Tenía 43 años y ya toda una trayectoria forjada en el franquismo: director de Televisión Española, gobernador civil y Ministro-Secretario general del Movimiento, como líder de Falange. Pero él fue, sin embargo, el elegido por el Rey para pilotar la Transición. La Constitución fue su gran obra, aunque no figure en la lista de los padres de la patria. Ganó dos elecciones. Pero su Gobierno fue tan efímero como criticado. El búnker franquista nunca le perdonó su traición. Presionado por la oposición y por los problemas internos de la UCD, acabó dimitiendo en 1981. Pero la historia le reservaba todavía un episodio más. Las balas no le intimidan. Ni a él, ni a Gutiérrez Mellado ni a Carrillo, en el ocaso de sus carreras pero con arrojo suficiente como para defender la dignidad del Congreso, la dignidad de la propia democracia que él ayudó a crear. Pero no se fue inmediatamente de la política. Aguantó el escaño 10 años más desde el minoritario CDS. Al final, se marchó entre la más absoluta indiferencia política y ciudadana. De sus últimas aportaciones, un papel poco más que simbólico en la Fundación Víctimas del Terrorismo.Y sólo volvió al parlamento como un icono de la transición en el 25 aniversario de la Carta Magna.