El carnaval de Venecia, de la peste a los tiempos del coronavirus

  • Repaso a la historia del carnaval de Venecia, desde el siglo XII hasta hoy

  • Cayó en el olvido durante dos siglos y sólo se recuperó a partir de 1980

  • La edición de este año está marcada por la crisis del coronavirus

La Serenísima República de Venecia experimentó ya la revolución sexual hace siglos. El día de San Esteban, el 26 de diciembre, daba comienzo el periodo en el que hombres y mujeres salían a las calles enmascarados para dar rienda suelta a sus instintos. La ciudad de los canales ha vivido siempre en una especie de realidad paralela, en la que el reflejo de las aguas confunde lo cierto con lo fantasioso. Venecia disfruta jugando en el umbral de la duda y el disfraz no era más que un modo de esquivar el mundo terrenal para saltar a ese otro de las ilusiones.

En él mandaban la sensualidad, el sexo y el desenfreno. Los orígenes del carnaval se remontan a las fiestas paganas de los romanos en honor a Baco, aunque algunos historiadores encuentran vestigios en imperios pasados. Pero nadie como los venecianos supieron explotarlo mejor en la historia moderna. El primer ensayo se produjo en el siglo XII, cuando la ciudad festejó la victoria sobre el patriarca de Aquilea, sacrificando un toro en el Palacio Ducal. Las celebraciones se mantuvieron en el tiempo, hasta que en 1296 la República publicó un edicto en el que consideraba el carnaval como una “fiesta pública”.

Duraba unas seis semanas y la cosa se fue desmadrando tanto que, con el paso de los siglos, las autoridades tuvieron que poner una serie de normas. Las máscaras no podían caminar de noche por la ciudad, no podían llegar a los conventos ni ser utilizadas en público por las prostitutas o por los hombres en los burdeles. El atuendo era la llamada “bauta”, que constaba de una careta blanca y una capa y un tricornio negros, utilizados por hombres y mujeres. La “bauta” estaba prohibida en tiempos de la peste, aunque entonces se permitía otra máscara con una especie de pico enorme, que servía a los médicos para explorar a los enfermos.

A mediados del siglo XVI un condenado turco subió al campanario de la plaza de San Marcos, desde donde caminó por una cuerda floja hasta la basílica, para pedir la clemencia del Dogo, el gobernador de Venecia. Se instauró como una tradición y todavía hoy el carnaval comienza oficialmente con el llamado ‘vuelo del ángel’, que se celebra este domingo. Al turco, eso sí, se le ha sustituido por una persona ataviada con unas alas postizas, que recorre los cielos de la Plaza de San Marcos a través de una tirolina. Y en lugar del Dogo, el evento lo patrocina Red Bull.

De Casanova a la desaparición

También los desfiles y los disfraces recogen la herencia clásica, pero en este caso ya del siglo XVIII. Eran los tiempos de Casanova. Pero, aunque él haya permanecido como símbolo de la lujuria, tantos hombres como mujeres ampliaban su lista de amantes durante los días de carnaval. A la clásica “bauta” se le sumaron todas las vestimentas de los personajes de la Comedia del Arte, por lo que Venecia se transformó en una pasarela de seres coloridos que convertían los canales en una especie de caleidoscopio.

El carnaval de Venecia era el símbolo de una Europa ilustrada, snob y hedonista. Hasta que en 1797 la Serenísima República fue conquistada por Napoleón y entregada al Archiducado de Austria. Los austriacos serían muy cultos, pero no sabían disfrutar tanto como los italianos. De modo que la fiesta cayó en el olvido y sólo se conservó de modo residual en algunas islas venecianas, como Murano o Burano. Así, hasta que en 1979 distintas organizaciones culturales como el Teatro de la Fenice o la Bienal de Arte recuperaron la tradición. La ciudad aprovechaba así para recuperar el consumo tras un enero siempre difícil.

El resurgir del carnaval

Fue entonces cuando apareció por Venecia Carlos Brassesco, un emigrante argentino, que vino a Venecia a estudiar Planificación Urbanística y terminó abriendo un taller artesano de fabricación de máscaras de carnaval. Él y sus socios vieron el negocio, pero reconoce que les “estalló en las manos, porque había muchos más pedidos de los que se podía producir”. Llamaron a la tienda Ca Macana, hoy tienen dos establecimientos en la isla y a ellos acudió el equipo de producción de la película ‘Eyes Wide Shut’ para imbuir a Tom Cruise y Nicole Kidman en el rito carnavalesco de la seducción.

El carnaval había vuelto a convertirse en un evento por y para los venecianos, pero eso también ha cambiado en unas pocas décadas. Con la llegada del turismo masivo, la verdadera fiesta se recluyó en los lujosos palacios, donde las élites celebran de forma exclusiva. Mientras, los desfiles, que se concentran sobre todo en la Plaza de San Marcos, han quedado más como una acuarela de trazo grueso con la que la ciudad se presenta a sus millones de turistas. Las máscaras en Ca Macana van desde poco más de 20 euros a unos 400, pero nada más salir del taller los puestos de souvenirs rebajan a un precio módico los mejores diseños. Hechos en plástico, bajo la etiqueta de Made in China, claro.

El carnaval de este año recupera las viejas esencias con el lema ‘El juego, el amor y la locura’. En los últimos tiempos han ido surgiendo eventos que acercan de nuevo la fiesta a los venecianos, como un desfile de disfraces a bordo de góndolas que van surcando los canales bajo un juego de luces y sonido. Pero si por algo está marcada esta edición es por la psicosis que el coronavirus está dejando también en el turismo. Las reservas en los hoteles, acostumbrados al lleno absoluto, han caído al 70% durante los fines de semana del carnaval. De la máscara del médico de la peste hemos pasado a la mascarilla contra el coronavirus.