias, papá, por darnos tanto. Papá se despertaba al amanecer, o a media noche y salía a la terraza y pasaba horas y horas contemplando el paisaje. "Mira, nena- me decía- qué maravilla. Es como contemplar un cuadro vivo. El mar cambia constantemente y mira el cielo ¿Has visto algo más hermoso?" Yo le cogía del brazo y miraba hacia donde miraban sus ojos. Quería captar todo lo que él veía y, embelesada y feliz, le respondía: "No, papá. Esto es el paraíso" Entonces él, complacido, me besaba y nos manteníamos abrazados y en silencio durante largos ratos, ajenos a todo y disfrutando de tanta felicidad. ¡Qué maravillosos años pasamos en aquella casa! La casa de papá, la casa de la familia, mi casa, por tanto... ¡Y pensar que el día que murió mi madre, la pisé por última vez!... ¡Y pensar que la casa que papá compró con tanta ilusión y esfuerzo, y en la que quería que crecieran sus nietos, mi hijo ya no podrá pisarla nunca más!... Murió papá y la casa pasó a ser de mamá. Murió mamá y dejé de tener derecho sobre todo.

Papá, qué triste debes estar en "tu aquí"... Pero no te apures, "los tres" somos felices. No tenemos riquezas, pero somos millonarios en amor y eso, mi querido papá, y tú lo sabes, es lo único importante en la vida. Eso y la salud, de la que no estamos sobrados pero, si Dios lo quiere (que lo querrá), la iremos recuperando poco a poco.

Me he puesto un poco triste al recordar todo esto. Me duele no poder volver a ver el mar desde "mi" casa, la casa familiar (que lo es, digan lo que digan las escrituras); pero me compensan los maravillosos años en los que sí pude hacerlo y que, sin tu esfuerzo, papá, no hubiera sido posible. Y ¿sabes, papá? desde mi "otra" casa, la que hemos comprado junto con MA, no se ve el mar, pero lo tengo cerca y, lo más importante, lo llevo en el corazón, como tú, como tu papá, como el papá de tu papá. Somos una familia marinera y eso sólo lo entendemos nosotros. Te quiero, papá.

Carla.-

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