Las primeras víctimas del yihadismo en España luchan contra 25 años de olvido a 18 muertos

ÍÑIGO URQUÍA 12/04/2010 00:00

El objetivo del ataque eran los militares estadounidenses acuartelados en Torrejón, que no dejarían hasta 1996 este aeródromo cercano a Barajas. De hecho, los propietarios del local "habían expresado el temor a ser víctimas" de un ataque. "En la última manifestación contra la OTAN [el referéndum sobre la permanencia tendría lugar un año más tarde], que discurrió por delante del local, se escucharon insultos y el dueño optó por cerrar", explica la prensa de la época.

Los soldados frecuentaban el local pero ese viernes la suerte les sonrió. "A esas horas no quedaba casi ninguno, no había uniformados", tal y como explicó uno de los camareros. Demasiado tarde para los horarios de cena anglosajones, incluso a pesar de que comenzaba el fin de semana: esta colonia extranjera no registró bajas. Sólo 11 de los heridos era de esta nacionalidad. Todos eran civiles.

Las fuerzas de seguridad pronto señalaron a un sospechoso, aunque identificarlo iba a ser una tarea mucho más espinosa. "Con bigote y delgado", este hombre que "no tenía pinta de árabe" portaba una bolsa de deportes color claro, donde podía haber ocultado el artefacto explosivo. Pese a las pistas, no se produjo ningún arresto.

Según los testigos, este varón "permaneció algunos momentos en la barra del establecimiento, situada en la planta baja, de espalda a las cristaleras de la calle, fingiendo que aguardaba a que quedase libre alguna mesa". "En un momento dado pasó a los servicios" "donde se supone que activó" el mecanismo, tal y como conjeturaba ABC.

El terrorista depositó su carga de muerte al pie de la barra y abandonó el local. Segundos después, una explosión seca. Y el caos: El Descanso saltaba hecho añicos, con dos centenares de personas dentro. Juan José González, el hijo del propietario, afirmó en su día que "había visto una llamarada". De hecho, los peritos pronto relacionaron los restos de azufre y esa "gran luz azul" con el explosivo: era cloratita.

Atrapada entre escombros

Cristina Salado sobrevivió a la masacre. "Había salido a cenar con mi marido y una pareja amiga. Acabábamos de llegar, estábamos en la barra. Al principio no te enteras de lo que pasa", explica. La bomba segó la vida de su esposo, José Arturo Rodríguez, un agente de seguridad de Presidencia, y una de sus amigas, la australiana Mercedes Dresh, con quien trabajaba en City Bank.

Los cascotes le atraparon. "Pasé dos horas sepultada bajo los escombros, el dolor no es descriptible. Estuve más allá que acá", rememora. Entre el polvo y los ladrillos, un miembro de la Cruz Roja se percató de que los dedos de Cristina suplicaban auxilio. Una ambulancia la trasladó semiinconsciente al hospital Ramón y Cajal. Mientras tanto, el Instituto Anatómico Forense de Madrid recibía 18 cuerpos sin vida, entre ellos el de su compañero. Tres días después, ella recibió la noticia entre cuatro paredes blancas. Aún tardaría un mes más en dejar de oler a yodo.

Al día siguiente, el Ministerio del Interior, dirigido entonces por José Barrionuevo, explicó que la bomba contenía 15 kilogramos de cloratita y que había sido detonada por un sistema de relojería. Las labores de desescombro terminaron a media tarde del día siguiente: cuando los bomberos y el retén policial se marcharon, sólo quedó ruina.

Los velatorios y entierros no contaron con la presencia de ninguna autoridad. Por aquel entonces presidía el Congreso de los Diputados el que luego fuera Alto Comisionado para las Víctimas del Terrorismo, Gregorio Peces-Barba. El país, además, se preparaba para recibir la visita del presidente estadounidense, Ronald Reagan.

Cuatro frentes

ETA, los GRAPO, la Yihad Islámica y Waad se atribuyeron el ataque. Esta reivindicación múltiple, los nexos de los grupos terroristas de la época y las diferentes tesis de los cuerpos de seguridad enmarañaron un caso que aún no se ha resuelto del todo.

Según la versión oficial, la responsable del atentado es la Yihad Islámica, que al día siguiente del zarpazo reclamó la autoría del atentado desde Beirut (El Líbano).

Este grupo chií ya había golpeado a España en tres ocasiones, dos en Marbella y otra en Madrid, aunque nunca a sus nacionales.

Antes de que se impusiera esa hipótesis, los investigadores de la Polícia española, austriaca y alemana aceptaron como cierto el doble mensaje de Waad, en el que se incluían fotocopias del anagrama de los sobres de azucar de este comedor.

De confirmarse la vinculación de esta marca con la que rubricaba sus acciones el FPLP-CE (una de las escisiones de la OLP de Yassir Arafat), Monzer al Kassar podría haber jugado un papel relevante en los hechos. El juez Baltasar Garzón llegó a interrogar en 1992 al arrepentido Ahmed Boumershed -Abu Ziad o Juanito- sobre la implicación de este traficante de armas.

Reapertura y el fantasma de Setmarian

Ismael Moreno reabrió la causa en otoño de 2005, después de que un testigo protegido señalara a Mustafá Setmarian Nasar como autor material. En un auto fechado el 29 de septiembre, el magistrado de la Audiencia señala que "desprendiéndose de las actuaciones practicadas indicios lógicos por los que se podría atribuir a persona o personas determinadas una participación", "procede acordar la reapertura" del sumario 65/1986.

La identificación se produjo en julio, cuando el testigo vio en la prensa una fotografía del presunto terrorista tomada en los años 80, que se correspondía con la descripción hecha a la Policía hace 20 años de un hombre que fue visto en el restaurante en los instantes anteriores al atentado. Se trataba de un varón delgado de entre 25 y 30 años, sin pinta "de árabe", pelirrojo y con bigote: no había dudas.

Los rumores sobre el paradero de Setmarian han jalonado el calendario. "¿Dónde está? ¿En una prisión siria, en la isla de Diego Gómez?", se cuestiona Salado. Según los servicios secretos, el supuesto número cuatro de Al Qaeda fue detenido en otoño de 2005 en Pakistán y luego entregado a las tropas estadounidenses, que ofrecían una recompensa de cinco millones de euros por su cabeza.

En abril de 2009, Garzón decidió impulsar la búsqueda del hispano sirio,

alias Abu Musab al Suri, contra el que tenía dictada una orden de busca y captura internacional desde 2001. "Lo que deseo es que se le extradite a España", confiesa esta víctima.

Del silencio a la solidaridad

Salado incide en la necesidad de que el Ejecutivo aproveche sus relaciones con Washington para reclamar información sobre el sospechoso. "Se debería hacer más porque hay un señor identificado. Exijo a la judicatura y al Gobierno que haga algo, que este caso no caiga en el olvido", clama.

"Sólo pedimos que se haga Justicia después de estos años tremendos", insiste esta víctima. Durante más de dos décadas, los damnificados de este atentado tuvieron que soportar También tuvieron que afrontar el escaso apoyo institucional. "No es como ahora, ahora la solidaridad con las víctimas es palpable. Sí que es cierto que tanto mis padres como mis suegros recibieron telegramas de condolencia, pero era otra época completamente diferente", narra. el dolor de las heridas físicas y el amargo daño psicológico.

25 años después, se desconoce el paradero de Setmarian y, sin autor, no puede haber condena. La cicatriz todavía no se ha cerrado: las víctimas quieren saber quién dinamitó El Descanso esa noche de viernes de 1985. IUL

Sin embargo, el 9 de marzo de 1987, las pesquisas sobre el atentado se archivaron provisionalmente en el juzgado número 2 de la Audiencia Nacional. El sumario, de sólo seis tomos, respalda la tesis de la Yihad Islámica. Un halo de misterio y olvido se corrió entonces sobre el caso.