Hay iniciativas que pueden cambiar la vida de los ciudadanos y que funcionan gracias al empeño de personas que se entregan a ello incansablemente y con un entusiasmo arrollador. La Organización Nacional de Trasplantes se ha convertido en sus veintidós años de vida en una referente mundial gracias a la obstinación de un puñado –es literal- de personas que, encabezadas por Rafael Matesanz, han demostrado que la excelencia no es sólo una cuestión de medios económicos, sino de coordinación , de unir voluntades y, muy importante, de dejar a un lado la gresca política.
Somos un país cainita que saca pecho por soberbia y que no presume de lo que puede. Este es un ejemplo. Estamos a la cabeza de Europa y a veinte puntos por encima de Estados Unidos en cuanto a supervivencia de trasplantados. La razón la encontramos en una red sanitaria pública que no existe en la primera potencia mundial, algo de lo que no somos muy conscientes.
Con los bailes políticos y los cambios de ministros esta Organización ha pasado por momentos en los que ha estado a punto de cierre. Al menos dos ministros de distinto signo le han cesado. Ni siquiera el premio Príncipe de Asturias garantiza la estabilidad porque, cuando las cosas se hacen bien, siempre hay suspicacias y recelos. Hay que estar muy alerta para no perder un lujo que , como se ha demostrado, sí está a nuestro alcance.
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