Iba a ser el arma secreta de una red de narcos colombianos, iba a ganar mucho dinero, y la DEA le consideraba un enemigo a batir. Los servicios antidroga de Estados Unidos le seguían la pista tras descubrir en pinchazos telefónicos que Andrés L.E. se dedicaba a introducir droga en el cuerpo de adorables cachorros de perro que luego enviaba a Miami. Andrés puso al servicio del narco sus manos precisas de cirujano por dinero, y ganó mucho pero no el suficiente.