Media hora antes de lo previsto, el australiano, John Shipton, aparece en la plaza que linda con la Catedral de San Andrés, en el centro de Sídney. Lo hace ataviado con un traje que estila su delgadez y con unos audífonos inalámbricos que le rejuvenecen. Cuando se los quita, el padre de Julian Assange abandona su propio mundo para adentrarse en la realidad que lleva viviendo desde que su hijo se convirtió en uno de los mayores enemigos de Estados Unidos hace ya casi 14 años. Interrumpe la banda sonora de su día, Lacryma Christi, una pieza de música clásica compuesta por un francés “cuyo nombre no sabría decirte ahora mismo”, confiesa. Se adentra en un área -las entrevistas- que le incomoda pero que necesita: “soy de naturaleza tranquila y ahora tengo que hablar todo el rato”. Sonríe con cierta timidez. Se percibe una tristeza demasiado profunda y el cansancio de alguien que, a sus 78 años de edad, jamás se ha planteado dejar de luchar por la liberación de Assange, fundador de WikiLeaks en 2006. El editor australiano se encuentra en la cárcel de máxima seguridad, Belmarsh, en Londres, a la espera de que se resuelva si será o no extraditado a EE.UU.
“Han sido más de 14 años. Ya no me preocupo sobre nada que tenga que ver conmigo. Excepto lavarme los dientes y venir a trabajar con vosotros [los periodistas]. Mi preocupación es Julian y traerle a casa junto a su familia”, nos cuenta. “Todos los padres del mundo sabrán que para nada es una dificultad luchar por tus hijos. La dificultad es siempre encontrar el apoyo para Julian”. Un apoyo psicológico -temor a que se quite la vida-, de protección -documentos clasificados indican que la CIA planeó asesinarlo- y para liberarlo -ciudadanos defensores de su causa y 100 abogados que aportan a su defensa-.
Shipton no comparte apellido con su primogénito porque la relación con su madre -que por entonces tenía 18 años de edad- terminó antes de que éste cumpliera un año de vida. Hasta 1996, nunca antes supo que de aquel vínculo de juventud había nacido un pequeño. Assange tenía 25 años de edad cuando padre e hijo se conocieron. “Fue extraordinario”, recordó Shipton en una entrevista pasada. “Algunos de sus procesos de pensamiento me hacían parecer que me estaba mirando en un espejo. Apenas podía creerlo. Tenía la misma lógica, la misma curiosidad intensa…”.
Físicamente, son un calco. Su relación se intensificó desde aquel momento y cuando Assange publicó en 2010 las reveladoras filtraciones de documentos secretos realizadas por el exanalista de inteligencia estadounidense, Chelsea Manning, su padre le avisó: “es posible que te empujen desde un puente”. Su hijo respondió con silencio.
Desde entonces, Assange ha estado en busca y captura por EE.UU. En Suecia, le acusaron de abusos sexuales, cargos que fueron retirados nueve años después. Su defensa siempre ha sostenido que aquella denuncia no fue más que un pretexto para detenerlo en el país nórdico con el fin de extraditarlo a EE.UU. Desde 2012 hasta 2019, Assange permaneció en la Embajada de Ecuador en Londres tras haberle concedido asilo la nación sudamericana. Hace casi cuatro años fue detenido por la policía londinense en la sede ecuatoriana y ahora está luchando contra su extradición a EE.UU. Tiene 18 cargos contra él, entre ellos espionaje, y le esperaría una posible condena de 170 años.
Mientras se resuelve su futuro, Assange vive como lo hacen los terroristas y los asesinos, en una celda minúscula, incomunicado, sin acceso a prensa, con derecho a dos visitas y a una llamada de 10 minutos a la semana. Shipton conversó con Assange dos días antes de su encuentro con NIUS. Hablaron sobre la familia -en 2022, Assange se casó en prisión con su abogada, Stella Assange, y tienen dos hijos-, sobre desde qué lugar del mundo lucha Shipton por su libertad y sobre “simplezas y trivialidades”. Assange ha sufrido un derrame en su celda y el estado de su salud mental es “exactamente lo que cabría esperar de alguien que ya lleva siete años y medio encarcelado. Está débil, ha tenido un derrame cerebral, su salud es terrible. Tenemos que sacarlo”, sostiene.
Desde 2010, Shipton dedica las 24 horas de cada día a la causa de su hijo. Se ha quedado sin dinero, ha vendido su casa, viaja cuatro meses al año, apenas puede pasar tiempo con su hija de siete años de edad, duerme con el teléfono encendido y a veces recibe llamadas de Assange a las cuatro de la madrugada. Su campaña se sostiene a base de donaciones, los que están más cerca de él afirman que su rol de padre coraje le está pasando factura, pero Shipton sigue adelante en su cruzada contra la Fiscalía de la Corona de Reino Unido y la Sección de Seguridad Nacional del Departamento de Justicia de EE.UU.
“La mayor dificultad para mí es afrontar el hecho de que Reino Unido, EE.UU. y los fiscales suecos no obedecen sus propias normas, distorsionan las garantías procesales y cometen irregularidades para perseguir una acusación política contra un editor”, relata. “Julian no ha cometido ninguno de los crímenes que ellos cometieron. Julian es completamente inocente y ellos no lo son. Sin embargo, las circunstancias son que Julian está en la cárcel y ellos beben su champán a las seis de la tarde. Esto es un escándalo”.
La magnitud de las revelaciones que publicó Assange no sólo pusieron en jaque a la inteligencia estadounidense y su ética en tiempos de guerra. A través de WikiLeaks, el australiano mostró casos de corrupción en el mundo árabe, de asesinatos extrajudiciales de las autoridades en Kenia, bombardeos en Yemen, disturbios tibetanos en China. Sin embargo, lo que más trascendió fueron las filtraciones de Manning -su pena fue conmutada por Barack Obama antes de cumplir su última legislatura- que luego fueron publicadas en el portal. Vídeos como ‘asesinato colateral’ donde se muestra el ataque mortal a 18 civiles y dos periodistas desde un helicóptero estadounidense en Iraq, documentos sobre las torturas en Guantánamo y otras acciones en Afganistán o comunicaciones entre instituciones y diplomacia precipitaron el interés de EE.UU. en su detención. “Es un procesamiento político, el caso legal es un velo que cubre el proceso político. Julian no ha cometido ningún crimen”, explica Shipton.
Nos desvela que apenas queda nada del Julian activista y periodista “en busca de la integridad”, que su curiosidad se ha apagado y que sólo tiene una prioridad: “él está muy interesado en sentarse en una cafetería, tomarse un café y almorzar con sus hijos. Ese es su principal interés. No le pregunto sobre geopolítica porque Julian está en una cárcel de máxima seguridad y no tiene acceso a periódicos más allá de la BBC u otras publicaciones gubernamentales”, aclara.
La agenda de Shipton es interminable. El día anterior a nuestro encuentro en Sídney estaba en Melbourne e incluso pasó por Canberra. Previo a su mini gira australiana pasó unos días en EE.UU., donde regresará al día siguiente de esta charla. En suelo estadounidense coincide esta semana con el primer ministro australiano, Anthony Albanese, quien se reúne en Washington con Joe Biden y el premier británico, Rishi Sunak, en el marco del anuncio de un acuerdo mil millonario de submarinos nucleares por parte de AUKUS, la alianza entre los tres países para contener la expansión militar de China en el Indo-Pacífico. Hay pocas esperanzas en que Albanese trate con Biden la causa de Assange y su ansiado retorno a Australia, sin embargo, allí estará Shipton.
“Albanese es mi primer ministro. La fe no es una palabra que se use para describir a hombres que están liderando el país. Hacen lo que pueden y en estas circunstancias creo que es más que posible para Anthony Albanese traiga a Julian de vuelta a Australia. Más que posible”, sostiene consciente de que con un acuerdo entre los dos máximos mandatarios de Australia y EE.UU., la libertad de Assange estaría garantizada.
La conversación con Shipton se produce justo delante de tres esculturas de bronce en las que aparecen Assange, Manning y Edward Snowden (ingeniero informático estadounidense que filtró información clasificada de EE.UU.). Son obra del artista italiano, Davide Dormino. Cada personaje está en pie sobre una silla y hay una cuarta que está vacía para que el público se ponga de pie junto a ellos. Se trata de un monumento a la “libertad de información, libertad de expresión y al coraje”, tal y como relata Dormino. Shipton las está presentando en Australia antes de que éstas regresen a Europa. Se trata de una de las iniciativas que sirven “para concienciar a la gente y encontrar apoyos morales y económicos”. Hay otras como el libro de Nils Merzer, ‘El juicio de Assange’, el documental Ithaca o formar parte de la campaña.
La travesía de Shipton es empedrada, y aunque le cuesta imaginar el momento en que vea a su hijo en libertad por primera vez, tiene claro que él estará en un segundo plano. “Cuando abran la verja para dejar salir a Julian, yo no estaré ahí. Tiene a su mujer y a sus dos hijos. Yo iré a cenar a su casa o saldremos a cenar y veremos la vida pasar. Hablaremos sobre el futuro, no sobre los problemas del pasado”.