Una "quijotada" hecha realidad: un molino de aceite que produce un libro

AGENCIA EFE 21/06/2009 14:06

"Nació sola", dice Samper sobre la idea de escribir "Llueven ranas en La Mancha" (Espasa, junio 2009), en el que narra lo que ella misma describe en la portada del libro como las "aventuras y desventuras de una forastera en el campo español".

La lluvia de ranas es un raro fenómeno meteorológico, del que se han documentado casos desde 1794 en diferentes partes del mundo y que Juana y su familia vivieron una tarde en Utande cuando el cielo succionó a diminutos anfibios y los devolvió con la lluvia.

Samper, corresponsal en España del diario bogotano El Tiempo, uno de los mayores rotativos de América Latina, cuenta en su libro y a Efe cómo se enamoró y logró hacerse con un molino de aceite, del que tanto le hablaba su padre, exiliado en España, y que era propiedad de otro exiliado: el cantante argentino Piero de Benedictis.

El molino "tenía una pequeña huerta, fui a plantar tomates y me salió un libro; no era ésa la idea original, sino proporcionarle a nuestros hijos dónde jugar, estar en contacto con la naturaleza", explica la periodista.

A medida que su sueño se iba haciendo realidad, Samper cuenta que vivió unas experiencias inesperadas "y me dije: tengo que contarlo; fue un proceso largo, el reflejo de lo que ibas viendo poco a poco, disfrutándolo y saboreándolo".

Se nota desde la primera página que la autora escribe y describe las experiencias con sus hijos, Mariete y Tintín; su marido, Mario, académico, sus vecinos de Utande, sus ilustres visitantes y la extensa historia de su molino, con una especial delicadeza, un estilo fresco y un humor fino y elegante, muy colombiano.

Tímida, poco amiga de protagonismos y más locuaz escribiendo que hablando, Juana Samper recibe a Efe en su molino, al que se llega después de recorrer una carretera curvilínea que bordea un cañón flanqueado por las alcarrias, esos montes rasos cuya cima parece cortada, dice, "con una regla sobre el azul del cielo".

Toda esta historia comienza cuando un día de invierno, allá por los años 80, Jorge Maronna, integrante del grupo de humor musical argentino "Les Luthiers" y Miguel Ángel Girollet, un guitarrista de música clásica, acompañan al padre de la periodista y a su entonces compañera Pilar a una excursión que les cambiaría la vida.

Les llevaron a ver el molino que Piero de Benedictis le dejaba al padre de Juana.

Desde el momento en el que su progenitor giró la llave de la puerta y sintió horror por la variada gama de "okupas" diminutos hasta hoy, la historia más reciente del molino ha pasado por toda clase de vicisitudes que, desde luego, se han ganado el libro.

"El molino magnífico y comodísimo que me imaginaba había sido una 'quijotada'", escribe Samper. Más adelante cuenta que su encuentro con él fue "difícil", aunque luego narra que se sentía "poco menos que una Dulcinea" y le parecía "fascinante dormir en uno de los gigantes contra los que luchó Don Quijote".

"Sentía horror por venir al molino y hoy siento horror al irme", comenta Juana Samper, sintetizando el cambio radical que ha experimentado con toda la experiencia vivida para sobrevivir a trabas burocráticas y paletas de toda índole.

Por las tierras de Utande se paseó el escritor estadounidense Ernest Hemingway durante la Guerra Civil española; Gila, el experto humorista en guerras absurdas, pegó tiros en la guerra fratricida apostado en las paredes de este mismo molino, cuenta Samper.

Y el ex líder del Partido Comunista Santiago Carrillo negoció en él, camuflado bajo su peluca, la legalización del PCE durante los duros años de la Transición.

En este privilegiado espacio de reposo, al que Samper y familia acuden con la más mínima excusa, son frecuentes las visitas de personajes como el cantante Joan Manuel Serrat o el flamante director deportivo del Real Madrid, Jorge Valdano.

"Soy plenamente feliz aquí", dice Samper, y cuando se le pregunta que se traería de Colombia a España para redondear esa felicidad, se lo piensa con calma y responde: "la música alegre del Caribe".

Cuando la pregunta es qué se llevaría de España a Colombia, no lo duda ni un instante: "la paz", dice con una leve sonrisa que puede interpretarse de muchas maneras, melancólica, esperanzada o triste.