Enfermera en Bérgamo, el epicentro del virus: “Ver que no hay ninguna mejora te hunde psicológicamente”

  • Arianna Nicoli, enfermera del hospital Papa Giovanni XXIII de Bérgamo, cuenta su experiencia

  • Se trata de un centro moderno y altamente equipado, la joya de la corona de la provincia

  • Sus recursos son insuficientes, ya que Bérgamo encabeza la lista de contagios en Italia, con unos 7.500

El hospital Papa Giovanni XXIII de Bérgamo es la joya de la corona de la provincia. Inaugurado hace ocho años, fue ideado por el arquitecto francés que diseñó el estadio de fútbol de Saint Denis. Cuenta con siete torres de cinco plantas cada una, 900 camas, más de 30 salas operatorias y un helipuerto. No se trata precisamente de un edificio vetusto y destartalado, sino de uno de los centros públicos más a la vanguardia de Italia. Hoy es también el símbolo del colapso sanitario, porque todos estos recursos son insuficientes para atender los cientos de casos que se le presentan de Covid-19.

Entrar a trabajar aquí era toda una oportunidad para Arianna Nicoli, una enfermera de 26 años, que había pasado antes por varias clínicas privadas. Firmó su contrato el pasado enero, cuando probablemente el coronavirus ya circulaba por el norte de Italia pero nadie lo había detectado. Un mes después aparecieron los primeros casos en varios pueblos de Lombardía, la región a la que pertenece Bérgamo. Las localidades fueron confinadas, pero no así el conjunto del territorio, por donde se fue propagando el virus.

Al principio no estábamos preparados, nadie se esperaba una avalancha así. Cuando empezaron a llegar los primeros casos de neumonía, nos protegíamos simplemente con la mascarilla quirúrgica -la más simple-, cuando a este tipo de pacientes hay que aislarlos”, recuerda. Fue poco después de entrar a trabajar en urgencias, donde ahora han tenido que hacer hueco para los cuidados intensivos. Las 48 plazas de la UCI rápidamente se quedaron en nada para albergar a los enfermos de coronavirus. Bérgamo es la provincia con más contagiados de toda Italia, con unos 7.500, y la mayoría van a parar a este hospital.

Arianna asegura que “en un primer momento hubo una gran oleada de ancianos, pero ahora también hay bastante gente de menos de 50 años”. Los más jóvenes son “pacientes que llegan ya en malas condiciones, porque se han resistido hasta el último minuto a acudir al hospital”. Y quienes ingresan en la UCI “suelen evolucionar muy mal”, señala la enfermera.

El alcalde de Bérgamo, Giorgio Gori, ha denunciado además en varias ocasiones que los muertos son bastantes más de los que indican las estadísticas. “En los pueblos nos dicen que sólo a uno de cada cuatro fallecidos se le hace la prueba del coronavirus. En muchos casos se trata de personas mayores que están en casa o en residencias, por lo que sus hijos no quieren que vayan a los hospitales para poder despedirse al menos de ellos”, afirmó esta semana en una charla con corresponsales.

Se especula con que el viaje de los seguidores del Atalanta de Bérgamo a Milán para presenciar el partido de Champions League contra el Valencia pudo aumentar los contagios. Si bien, la hipótesis más probable es que el virus se propagara desde un centro médico de la localidad bergamasca de Alzano Lombardo.

Una última foto al fallecido

Cuando una persona muere infectada de coronavirus en un hospital, el protocolo es claro: los familiares no pueden acercarse, simplemente les entregan la ropa y las pertenencias de la víctima. Tanto es así que en las funerarias están teniendo que recurrir a un rito ciertamente macabro para que los parientes tengan un último recuerdo. “La gente nos pide que les mandemos fotos o vídeos de los muertos cuando los metemos en los ataúdes para poder verlos por última vez”, sostiene al teléfono Antonio Ricciardi, propietario de una de las principales funerarias de la provincia.

Las imágenes de los camiones militares transportando féretros a otras ciudades donde pudieran hacerse cargo de su cremación ha sido una de las imágenes que más ha minado la moral de los italianos durante esta crisis. Se produjo por primera vez hace una semana, pero después se ha ido repitiendo en varias ocasiones ya sin tanta exposición mediática. Hasta el momento han muerto unas 700 personas en la provincia, a un ritmo de 45 al día, cuando el horno crematorio del cementerio de la ciudad sólo es capaz de incinerar 25 cuerpos por jornada, estando operativo las 24 horas.

El número de decesos se ha multiplicado por 10 en este último mes con respecto a lo que es habitual”, calcula Ricciardi, que cuenta también ellos tienen que trabajar de forma muy precaria. “Estamos como animales, no tenemos mascarillas ni ropa de seguridad, por lo que sí no nos protegen a nosotros también, dejaremos de operar”, denuncia.

Un nuevo modelo sanitario

Esta carencia de material no se produce en el Giovanni XXIII, recalca Arianna. Explica que las mascarillas que emplean ahora son las FFP2 y no las FFP3 -de máxima protección-, pero que no les faltan. “Compañeros de otras clínicas privadas sí que están teniendo que utilizar los mismos equipos que sirven para un día durante una semana entera y esto es un peligro, porque nosotros que estamos expuestos todo el día somos un peligro para propagar el virus a otras personas”, añade. Afirma que varios de sus colegas sí que se han infectado, aunque sólo se le hacen las pruebas al personal sanitario que presenta síntomas.

Los médicos de este centro han firmado una carta conjunta en la que lamentan que “el 70% de las camas en la unidad de reanimación están destinadas a enfermos graves de Covid-19 que tienen una razonable esperanza de vida”. Subrayan que “los más ancianos no entran en reanimación y mueren en soledad”. Y todavía es peor en otros hospitales de la región, donde faltan “respiradores, medicamentos y mascarillas para todo el personal sanitario”.

Pero los doctores no se quedan en el lamento por una situación dramática, sino que proponen un nuevo modelo. Según ellos, hasta ahora “los sistemas sanitarios occidentales se han construido en torno al concepto de patient-centered”. Es decir, en actuar según las necesidades del paciente. Sin embargo, recalcan, “una epidemia reclama un cambio de perspectiva hacia un cuidado community-centered”. Y esto se traduce en desarrollar un amplio sistema de “curas a domicilio y clínicas móviles” para evitar el colapso de los hospitales y que estos se conviertan en foco de transmisión de la enfermedad.

Mientras tanto, en el Giovanni XXIII Arianna trabaja en turnos de 10 o 12 horas diarias bajo una enorme presión. “Allí no piensas, lo peor es llegar a casa y comprobar que no hay ninguna mejoría y que no tenemos garantías de que esto vaya a terminar. Y eso te hunde psicológicamente”, reconoce. Agradece el reconocimiento a médicos y enfermeros, pero recuerda que hay mucha más gente en los hospitales, como los técnicos de los laboratorios, los cocineros o el personal de limpieza que merecen el mismo tratamiento.