La pesadilla del agua alta persigue a Venecia

  • Se cumplen tres meses de las peores inundaciones en medio siglo

  • La ciudad hace balance sin haberse repuesto aún del trauma

La noche del 12 de noviembre parecía una de tantas. Los responsables de estudiar las mareas habían previsto que soplaría fuerte el siroco. Habría una crecida importante de las aguas, pero nada a lo que no estuvieran ya acostumbrados los venecianos. En el peor de los casos, el nivel llegaría a los 150 centímetros, como para empezar a poner a salvo los objetos más preciados. Aunque era sólo el más grave de los 30 escenarios previstos. Así que Alvise Papa, el coordinador del servicio, y sus colaboradores salieron de la oficina a la hora de siempre. Poco más tarde, a las 9 de la noche, el responsable recibió la llamada de uno de los empleados, agarrado a un quiosco para que no se lo llevara el viento.

El agua ascendió 187 centímetros por encima del nivel del mar, el segundo registro más alto desde que hay mediciones. En la práctica, esto supone cubrir la plaza de San Marcos con un metro de agua e inundar casi toda la ciudad. Fue una especie de tormenta perfecta, en la que se combinó un ciclón de una parte, un anticiclón de otra y un mar 2,5 grados más caliente que el año anterior, atizado por un viento polar que agitó las corrientes del Adriático.

“Duró sólo 50 minutos, pero provocó una tromba de agua tremenda. Lo podemos llamar un ciclón tropical. Fue algo absolutamente extraordinario, que es muy difícil que se repita, aunque a veces las cosas extraordinarias pueden volver a ocurrir”, afirma Alvise Papa. Este experto en física rechaza establecer una relación directa con el calentamiento global, como hacen sus colegas climatólogos. Quizás por no contribuir al alarmismo.

El poder de una imagen

Las reservas hoteleras cayeron entonces al 50%. Todavía hoy los turistas siguen llamando a los alojamientos para preguntar si la ciudad cuenta ya con los hospitales de emergencia necesarios o si el niño, que mide poco más de un metro, hará pie cuando haya que salir de paseo. Menudo disgusto, organizar unas vacaciones en Venecia y que se ahogue el niño. Las fotos del paisano nadando en la Plaza de San Marcos quedaron en la cabeza de tanta gente, que muchos piensan todavía que ya la deben haber convertido en piscina olímpica. No son sólo ‘fake news’, ni la dictadura de la imagen. Es simplemente desinformación.

Si hemos logrado avanzar y todavía alguien continúa leyendo, sepa que la tarde del 13 de noviembre toda Venecia estaba ya seca y que el agua alta sólo dura unas horas. Hoy, tres meses después, el sol caliente de este extraño invierno cae sobre los canales para reflejar los palacios y transformar la ciudad en ese fascinante juego de espejos. Venecia está radiante, si acaso con algún visitante menos, lo cual es de agradecer en uno de los lugares del mundo más acribillados por el turismo masivo.

Los hoteles han pasado del cartel de lleno total que cuelgan todo el año al 70% en estos fines de semana de carnaval. Y esto los ha puesto tan nerviosos que la Federación Veneciana de Hoteleros ha invitado durante tres días a unos 40 corresponsales a hospedarse en lujosos establecimientos y a cenar en los restaurantes más exclusivos de la ciudad para contar lo que cualquiera vería, que Venecia ya no está inundada. Este medio ha participado en este viaje.

San Marcos herida

Todavía es pronto para evaluar los efectos que provocará la histórica agua alta en la economía veneciana. Aunque símbolos como la basílica de San Marcos, levantada sobre una iglesia bizantina del siglo XI, los llevan grabados en sus piedras. La fatídica noche, el mar entró violentamente en la cripta llevándose por delante varias ventanillas. “El edificio está construido con ladrillos y mármol. El ladrillo absorbe el agua, pero cuando desaparece cristaliza y rompe físicamente la estructura que lo rodea. Hablamos de una vieja señora que ha envejecido 50 años en un día”, explica Pierpaolo Campostrini, responsable técnico de la basílica.

Campostrini señala para las cámaras la altura a la que llegó el agua, suficiente -esta vez sí- para cubrir por completo a un niño de poco más de un metro. Calculan que la restauración costará al menos 5 millones de euros, aunque todavía se están evaluando daños, sobre todo en mosaicos del pavimento. La solución provisional que plantean es la construcción de una barrera de metacrilato que proteja el exterior de la catedral sin perjudicar estéticamente la fachada. Las medidas de prevención costarán unos 3,5 millones de euros y aún deben contar con el visto bueno de las autoridades.

Balance de daños

La Administración local calcula que las pérdidas entre los habitantes y comerciantes, los más golpeados por el fenómeno, ascienden a unos 40 millones de euros. En cuanto al turismo, Tommaso Cacciari, del Comité contra los grandes barcos, se pregunta si “alguien está en disposición de llorar por el muerto”. “Intentemos no caer en el ridículo, Venecia es una ciudad de 48.000 habitantes por 32 millones de turistas anuales. Se trata de una locura, de una explotación del tejido ciudadano que ha alejado a los residentes todos estos años”, remarca.

Tommaso es sobrino de Massimo Cacciari, filósofo izquierdista e histórico alcalde de la ciudad. Así se entiende mejor su enfrentamiento con Luigi Brugnaro, actual regidor, empresario y referencia para la derecha. Entre chascarrillos y largos circunloquios con los periodistas, Brugnaro también se muestra partidario de frenar el turismo de masas, aunque para él la despoblación no está motivada por la gentrificación sino únicamente por el “envejecimiento, como en todos los centros históricos”.

El alcalde defiende que los cruceros no lleguen a la Laguna de Venecia, frente a la Plaza de San Marcos, pero sí que sean desviados a otro puerto interior. Y si no ha ocurrido ya es por culpa del Estado, insiste, pese a sus recomendaciones. “Saben que están diciendo una mentira, porque por el canal que proponen desde la alcaldía no caben barcos comerciales y de pasajeros. Hay una ley que impide pasar a ambos. La única solución es sacar los barcos de la Laguna”, replica Cacciari.

Moisés contra la crecida de los mares

Venecia todavía no ha decidido qué quiere ser en el futuro, aunque si sigue perdiendo el tiempo puede que llegue un momento en que no sea. Los informes científicos más catastrofistas señalan que para 2100 la subida del nivel del mar podría cubrirla de agua por completo. Pero mientras el tiempo hace su trabajo, las obras para proteger la ciudad de las inundaciones llevan muchas décadas de retraso.

La gran esperanza se llama Mose -Moisés en italiano- y consiste en un sistema de compuertas, ubicado en las tres entradas a puerto que tiene Venecia, que se elevan cuando la marea supera los 110 centímetros. La idea surgió en los setenta, se empezó a construir en 2003 y a partir de junio por fin estará activo en caso de emergencia.

Para llegar hasta allí hay que tomar una lancha y salir al encuentro de la lengua de tierra que separa la isla del Adriático. Es la tarea de más de 300 obreros que acuden aquí cada día. Quienes controlan el aparato deben descender 19 metros por debajo del nivel del mar y entrar en un enorme túnel de 400 metros de longitud, desde el que se activarán las barreras cuando el oleaje se agite más de la cuenta. “El aire comprimido pasa por estos tubos y crea la presión suficiente para que se eleve un mecanismo hidráulico. Las barreras están llenas de agua, pero con el aire se vacían y suben en unos pocos minutos”, ilustra Alessandro Soru, ingeniero responsable del Mose.

La compleja obra ha costado más de 5.000 millones de euros, caso de corrupción mediante, y ni siquiera está clara su efectividad de repetirse lo de aquel 12 de noviembre. Mientras tanto, en la ciudad se esfuerzan en repetir que los venecianos se levantaron apenas sufrieron el golpe, que sólo fue la pesadilla de una mala noche. Pero hablan de ello como una catástrofe histórica, comparable en su discurso a un terremoto que todo lo arrasa. El agua se fue pasadas en unas horas. Para todos, menos para la mente de algunos, y no sólo para el turista que llama para preguntar si le echa los manguitos al niño.